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La hora de las ciudades

Manuel Guzmán Hennessey

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El próximo mes de octubre se  renovará, en Colombia, el gobierno de las ciudades. Es una buena ocasión para que los ciudadanos piensen en el nuevo papel que las ciudades tienen frente a la crisis climática.

 

Lo primero que deberían tener en cuenta es que antes de la publicación, en octubre de 2018, del Informe Especial del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) se consideraba que el punto de inflexión (nivel crítico en cual el clima cambia del estado estable al inestable) en el aumento de la temperatura promedio de la Tierra era de 2 ºC. Ahora se sabe que el punto de inflexión es de 1.5 ºC. Si superamos este umbral, según los científicos del IPCC, la sociedad tendrá que hacer frente a consecuencias devastadoras, entre otras la pérdida de ecosistemas enteros y especies, la disminución de los casquetes polares y el aumento del nivel del mar, intensas olas de calor y sequías y aumento de la intensidad y la frecuencia de fenómenos meteorológicos extremos.
 
Ahora bien, para detener esta catástrofe ya no basta el Acuerdo de París (link is external) de 2015 (COP21). Los científicos han explicado que para limitar el calentamiento global a 1,5 °C en lugar de 2 °C, como se establece en este Acuerdo, las emisiones netas globales de carbono (CO2) deben disminuir, antes de 2030, alrededor de un 45% respecto de los niveles de 2010, hasta alcanzar el “cero neto” hacia 2050. Pero el Acuerdo de París tan solo establece metas de reducción de emisiones que en promedio rondan el 25%. Es por esto que, hoy, ya no alcanza su nivel de ambición global.
 
¿Qué hacer? El IPCC lo dice: “cambios de gran alcance y sin precedentes”. Se refieren, básicamente, a medidas de reducción de emisiones de carbono. Las emisiones acumuladas de dióxido de carbono (CO2) y el aumento promedio de la temperatura de la Tierra están relacionados directamente con la producción y el consumo de combustibles fósiles. La consecuencia es un calentamiento global sin precedentes: los últimos tres años han sido los más cálidos de la historia.
Conviene explicar un poco en qué se fundamenta la certeza de los científicos para concluir que sentar las bases de una sociedad sin carbono de aquí a 2030 es una prioridad, especialmente, de las grandes ciudades. Según ellos, es posible lograr una sociedad libre de emisiones de carbono. Y no se trata de una sociedad “alternativa” ni de un modelo social experimental; la “descarbonización” es la nueva condición de viabilidad de la vida en el planeta.
Entre las fuentes más autorizadas está la Agencia Internacional de la Energía (IEA(link is external)) que cada año, desde 1977, publica el informe World Energy Outlook (WEO(link is external)). A partir de sus análisis puede concluirse que los nuevos actores de la lucha contra el cambio climático –los grupos no estatales conformados por ciudadanos, empresarios, gobiernos de ciudades y universidades– han asumido un papel de articuladores de la descarbonización. Múltiples plataformas muestran las acciones climáticas de estos nuevos actores, y son ejemplo de una transición que avanza, algunas veces a mayor velocidad que el cumplimiento de las metas de sus propios países. He aquí algunas de estas nuevas certezas que animan a la esperanza.
 
Ante todo, la tasa de crecimiento de la capacidad instalada de la energía solar fotovoltaica superó en 2016 a las demás fuentes. Luego, los costos de las nuevas instalaciones se redujeron desde 2010 en un 70 % para la energía solar fotovoltaica y en un 25 % para la energía eólica. A esto debemos añadir que el costo de las baterías fotovoltaicas se ha reducido en un 40%. Por otra parte, entre 2020 y 2050, la suma de las energías eólica y solar proporcionará el 48% de la electricidad total. Y el Consejo Europeo fijó nuevos objetivos a alcanzar en 2030: un 40% de reducción de emisiones de carbono, un 27% de energías renovables en la mezcla energética y una mejora del 27% en eficiencia energética.

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Hoy es posible una sociedad descarbonizada a condición de que concentremos las acciones climáticas de transición en la gestión de las ciudades y de que emprendamos estas acciones de manera articulada y colaborativa a escala internacional entre 2020 y 2030.

¿Por qué debemos comenzar por las ciudades? Porque producen tres cuartas partes de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) dependen de las ciudades, y estas consumen dos tercios del total de la energía del mundo. Alrededor del 70% de las ciudades del mundo ya se enfrentan a las consecuencias del cambio climático, y casi todas corren peligro. Hacia 2060, más mil millones de personas vivirán en zonas urbano-costeras de poca altitud, la mayoría en países en desarrollo.

Estas cifras, tomadas de la especialista Bahareh Seyedi, asesora del PNUD en materia de políticas relativas al clima, presentan un panorama de la vulnerabilidad de las ciudades al cambio climático e inducen a la reflexión.
Es evidente que las ciudades tendrán que elaborar un plan de acción climática antes de que termine el año 2020 –es decir, en muy poco tiempo– para limitar el calentamiento a 1,5 °C y adaptarse a las repercusiones del cambio climático. Los planes de acción pueden estructurarse a partir de tres ejes: la reducción de las emisiones de CO2, el aumento de la resiliencia y la educación.

La reducción de las emisiones de carbono abarca la transición de los sistemas de transportes, la eficiencia energética, el manejo integrado de residuos y el fomento del reciclado, así como la renovación de las infraestructuras urbanas para alcanzar esquemas sostenibles. El aumento de la resiliencia debe partir del reconocimiento de que las ciudades son sistemas complejos y por lo tanto deben responder de manera compleja a los efectos del cambio climático. Este eje incluye la adaptación de los territorios al cambio climático, el manejo y la prevención del riesgo, fortalecimiento de los sistemas de economía circular y local y la puesta en marcha de sistemas de energía descentralizados (para la generación, distribución y comercialización de excedentes de energías renovables). En este sentido, es esencial educar a los ciudadanos, especialmente de los más jóvenes, para que puedan ejecutar las transiciones de una manera ordenada pero acelerada.

 

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Las ciudades que sigan la ruta “cero carbono” deberán combinar lo mejor del diseño urbano y la tecnología digital de punta para hacer frente a estos desafíos.

Tendrán que conseguir calles libres de combustibles fósiles adquiriendo únicamente autobuses que no contaminen y asegurar que importantes zonas de sus ciudades reduzcan a cero sus emisiones para 2030;
También es importante que logren “descarbonizar” los edificios, aprobando reglamentos o diseñando políticas que garanticen que los edificios nuevos que se construyan de aquí a 2030 no generen emisiones netas de carbono y que esa medida se aplique a todos los edificios de aquí a 2050.

Otra de las medidas más destacadas sería reducir los residuos que se generan en al menos un 15 % per cápita de aquí a 2030, y, en al menos un 50%, la cantidad de residuos sólidos municipales que se envían a vertederos o incineradoras.

Por último, las ciudades tendrán que aplicar en los relativo al clima medidas de gran repercusión social que consigan importantes beneficios medioambientales, sociales, económicos y de salud, principalmente en las comunidades vulnerables y de bajos ingresos.

Nota: Algunos de los puntos de este artículo fueron publicados en el artículo “Cero carbono: empezar por las ciudades”, revista Courrier de Unesco (Guzmán Hennessey, París, 2019).