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Historia de Colombia y sus oligarquías

Luis Enrique Nieto Arango

portada

En la pasada nota editorial de esta revista celebramos la aparición de Historia Mínima de Colombia, la magnífica obra de síntesis del Historiador Jorge Orlando Melo, publicada por el Colegio de México, en la editorial Turner.
 

Hoy debemos registrar la aparición, en una muy pulcra y sugestiva edición, del texto Historia de Colombia y sus Oligarquías de Antonio Caballero, verdadero polímata.

Este libro es el resultado de un proyecto de la Biblioteca Nacional de Colombia, bajo la dirección de Consuelo Gaitán, que venía publicándose por entregas en la web de la Biblioteca, con ilustraciones del propio Caballero quien, como se sabe, además de sobresaliente prosista, es un excelente caricaturista.

Como lo advierte el mismo autor, y desde el inicio el lector, este es un libro que va en serio y que, por lo mismo, es un libro de opinión sobre la historia.

Quienes crean que la historia debería ser apologética y hagiográfica, tal como la concebían en el siglo pasado los señores Henao y Arrubla y con ellos muchos venerables académicos, no se hallarán muy cómodos con la lectura de este texto, no exento de humor, pleno de las descarnadas pero verídicas aseveraciones propias del talante del autor.

La observación de que ¡el rey está desnudo! por parte de un niño en el célebre apólogo de Hans Christian Andersen, choca a los muchos que pretenden ver el mundo color de rosa y se resisten a ver in púribus al emperador.

Antonio Caballero, con su aguda mirada de caricaturista y su afilada y castiza pluma, se aproxima a este mundo colombiano acaso con la impertinencia del niño de Andersen pero, en todo caso, con la agudeza del intelectual insobornable.

Resulta una delicia recorrer sus páginas que, en trece capítulos, tratan de los siguientes temas: Los Hombres y los Dioses; En Busca de El Dorado; El Imperio de La Ley; Los Malos y los Buenos; La desgraciada Patria Boba; La Guerra Grande; Guerras y Constituciones (o viceversa); Regeneración y Catástrofe; La Hegemonía Conservadora; La República Liberal; La Violencia; El interminable Frente Nacional y Los jinetes del apocalipsis.   
Podría pensarse que el compromiso, bien conocido, del autor con las ideas progresistas constituye un sesgo insostenible para la pretensión de imparcialidad y de objetividad de la Historia, pero como nos lo enseña el Maestro Jaime Jaramillo Uribe: « ¿La historia misma de la historiografía no nos indica que ha sido la voluntad de servir a una causa la que ha producido las grandes obras de la historiografía moderna?».

Caballero, en su larga carrera de opinador público, siempre se ha expresado con franqueza, con cinismo para algunos, pero con toda la claridad y la coherencia propia de su condición de intelectual insumiso y curado de espantos.   

Esta obra, que en su versión virtual ya se había ganado numerosos lectores, particularmente entre la juventud, ahora en su forma de libro ha sido muy bien recibida por quienes creemos que la historia no es, ni debe ser, acartonada, fría y deshumanizada. Obviamente también ha recibido descalificaciones y una de ellas ha provenido del Economista Santiago Montenegro, doctor de la Universidad de Oxford y dirigente gremial, quien muy en su derecho de ver el vaso medio lleno se irrita con quienes, como Caballero, lo ven medio vacío o, simplemente, vaciado.

De las objeciones que expresa Santiago Montenegro en su columna de El Espectador a la historia de Caballero, son aceptables las de algunas inexactitudes y exageraciones, en todo caso menores y que, aunque inexcusables, no alteran el conjunto de una tan original y amena presentación de nuestro devenir histórico.   
El afán moralista y pedagógico, tipo Henao y Arrubla, nos educó a muchos en la ficción idílica de un país modélico: riquísimo, con dos mares, todos los climas y los héroes y próceres más gloriosos del mundo. De vez en cuando conviene una mirada nueva, refrescante aunque ácida, que nos permita comprender la realidad y, a la vez, soñar con un mundo en verdad mejor. 

La alusión que hace Montenegro a la eventual financiación con dineros públicos de la obra amerita un análisis de costo-beneficio, tan de recibo entre los financistas: ¿Será socialmente más rentable publicar las farragosas, soporíferas y, casi siempre, contrafactuales elucubraciones de nuestros gurús de la crematística o, en cambio, divulgar la opinión de un consagrado e iconoclasta escritor, independiente y crítico?.