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¿Cómo se dice cómo estás en griego?

Ismael Iriarte Ramírez

portada

Recientemente tuve un fugaz pero emotivo encuentro con la gastronomía, el idioma y la música griega.

Esta peculiar ocasión, además de permitirme aprender a decir ¿Cómo estas en griego?, activó a marchas forzadas las conexiones de mi memoria, que me remitieron a lo que probablemente se encuentra mejor posicionado en la mente de muchas personas, como el mayor referente de la cultura helénica: Zorba el griego.

No sin cierta carga de vergüenza y culpa, por no poder escapar al cliché que representa esta referencia cinematográfica, repasé una vez más la historia de Alexis Zorba, irresponsable pero entusiasta campesino (interpretado por el legendario Anthony Quinn) y su particular amistad con Basil, un intelectual de origen británico, en busca de su segundo aire en una polvorienta aldea de Creta.

La película, dirigida por Michael Cacoyannis, está inspirada en la novela Vida y aventuras de Alexis Zorbas, de Nikos Kazantzakis. Tras su estreno en 1964 se convirtió rápidamente en un éxito, no solo en las taquillas, sino también en la valoración de la crítica, que con el paso de los años le fue confiriendo el estatus de clásico universal. 
 

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Sin embargo, más de medio siglo después, se convierte en todo un reto para los nuevos espectadores, lo que se explica mejor con las palabras del recordado Hernando Martínez, gran maestro del cine colombiano, cuando al preguntarle por esta película me respondió lacónico que simplemente se había envejecido.

No obstante lo anterior, aún siguen resultando ejemplarizantes las lecciones sobre la vida, el amor y la amistad que el primitivo Zorba le imparte a Basil y que en su momento sacudieron los cimientos de la sociedad europea, dejando en evidencia lo vacías e inútiles que resultaban las vidas de algunos intelectuales.

No cabe duda de que el camino más seguro al lugar común lo proporciona la banda sonora, compuesta por Mikis Theodorakis, que supera por mucho la popularidad de la propia película y acompaña el momento más memorable del filme: el baile de la secuencia final, encumbrado para siempre como una de las escenas más emblemáticas del cine, que resume todo el espíritu de la historia y ofrece una gran lección de estoicismo frente a la adversidad.

Y es que el recordado sirtaki se convirtió en un ícono de la cultura griega, que con frecuencia es asumido por algún desprevenido como una de las más antiguas tradiciones, pero que fue creada para la película por Giorgio Provias con una coreografía definida de forma azarosa por una lesión en una rodilla de Anthony Quinn.

Pero ¿qué hace tan especial a esta película y esta música para convertirse en lo más representativo de una cultura milenaria, considerada como la cuna del pensamiento y la civilización occidental?

Además de la magistral interpretación de Anthony Quinn y la combinación de la música, la danza y una historia costumbrista, un indicio muy claro de la respuesta a esta pregunta se encuentra en el libro El prisma y el péndulo, del filósofo e historiador Robert P. Crease, quien hace énfasis en lo efectiva que resulta la cultura popular y en especial manifestaciones como el cine, para “hacer que la situación humana parezca más plausible o incluso más presentable” [que la ciencia], que por otro lado a menudo se muestra como algo artificioso y ajeno a la cotidianidad.

Aún con los efectos del tiempo Zorba el griego logra envolver al espectador en una suerte de nostalgia de algo que nunca vivió y cumple así con el cometido de exaltar la precaria condición humana, así como su exigua fiabilidad, por encima de los prodigios de la ciencia y la tecnología e incluso sobre las tribulaciones de la vida.

Cierro estas líneas cumpliendo la engañosa promesa del título y dejando en evidencia la pobreza de mi vocabulario en griego, con un tímido ¿Ti kánis?