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García Márquez y los antecedentes del Festival Vallenato

Elkin Saboyá

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El año que vamos promediando celebra los cincuenta años de dos hechos de la cultura caribe nacional: el Festival Vallenato y la primera edición de Cien años de soledad. No parece mera coincidencia que ambos apunten a la autoría de una misma persona: el Nobel García Márquez.
 
Gustos guatacucos

Gabriel García Márquez dio tempranas muestras de interés por el instrumento musical que se asentó en la costa norte colombiana, llegando a ser tan consustancial a ella como un sombrero vueltiao. En una nota de 1948, en efecto, lo singulariza con la expresión “fuelle nostálgico”, causante de que “cuando lo oímos se nos arruga el sentimiento”. El periodista pone el acordeón en la categoría de los objetos dignos de que el pensamiento les dedique lo mejor de su ingenio, empleando aquella forma que reúne la agudeza con el humor, inventada hacía poco por Ramón Gómez de la Serna y conocida como greguería.
 
Gabriel García Márquez pone en circulación otro concepto que suele acompañar al aerófono, cuando dice que “lo vemos en manos de los juglares que van de ribera en ribera llevando su caliente mensaje de poesía”. Hoy seguimos asociando la idea de juglar con el mundo vallenato, olvidando quizá lo que sabía el autor cataquero: que se trataba de una especie de cronista errante, una suerte de periodista y músico.
 
Algo más. Gabriel García Márquez declara que su nota es necesaria por cuanto el instrumento, no obstante su linaje germánico, contaba con sus enemigos. Incluso en su casa, según confesión autobiográfica: “Me empeñé en que mi abuelo me comprara un acordeón pero mi abuela se atravesó con la monserga de siempre de que el acordeón era un instrumento de guatacucos[1]”. Hostilidad que duraría, en efecto, unas décadas más, si es que podemos darla por cancelada.
 
Es bien probable que GGM haya sido el primero en usar la expresión “música vallenata”, así como en reconocer el valor literario de las composiciones del joven compositor Rafael Escalona, en sendas notas de 1950. Según confesión del autor de La casa en el aire, se conocieron cuando estaban “en edad de mirar muchachas” y no dejaron de encontrarse en parrandas. Agrega que su amigo era, por lo demás, buen intérprete de los ritmos vallenatos[2]. Compadres y colegas, con la particularidad de que el uno se expresaba en cuatro estrofas, el otro en varios cientos de páginas. Ambos, en fin, le dieron al vallenato la dimensión literaria que hoy tanto se echa de menos.
 
El protofestival
 
Escalona y su compadre, en compañía de otros notables de la Costa y del veterano político López Michelsen, primer gobernador del Cesar, echaron a andar el Festival Vallenato (1968). Si bien toda paternidad masculina es discutible, no puede pasarse por alto aquella “parranda del siglo” que el escritor armó en su pueblo, secundado por Escalona, para ponerse al día de lo que había ocurrido en el folclor es su ausencia del país. Tuvo lugar en 1966, el 17 y 18 de marzo: una audición que se prolongó por diez horas, según los corresponsales de prensa. Una parranda que alcanzó la categoría de Festival Vallenato[3]. Festejo que principió con declaración oficial de día cívico en honor de quien era apenas llamado autor de La hojarasca[4]. Hubo delegaciones de varios sitios de la Costa, con el detallito de que Escalona llegó tarde. Hecho que aprovechó el compositor guajiro Armando Zabaleta para hacerle versitos (y otros que ya veremos).

Los conjuntos de Zabaleta y Escalona eran la atracción de la fiesta. Este último anunció a la prensa que lo de Aracataca era apenas el principio del Festival, que debía cambiar de sede y que le correspondería inmediatamente a Valledupar. Seguro que Escalona no tenía su mente en el duelo musical con Zabaleta, pues la prensa anunciaba la posibilidad de que su música se grabara en Argentina y la futura utilización de su obra como fondo musical de una película mejicana.
 
Llama la atención, por lo dicho, que García Márquez se empeñara en negarle importancia histórica a su “parranda” y que otros, después de él, sigan el ejemplo. En todo caso, hubo día cívico, patrocinio de Cerveza Águila[5] y cubrimiento periodístico. Lo que sí parece que se quedó en promesa fue “Parranda vallenata”, un disco que se iba a grabar con los conjuntos que intervinieron en el Festival.
 
Cuñas del mismo palo
 
Las relaciones del Nobel con los vallenatos han tenido sus bemoles. Armando Zabaleta, a quien dejamos párrafos arriba emparrandado, decidió clavarle banderillas a su compadre cataquero. A propósito del destino que Gabriel García Márquez diera al dinero de un premio literario, le censura “que su pueblo abandonó / y está dejando caer / la casa donde nació”. El paseo se llama Aracataca espera, grabado en 1974. Bastó para separar a los amigos momentáneamente. El propio aludido canceló el incidente, según dicen, cuando en una parranda le comentó a Zabaleta: “Buena composición, vergajo”[6].
 
Foto: GGM y Escalona, Diario del Caribe (19-3-1966, p. 1).
 


[1] Pobladores de las riberas del Magdalena: otro modo de decir “campesinos”.

[2] El vallenato, en Revista Semana: http://www.semana.com/cultura

[3] En El Tiempo hubo cubrimiento desde el mismo jueves 17. El corresponsal de Sincelejo lo llama “Festival Vallenato”. En nota del viernes 18, Hersán reconoce el poco estudio de la música vallenata y saluda como muy loable el festival cataquero. El Diario del Caribe (día 19), por su parte, lo llama “Primer Festival de la Canción Vallenata”. En los titulares pone: “Valledupar sede del segundo Festival”.

[4] Según la crónica del enviado especial de El Tiempo, Amado Blanco Castilla, que ocupa toda la página 14.

[5] Según el Diario del Caribe (día 19, p. 2), que además pone entre los organizadores a Cepeda Samudio.

[6] Consta en su obituario: http://valledupar.com/reportajes

*Fuente de la imagen principal: Festival_vallenato De Jdvillalobos - Trabajo propio, CC BY 3.0