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Editorial: Memoria animal

Luis Enrique Nieto Arango

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Mi condición de diletante en etología y psicología, auspiciada por el confinamiento rural, me ha permitido verificar la particular memoria de los murciélagos, esos quirópteros que de niño me infundían pavor y ya adolescente, el saberlos mamíferos placentarios, me permitió ingresar al Rosario para estudiar Jurisprudencia.

 

El Rector de la época, como se sabe, en la entrevista de admisión - único requisito para la matrícula en el Claustro - en medio de una profusa charla de pronto formulaba preguntas capciosas y sorprendentes.

-Usted, me preguntó al final de nuestro encuentro, luego de una jornada extenuante en la selva, si encuentra un nido con huevo de murciélago ¿haría con ellos una tortilla para saciar el hambre?.

Mi respuesta de que estos animales voladores no se reproducían por huevos debió convencer a Monseñor Castro Silva de que yo podía ser alumno del Colegio Mayor, conclusión tal vez curiosa pero que ha determinado mi existencia hasta hoy.

Anécdota aparte, los murciélagos poseen una memoria privilegiada, particularmente espacial, comparable a un GPS, que les permite orientarse y recordar el camino hacia su objetivo.

Estudios han mostrado la relación entre la memoria y el desplazamiento, de importancia para develar misterios de enfermedades humanas, como el Alzheimer.

Es proverbial la memoria de los elefantes, sobre todo porque jamás olvidan a un maltratador. Los delfines por su parte reconocen a sus congéneres años después de no verlos. Los pulpos y los calamares tienen una complejidad neuronal cuyo conocimiento dará muchas luces sobre las diferentes clases de memoria.

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Emmanuelle Pouydebat, investigadora del Centre National de la Recherche Scientifique y del Museo Nacional de Historia Natural, bióloga y antropóloga interdisciplinar, distinguida con la Legión de Honor de la República Francesa, en un reciente libro: Inteligencia animal. Cabeza de chorlitos y memoria de elefantes (Plataforma actual 2018) nos aporta mucho para entender el presente del ser humano, observando la evolución y la adaptación de los animales y su relación con lo que denominamos inteligencia.

Ya en otros tiempos Michel de Montaigne, en varios de sus ensayos advierte las flaquezas de su memoria y el tiempo, así con minúsculas que es el mejor crítico, ha demostrado la inteligencia y profundidad de las ideas de un autor, clásico como ninguno.

Además, muchos otros pensadores, de Aristóteles a Descartes, pasando por Voltaire y Hume, han resaltado la memoria y la inteligencia de los animales que los acerca más al hombre que a la máquina.

Esto plantea el problema de la memoria y la inteligencia que Jorge Luis Borges ha expresado en ese ejemplo de hipertimesia, de savant que es su personaje Funes el Memorioso, incapaz de olvidar algo y de quien su autor sospecha que: «No era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer».

Considerando entonces nuestra más cercana semejanza, la que creo conocer y he observado durante años: el Homo sapiens poblador de esta esquina de la América equinoccial, en su proceso adaptativo y evolutivo ha desarrollado una memoria selectiva, frágil y parcial, que lo lleva a repetir la historia, una y otra vez, incurriendo en polarizaciones basadas en la reducción a divisiones binarias, referentes todas a una imaginaria división entre: godos y patriotas; carracos y pateadores; Bolivarianos y Santanderistas; progresistas y serviles; liberales y conservadores ; radicales y fanáticos; gólgotas y draconianos; rojos y ministeriales; cachiporros y godos; y así ad nauseam.

La educación acaso pueda acelerar y adaptar nuestro proceso de aprovechamiento de la memoria, para utilizar sus múltiples formas y comprender, por fin, que somos E pluribus unum como reza el sello de un arrollador vecino del Norte y que sí merecemos «una segunda oportunidad sobre la tierra».