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Nostalgia de San Patricio

Jairo Hernán Ortega Ortega

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Para quienes hemos tenido hijas, o hijos, llega un momento clave en la vida y es escoger el colegio en el cual van a empezar sus estudios.

Hoy por hoy considero que el proceso es aún más complejo que escoger la universidad en la cual quieran cursar su carrera ya que en esta situación ellos participan de manera activa. Para lo del colegio todo empieza dialogando con nuestra pareja, diálogo que persiste durante todo el proceso de selección y elección, e incluso cuando ya han ingresado al colegio escogido; las preguntas frecuentes y dudas de haberlo hecho bien o mal siguen rodando de vez en cuando y, a veces, continuan flotando en el ambiente, en nuestra mente y en nuestros corazones una vez ingresan. 

En lo que se refiere a nuestra hija mayor vivimos esa experiencia. Con mi esposa investigamos, de primera mano, a través de familiares y amigos; luego en folletos o revistas que informaban sobre el tema. Para esa época pocos colegios se promocionaban por Internet. Y es cuando empieza la andanada de recomendaciones de la amiga de la amiga de la amiga, o de la familiar de la familiar de la familiar y etc. En un momento dado optamos por una institución en la cual cumplimos un proceso bastante riguroso, engorroso y pomposo. Pensamos que ese era.

De pronto, llegó a mi recuerdo lo que dijo una compañera de carrera cuando el primer día de Universidad cada uno se presentaba diciendo su nombre, el motivo por el cual había elegido estudiar la carrera y de qué colegio era egresado. Ella dijo, muy contenta: del Colegio San Patricio, que queda en las Colinas de Suba. No sé por qué, en ese momento, imaginé algo muy al estilo de los colegios de la campiña inglesa, como los que se ven en las películas. Ese instante se me quedó grabado. Mi cerebro ya sabía que algún día iba a hacer uso de ese registro, yo ni lo intuía.

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Se lo comenté a mi esposa y nos dimos a la tarea de ubicarlo. Por la dirección fue un tanto difícil llegar, pero al estar allí, efectivamente, mis neuronas evocaron, tal cual, las instituciones inglesas para señoritas. No es que, en general, quisiéramos una entidad educativa exclusivamente femenina, pero, en particular, sí. Al menos para esa época porque nuestra niña estaba muy chiquita (pensamientos sobreprotectores de padres). 

El ambiente de la casona y todo el campus nos llenaron del aire puro que allí se respira, pero lo que más pesó fue la calidez del personal que nos atendió y la honestidad y profesionalismo de la maestra, quien iba a ser directora del curso de la niña, de nuestra niña, nuestra primera hija. San Patricio pregonaba que era “un lugar para crecer”. Salimos satisfechos, con uno que otro reparo por parte de mi esposa, reparos muy del instinto protector de madre. Yo me hacía el valiente; por dentro se me arrugaba el corazón al saber que nuestra dulce chiquilla ya iba a entrar “un colegio grande”.

 

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El Colegio San Patricio tiene como propósito contribuir a la construcción de una sociedad más incluyente, a través de la educación de mujeres comprometidas en la elaboración de un proyecto de vida significativo, contemplando el desarrollo de todas sus dimensiones, el compromiso social y ambiental, la participación democrática y un seguimiento individual que impulse todo su potencial académico y personal para actuar en un mundo globalizado

El 9 de febrero de 1959, en una casona, de las de aquella época, ubicada en el barrio Antiguo Country, en Bogotá, inició sus labores pedagógicas el Colegio San Patricio. Inicialmente fue mixto, pero su vocación lo llevó a convertirse en femenino. Su fundadora, Emma Gaviria de Uribe, Emmita, como la llamábamos con cariño, lo hizo para responder al cambio de lo que en ese momento se denominó “La Nueva Escuela” o “Escuela Activa”, queriendo ofrecer al país una propuesta educativa moderna y diferente organizando un colegio bilingüe por lo cual se denominó  Saint Patrick´s School, tomando como patrono al obispo irlandés San Patricio, junto con su trébol, que representa la Santísima Trinidad y el color verde de la esperanza. En 1968 su crecimiento lo lleva a trasladarse a la casa de la Curia de Usaquén, para 1973 se instala en una sede propia en el sector campestre de Provenza, en las colinas de Suba, en una bella e imponente mansión estilo villa italiana, donde aún permanece. Es notable la importancia que le da al arte y las humanidades, a la enseñanza personalizada, al trabajo social y a los valores humanos y humanitarios, sin dejar de lado el fomento de las ciencias y materias básicas. 

Me atrevo a describir, en este corto espacio, fragmentos del legado pedagógico de Emmita Gaviria de Uribe, quien falleció el 15 de septiembre de 2005, pero que aún siguen siendo de una aplicación dinámica, presencial y actual.  Borrón y renglón nuevo. Abrazar la diferencia. Convivir para vivirNuestra época ha eliminado la contemplación para sustituirla por la participación dinámica y consciente de los hombres en las decisiones de autoridad y, así, del resquebrajamiento de las jerarquías estáticas emerge el formidable instrumento de la participación racional de los gobernados”. Muchos de sus conceptos los emitía ante situaciones vividas en el país y su filosofía educativa la plasmaba en los discursos de graduación. La convicción democrática supone que cada individuo tiene algo que contribuirLa vida sólo puede ser entendida mirando hacia atrás, pero debe ser vivida hacia adelantePromover la libertad humana, en el sentido en que la entendían Rousseau y Montesquieu, es el mejor aporte que puede hacer un colegio a una época, a una sociedad en permanente movilidad, sometida a la incertidumbre por la transformación de valoresEl ideal de la humanidad actual es el amor, entendido como un deseo de paz, desarrollo armónico, igualdad y fraternidad entre los hombres.

