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La Cruz de Boyacá y el Bicentenario

Luis Enrique Nieto Arango

365

El Señor Presidente de la República, Patrono del Claustro, mediante Decreto 429 de 18 de marzo de 2019 ha conferido la Orden de Boyacá en el Grado de Cruz de Plata a la Universidad del Rosario, oficialmente Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario.

 

Es este valioso reconocimiento uno más de los que se le han hecho a nuestra Alma Máter por sus 365 años de aporte a la formación de la Nación Colombiana, mediante la tarea educativa desarrollada sin pausa, fiel a la definición del Fundador Fray Cristóbal de Torres quien en sus Constituciones encomendó a los rosaristas la tarea inagotable e inagotada de Ilustrar a la República.

Esa labor cumplida, no sin dificultad, durante tantos años ha hecho que nuestro Colegio Mayor se haya distinguido como Cuna de la República. Valga la pena recordar que ya, con motivo del Primer Centenario de la Independencia en 1919, el acto central de esa fecha fundacional del país se celebró con la mayor solemnidad en el Claustro, tal como lo recoge un libro recientemente reseñado en el blog del Archivo Histórico. Ver aquí.

Como se sabe, la Orden de Boyacá la estableció el libertador Simón Bolívar en reconocimiento a los combatientes que participaron en la Campaña Libertadora de 1819 y su primera imposición se llevó a cabo el 18 de septiembre de ese año durante la celebración del triunfo en la Batalla de Boyacá.

Este 7 de agosto entonces los colombianos conmemoramos el bicentenario de esa acción bélica, que marcó un hito decisivo en el largo y complejo proceso de romper los lazos con un Imperio del cual hacíamos parte desde principios del siglo XVI.

Ahora que se exalta al Colegio del Rosario con la más alta condecoración que concede el país - la cual, por cierto, y como Gran Cruz Extraordinaria, le había sido otorgada en 1953, con motivo del Tercer Centenario del Claustro, a nuestra Patrona la Virgen de la Bordadita- resulta pertinente reflexionar sobre ese largo camino que ha recorrido nuestra civilidad para alcanzar la utopía de una patria para todos, en paz, diversa, incluyente, democrática y, en una palabra, libre y soberana.

Francisco de Paula Santander, que con Bolívar fue uno de los protagonistas de la Batalla de Boyacá, es recordado por la frase que pronunció ante el Congreso de Cúcuta el 30 de agosto de 1821:
colombianos: las armas os han dado la independencia, pero solo las leyes os darán la libertad”.

Este dictum que a veces es motivo de burla y ha dado lugar a la expresión, no del todo afortunada, de santanderismo, expresa algo trascendental, que va mucho más allá del simple apego a la letra escrita, a la forma y, en fin, a la insustancialidad de las normas que no se cumplen y, como letra muerta, constituyen un lastre para alcanzar la democracia.

Ya don Quijote de la Mancha en el discurso de las armas y las letras había elucubrado sobre la compleja relación entre estos dos tan diferentes instrumentos y son muchas las claves que la historia, la política y la ética nos ofrecen demostrando, por una parte, la interrelación entre armas y letras y, por otra, la definitiva supremacía de estas últimas que, aunque frágiles y desprotegidas, a la larga siempre terminan venciendo a la cobarde invulnerabilidad de última ratio de las armas.

Precisamente esta superioridad moral de las letras sobre las armas es la que ha tratado, en sus 365 años, de demostrar la tarea educativa del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, pues es mediante el saber humanista y el conocimiento científico que su aporte a la construcción de la Nación se ha hecho sentir por encima de las guerras y de todas las vicisitudes sufridas por Colombia a través de los tiempos.

Este año, en el cual celebramos el Bicentenario de nuestra Independencia al tiempo que los 365 años de fundación del Claustro, debemos recordar, una vez más, que la paz, tan anhelada y, a la vez, tan difícil de alcanzar es, no solo un derecho fundamental consagrado constitucionalmente, sino, por encima de todo, un presupuesto sine qua non para la viabilidad de la sociedad.

Coda: el asesinato sistemático de líderes sociales, al cual ya nos habíamos referido hace dos años en estas columnas, constituye una aberración más de los enemigos agazapados de la paz que, cobardes, despistados, equivocados y mal intencionados se resisten aceptar el triunfo de las letras sobre las armas o como diría el inolvidable maestro Darío Echandía, que es mejor echar paja que echar bala. Ver aquí.