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La decisión: el activo que marca la diferencia

Felipe Cardona

La-decisión

“La vida es un caballo y de ti depende llevar las riendas o bien que ella te lleve a su antojo”
Gregory Mcdonald

No hay forma de anular la competencia en el contexto empresarial. Todo lo contrario, cada día surgen nuevas iniciativas de negocio que representan una amenaza sustancial.  En este escenario tan exuberante sólo queda un camino para marcar la distancia: El capital intangible.

Las ventajas comparativas hoy se expresan en términos distintos: El talento, la creatividad y la recursividad marcan la pauta. Por eso las empresas que pasan por alto estos nuevos activos tienden a quedarse estancadas.

Este nuevo paradigma de empresa rescata la gestión como pilar en el quehacer diario:  Lo que augura el camino al éxito no son los recursos sino como éstos se administran y es por eso la prosperidad está estrechamente ligada a la toma de buenas decisiones.

En su libro Manejo de Problemas y toma de decisiones, el psicólogo Mauro Rodríguez hace una cartografía de las acciones del hombre en el momento de hacer los negocios. Para el autor mexicano la vida humana gira en torno a dos polos: los hábitos y las decisiones. Los hábitos representan el mundo del automatismo, es la rutina infestada de caminos trillados y lugares comunes. Por el contrario, en el otro costado está el ámbito de las decisiones. Es bajo este marco que se reconsideran las rutas y se ponderan las alternativas.

Amparados en la tesis de Rodríguez podríamos afirmar entonces que hay dos tipos de empresarios: Primero tenemos al que actúa de acuerdo a los hábitos y sigue una lógica de la desaprensión. Si quisiéramos hacer una analogía podríamos considerarlo un jugador de póker que elije una carta al azar y espera las posibilidades que le pueden augurar el éxito o el fracaso. Es pues un hombre arrojado a la lógica del juego y las infinitas posibilidades donde puede ganarlo todo o perderlo en una sola jugada. 
 

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Por el contrario, tenemos la otra tipología del empresario: Se trata del hombre cuya ocupación principal está vinculada al ámbito de las decisiones.  Su gestión se orienta a ponderar las posibilidades y escudriñar los posibles efectos de la elección para reducir los riesgos empresariales y sacar mejor provecho de las situaciones.

A comienzos del siglo XX, Pávlov aseguró que los seres humanos sólo responden y toman decisiones de acuerdo a estímulos. El psicólogo ruso tenía la creencia de un hombre pasivo que sólo se moviliza cuando recibe un impulso exterior. Aunque hoy en día nos parezca una tesis irrisoria, hay empresas que le dan la razón a Pavlov: " Saco una nueva línea de producto sólo sí el cliente me lo pide” ó “Yo sigo las tendencias, ya todo está inventado”.

Algo que deben tener en cuenta las empresas para cruzar esa frontera del conformismo en los negocios es que la decisión no debe condicionarse estrictamente a influjos externos, por el contrario, debe ser una actitud previa al estímulo.

Un ejemplo para ilustrar este estadio de precaución empresarial en el momento de la toma de decisiones es el de los ingenieros y arquitectos modernos que edifican construcciones para que resistan los embates de la naturaleza. No es necesario que un terremoto destruya los edificios de una ciudad para tomar medidas preventivas. Es más, puede que se inviertan millones para implementar una estructura inexpugnable que resista cualquier cosa y nunca se haya presentado un terremoto o nunca se vaya a presentar. En los anaqueles populares hay un dicho que dice que el hombre prevenido vale por dos. En los negocios el hombre prevenido vale por tres.

En este punto tenemos claridad sobre el estatus de la decisión y su importancia en las pequeñas y medianas empresas. El camino que nos compete ahora es aclarar cómo hacemos para tomar una buena decisión empresarial.

El economista colombiano Ignacio Vélez, que por muchos años se ha dedicado al estudio de la toma de decisiones en Pymes, propone un modelo efectivo en la toma de decisiones. Para él hay 4 fases al momento de decidir: la primera es la identificación y definición del problema, la segunda es la búsqueda de alternativas, la tercera es la evaluación de las alternativas, y la cuarta, la ejecución y control.  

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Quizá de todas estas fases que nos propone Vélez la más importante es la primera. Einstein decía: “Si se me concede sólo una hora para resolver un problema del que dependiese mi propia vida, yo dedicaría 40 minutos a estudiarlo, 15 minutos a revisarlo y 5 minutos a resolverlo”. Aunque muchas, por no decir la mayoría de las decisiones las tomamos bajo presión y en momentos extenuantes, hay que tomarse su tiempo y reflexionar: los mayores errores de la humanidad resultan de resoluciones que se han tomado a la ligera.

En la segunda fase y tercera fase, que es la evaluación y elección de las alternativas, se presenta una división de los teóricos respecto a como hacer la elección. ¿A qué obedecemos, a la razón o la intuición? Un lobo del mundo de los negocios que lleve décadas como gerente una empresa dirá que el olfato, o sea la intuición, es lo más importante a la hora de tomar decisiones. Mientras que un ejecutivo recién egresado que entre al mundo de los negocios optará por la razón.

Lo mejor es hacer una síntesis, porque ambos modos de abordar un problema dan resultados. Benjamin Franklin tenía un método de análisis que siempre le resultó efectivo: “Mí método es dividir media hoja de papel en dos columnas con una línea: en una escribo los pros y en otra los contras”. Lo mejor en estos casos es la síntesis.

En la última fase debe tenerse la descentralización en la ejecución de las decisiones. Crear un clima psicológico de mutua aceptación y someter nuestra elección al juicio de los demás. Para ser exitosos en los negocios hay que anestesiar los egos y aceptar las propuestas más inesperadas.

Concluimos entonces que la decisión no es algo esporádico sino un proceso. Las empresas deben tener un soporte ante cualquier decisión. Siempre debemos actuar secundados y seguir una ruta. Sin embargo, no se trata de ir por las rutas del hábito sino de la introspección. La capacidad de mirar hacia el interior al margen de las presiones del mundo es el recurso más invaluable, un recurso que pocos tienen pero que resulta definitivo para las empresas que quieren marcar la diferencia.