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De dónde vienen los ídolos

Ismael Iriarte Ramírez

portada

Hace algunas semanas, mientras sondeaba las indescifrables preferencias de los usuarios de Twitter, llamó poderosamente mi atención una etiqueta que se posicionaba en los primeros lugares de los temas en tendencia en Colombia. Se trataba de una declaración suscrita por cientos de miles de fanáticos que se autoproclamaban bots de una carismática youtuber cuyo prestigio estaba en entredicho, pues algunos de sus colegas habían cuestionado la veracidad de las cifras de reproducciones de sus videos.

Esta determinación, que en su momento, hubiera sido codiciada para su ejército por algún conquistador de la antigüedad, me llevó a preguntarme -más allá de juicios de valor sobre este formato en particular- por las razones que determinan qué figuras son admiradas, respetadas e imitadas en la actualidad. Lo que en apariencia surge de una situación banal, no resulta una tarea sencilla.

Aunque la misma idea de elevar a personas a la calidad de ídolos sugiere una herencia del teocentrismo que dominó la humanidad durante miles de años y que aún parece ofrecer alguna resistencia al imperio de la razón, el canon de los objetos de deseo y admiración si parece haber sufrido muchas transformaciones a lo largo de la historia. Esto explica, por ejemplo, que hace algunas décadas encontráramos más plausible la tendencia de venerar a grandes líderes políticos y pensadores, encumbrados en el olimpo de la sociedad y que poco a poco fueron cediendo su lugar a cantantes, actores o deportistas.

Nos resulta también entendible y aceptable que el siglo XX haya convertido a los grandes referentes de la cultura popular en nuestros ídolos por definición. Es probable que a nadie se le ocurra cuestionar las razones por las que aún hoy veneramos nombres como los de Marlene Dietrich, Mae West, Humphrey Bogart o Rita Hayworth, esta última cuya lista de admiradores incluye no solo a quien escribe, sino también a los personajes de La traición de Rita Hayworth[1]emotiva novela del argentino Manuel Puig, en la que los atribulados protagonistas encuentran consuelo en la magia del cine y en especial en la figura esquiva y enigmática de la bellísima actriz.

Y es en este halo de misterio y superioridad en lo que se cimienta la figura casi sobrehumana de estos personajes. Hermosos e inalcanzables, siempre con el control de la situación, sin importar las dificultades que se les presenten. Los admiramos porque representan todo lo que nos gusta y que probablemente nunca logremos llegar a ser. Tampoco admite mayores cuestionamientos la adoración por los deportistas, que con sus hazañas se nos presentan como héroes que desafían los límites de la capacidad humana.

Sin embargo, en algún punto de nuestra historia reciente se hizo menos sencillo establecer estas causas, que pasaron a encontrarse de forma aleatoria en criterios tan dispares como la irreverencia o la ruptura con los parámetros tradicionales de la estética. Esto resulta evidente en la fascinación que parecen generar algunos representantes de movimientos de música popular que, a pesar de convertirse en un fenómeno de masas, podrían ser considerados por muchos como carentes de valor artístico.  

Este recorrido nos lleva hasta el fenómeno mediático de los youtubers, en el que sus protagonistas, lejos de parecer seguros e infalibles, representan los estándares de lo que consideramos normal y ordinario. Los jóvenes se sienten representados y entendidos, al ver en esta plataforma las situaciones que les resultan familiares y cotidianas. Pero esto sucede solo en apariencia, pues igual que en otro género contemporáneo, en los reality shows, lo que se nos presenta como realidad no deja de ser una puesta en escena, incluso si se quiere con una connotación ‘orwelliana’[2] de manipulación de la verdad.

Aunque se trate de Rita Hayworth o de la youtuber de turno, la historia nos demuestra que este proceso de elección sigue siendo en esencia el mismo, como lo recuerda Fernando Savater en su Ética de urgencia[3]seguimos cumpliendo con la exigencia social de la imitación de modelos y hacemos valer nuestra limitada libertad para escoger a quien seguimos e imitamos. Lo que resulta cuestionable y no menos preocupante es con qué criterios hacemos estas elecciones y que valores aportan a la sociedad aquellos personajes que encumbramos como ídolos, que de alguna forma determinarán algunos patrones de comportamiento en las siguientes generaciones.

 


[1] Puig, M. (2016). La traición de Rita Hayworth. Debolsillo.

[2] Hace referencia al universo narrativo de la novela 1984 de George Orwell.

[3] Savater, F. (2012). Ética de urgencia. Grupo Planeta.