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Apuntes en torno al desprecio y la credulidad

Felipe Cardona

Apuntes en torno

Vivimos en los tiempos del manso parpadeo. Hemos sobrevivido a incontables clausuras y horrendas represálias. Nada puede arrebatarnos esa seguridad, estamos en una posición envidiable y gozamos de una libertad sin antecedentes. Si nuestros antepasados vivieron con los colores primarios nosotros gozamos de toda la gama cromática.

Se acabaron los parias, ya no hay necesidad de exclusiones. La minoría alza la voz y todos toman nota. Es la era donde el individuo se siente responsable por cada uno de los hombres y aunque haya momentos de flaqueza, vemos cada vez más cerca la consumación de la utopía que tantas veces nos ha sido negada: la convivencia de todos los hombres en total fraternidad.

No hay que temer a los fantasmas, no son más que eso, formas etéreas que terminarán en el desvanecimiento.  El crecimiento en un porcentaje superior al 20% de los grupos de neofascistas en Estados Unidos durante el primer año de Trump no es más que un coletazo de una ideología que se acerca a la extinción. Hagamos caso al optimismo del que nos habla Vargas Llosa en uno de sus últimos discursos para el Partido Popular Español, creamos en el literato peruano cuando se refiere a que el socialismo ha sido sepultado y que hoy sobrevive en nuestras cabezas como un mito. Que no nos acongojen los miles de venezolanos que inundan las calles de Latinoamérica en situación de miseria, no es cuestión del socialismo, más bien se trata de los desertores que no pudieron entender las ventajas de la afortunada revolución de los herederos de Bolívar.

Podemos hablar sin vergüenza: Todos los altercados políticos han sido superados. Las furiosas refriegas entre las visiones políticas raramente superan el orden narrativo. Al fin y al cabo, eso lo que importa, con los dioses incinerados, nuestro sistema de creencia se ampara en la destreza discursiva: El contenido es el rey.

No nos dejemos contaminar de los críticos, se puede sobrevivir amparado en creencias escuetas. Nosotros somos seres ajenos a la expiación, la reflexión es una virtud obsoleta para nuestra tranquilidad. ¿O acaso alguno de nosotros está dispuesto a entregar todos sus privilegios? Es absurdo, nadie pondría su vanagloria y su ego en cuestión. ¿Para qué mudar de ropas? mejor la credulidad que la zozobra.

Hasta ahora nos ha funcionado reiterar nuestra posición, asumir que las ideas se han consumado y que las brechas son cada vez más escasas. Si evitamos a toda costa la impugnación nada mala puede pasarnos.   Einstein tomó muchos riesgos al formular abiertamente que no le importaba si sus ideas fueran falsas y que su más grande anhelo era enfrentarse refutaciones que lo superaran. Es paradójico: Al científico alemán le importaba el crecimiento científico aún a costa de ser censurado por sus contrarios. Fue demasiado humilde si lo vemos con los ojos de nuestros tiempos.

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Por eso evitemos las evidencias. Temamos de pensadores certeros como Karl Popper, hagamos la vista gorda a esas invitaciones que nos llevan a poner en práctica las ideas.Casi todos los privilegiados caeríamos en un primer intento, todas nuestras creencias se verían reducidas a cenizas. Que nadie venga a hablarnos del valor de la conjetura y la reemplace por la verdad, que no se atrevan a tocar nuestros principios estéticos, somos románticos y la ciencia es independiente de la verdad. No temamos decirlo a todo pulmón: Somos la generación más vanidosa, todo lo tomamos a pecho.  Las ideas llevan la impronta de algún genio, al fin y al cabo, todos queremos ser protagonistas. Además, son pocos los que, como Popper, han tenido que enfrentarse a la miseria de la idea.  Guardemos el secreto entre nosotros: Que nadie se atreva a decir que muchas ideas al concretarse se vulgarizan hasta superar los límites de la depravación y obviemos a esos 16 familiares del filósofo austriaco que perecieron en los campos de concentración a manos del partido nacionalsocialista alemán.

Ahora bien, si lo que anhelamos es una estabilidad sin fisuras busquemos un nuevo orden mucho más contundente. Es lícita la proposición de retornar al mundo la protección infantil, de recuperar la seguridad que teníamos en nuestros primeros años. Para eso podemos servirnos de los sistemas políticos mesiánicos que nos garanticen un paraíso terrenal. Podemos revivir a los muertos del pasado, al fin y al cabo, nuestras intenciones son buenas.

Podemos predecir el futuro gracias a las doctrinas políticas de antaño, traerlas a nuestro presente: Desbocarnos por la frazada calurosa del Socialismo o buscar el firme amparo de la Derecha. La diferencia no es sustancial, más bien depende del tipo de privilegio que busquemos. En uno de los polos podemos garantizar la prestancia económica y en el otro podemos deleitarnos con las mieles del poder político.
También está el camino de las minorías, en estos tiempos pertenecer a una minoría garantiza una posición estable. ¿Qué importan los méritos? Eran otros tiempos cuando el talento y la disciplina marcaban la distancia. Acaso el discurso social no reivindica a los oprimidos y procura el equilibrio social: La mesa está servida, sólo hay que pasar a reclamar la cuota de participación.

Pero sobre todo hay que guardarnos de la duda y defender a toda costa las soluciones definitivas.  Huyamos despavoridos cuando se ventilen palabras como audacia, resignación o indulgencia. No podemos ser audaces, porque implica romper con nuestros principios de seguridad, tampoco resignarnos porque mostramos nuestra debilidad a todos aquellos que quieren acribillarnos, y mucho menos mostrarnos indulgentes, el mundo está lleno de fracasados que destacan por su tolerancia.

Al margen de la insistencia no creamos en las palabras de los sabios. El equivoco no tiene potencial para el aprendizaje, esta generación se ha salvado del error. Nuestra misión es pues cobijarnos, mirar hacia otros lados, subir el volumen de la música mientras el mundo se derrumba. Que estas palabras nos sirvan de advertencia antes de que sea demasiado tarde y nos liberemos de este velo confortante. Cabe señalar además que nadie está obligado:   El que quiera puede contrariar estas observaciones y marcharse, aunque es muy probable que se agobie con lo que encontrará cuando salga de esta caverna y nunca pueda retornar de ese más allá donde deambulan los hombres que se sacrificaron por nosotros.