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¿Estudiar ciencia política para ser políticos?

Tomás Molina

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La mayoría de estudiantes de ciencia política se ríen o enfurecen cuando algunos de sus familiares les dicen que están estudiando para ser políticos. Lo que les dicen les parece absurdo, porque ellos creen estar estudiando para comprender la política, no para ejercerla.
 

Y sin embargo, sus familiares pueden no estar tan equivocados. La noción antigua de ciencia política o politike episteme va en la dirección práctica que los familiares sugieren. Para Aristóteles era una rama práctica de la ciencia, pues su propósito es la felicidad de los ciudadanos. Por lo tanto, es un conocimiento que quienes ejercen la política deben tener. En ‘El político’, uno de los diálogos más difíciles de Platón, se sugiere al principio que la posesión de la ciencia política es la condición suficiente para ser un político.

Y, como Aristóteles, Platón implícitamente clasifica a la ciencia política dentro de la praktike episteme, en vez de la gnostike episteme, lo que quiere decir que no se persigue por el conocimiento puro, como la aritmética y la metafísica. Estudiar ciencia política, en ambos casos, es una preparación para la práctica real de la política.

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¿Pero en qué consiste esta ciencia política? El Extranjero, uno de los personajes principales de ‘El político’, señala que consiste en el conocimiento necesario para el gobierno. Su objetivo son los seres humanos. ¿Y qué hace con ellos? Los convierte en ciudadanos. Los ciudadanos en algún sentido son el producto de la ciencia política.

Por eso, como Platón muestra en la República, cada régimen político produce unos tipos diferentes de ciudadanos. Esto quiere decir que la ciencia política es práctica. Pero evidentemente no cualquier político posee un verdadero conocimiento de la política. Hay quienes solamente son buenos ganando elecciones, como los sofistas, o ganando guerras, como tantos generales que se volvieron tiranos. Estos políticos son falsos políticos en tanto no tienen la ciencia del gobierno. El que no la tienen es algo que se distingue con claridad cuando se ve cuál es el propósito último de la política: lo mejor.

Nuestras decisiones políticas se toman con una idea de lo mejor, incluso cuando son malas—nadie hace algo malo sin pensar que está haciéndose o haciéndole a otro un bien. Quien vea los propósitos y el resultado de las acciones de los políticos falsos sabe que no tienen un verdadero conocimiento de la política. En efecto, no han llevado a los seres humanos a lo mejor sino que solo han pretendido hacerlo.

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A pesar de todos los cambios desde la época de Aristóteles y Platón, la ciencia política sigue siendo práctica y productiva. Aún quien crea que la ciencia política es meramente explicativa debe conceder que dicho conocimiento puede contribuir a alcanzar ciertos fines. La evaluación de las políticas públicas, verbigracia, puede ayudarnos a encontrar cuáles funcionan y cuáles no, de manera que el saneamiento público, la educación y la infraestructura se desarrollen con mayor eficiencia. La evaluación del funcionamiento del congreso puede indicarnos qué reformas pueden servir y qué reformas no.

En ese sentido, el conocimiento de la política sigue sin ser gnostike, es decir, sigue sin tener un propósito puramente teórico. A pesar de que, por razones que no caben en un texto tan breve, la ciencia política contemporánea carece de la profunda capacidad valorativa que sí tiene la antigua, queda claro que no es una cuestión ajena al mundo de lo práctico. En algún sentido también sirve de preparación para la política. Ya decía el Sócrates de Jenofonte que para gobernar hace falta saber cómo incrementar los ingresos del Estado si uno lo requiere, como administrar los gastos públicos, etc., y todas esas son cosas que la ciencia política actual puede enseñar, al menos si se le pide. De tal manera que los familiares de los estudiantes de ciencia política no están tan equivocados: al estudiar ciencia política uno sí puede prepararse para ser político.