 

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Estudiar su obra pedagógica y didáctica es de obligación para los procesos educativos que actualmente perviven en Colombia en la búsqueda de una educación que forme en valores. Así se percibe en muchos de sus manifiestos: Colombia y el mundo atraviesan una crisis de valores a la que no escapa ni siquiera la iglesia. El papel del colegio ha sido ayudar a las alumnas a descubrir su propia escala de valores, desde la perspectiva de su rol como mujeres y como fundamento de la familia y de la sociedad. Toda la filosofía que, a través de Emmita, ha inspirado y seguirá inspirando al Colegio San Patricio, se podría resumir, entre muchas, en esta frase de su discurso de graduación para la promoción 1972: Educar es facilitar a otros la tarea de ser, de pensar por sí mismos, de ser autónomos y de analizar los problemas personales y nacionales para asumir actitudes honestas frente a la vida y la humanidad

El Dr. Diego Uribe Vargas, esposo de Emmita y quien fue Ministro de Relaciones Exteriores siempre la apoyó en su labor educativa y en el proyecto social del barrio La Gaitana en Suba. Ese apoyo familiar hoy sigue activo por medio de una de sus hijas, Angélica Uribe Gaviria, quien es la presidenta de la Junta Directiva del colegio. Además, el fuerte legado pedagógico de Emmita está salvaguardado por un grupo de exalumnas que desde la docencia siguen vinculadas al colegio, como Paulina Encinales de Sanjinés, quien la sucedió como rectora y desde febrero del presente año ocupa un puesto en la Junta Directiva ya que fue nombrada en la rectoría del colegio Adriana Molina, quien es graduada de la Universidad de Los Andes y con Maestría en Educación de Harvard. A Adriana le tocó asumir el reto de orientar al colegio en tiempos tan convulsionados, lo cual ha hecho con éxito. En la vicerrectoría continúa, otra egresada muy destacada, Patricia Álvarez Salgar.  Menciono tan solo a algunas de sus valiosas exalumnas que siguen trabajando en el proyecto educativo de Emmita, porque hay muchas y no quiero ser injusto si dejo a alguna por fuera. Ellas, en equipo con los demás profesores y profesoras, junto con todo el personal administrativo, asistencial y logístico, han hecho del San Patricio un colegio cada día más grande, no sólo en lo físico, también, y más, en lo académico, con creces y logros destacados y notables. 

En diversos ámbitos del quehacer colombiano, y en diferentes momentos, se han destacado muchas egresadas. 

Nombro a algunas, contemporáneas, y los cargos en que se desempeñan o desempeñaron: María Jimena Duzán Sáenz, periodista; María Paulina Riveros Dueñas, ex Vicefiscal General de la Nación; María Elvira Pombo, diplomática de carrera; Ángela Escallón Emiliani, directora ejecutiva de la Fundación Corona; Mónica Contreras Esper, gerente de PepsiCo para Colombia; Paula Natalia Rodríguez Sabogal, profesora de Medicina en la Universidad de Miami; Margarita Matiz Bergfeldt, diseñadora industrial para la Agencia Espacial Europea; Camila Zuluaga Suárez, periodista; Beatriz Eugenia Orozco Monroy, biofísica Universidad de los Andes; Sonia Durán, ex alcaldesa de Bogotá; María Fernanda Cardoso, artista plástica; Martha Álvarez, ex gerente de Carbocol y de Publicaciones Semana, y Ángela Calvo, ex vicedecana de filosofía de la Javeriana. Representan tan solo una muestra del extraordinario talento humano egresado del Colegio San Patricio. Todas destacan el concepto de cogobierno que estrenó Emmita, el cual consistía en que se tomaran las decisiones por consenso entre directivas y alumnas, con la premisa de que al obtener derechos también adquirían responsabilidades. 

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Nuestra hija mayor estudió en San Patricio desde Prekínder hasta Grado 11; acompañarla en su proceso de formación y crecimiento, personal y académico, fue lleno de experiencias y emociones.  Cuando terminó el bachillerato, hace 4 años, empezamos a pensar que dejaríamos de vivir muchas situaciones y eventos que nos relacionaban, en comunión, con el colegio. No duró mucho la preocupación ya que nuestra hija menor seguiría estudiando allí, ella también ingresó desde Prekinder y se graduó de Bachiller hace 2 años. Ahí sí empezó a invadirnos la tristeza de no volver al colegio. Sin embargo, continuamos asistiendo, colados, a los días de San Patricio, al fabuloso Concierto Musical en el que intervienen todas las alumnas y a la Verbena, siempre colaborando, para participar en ese extraordinario bazar del alma, el corazón, la creatividad y la solidaridad. 

Todo esto lo escribo porque en estos tiempos, en que nos confinó y limitó un virus inentendible, en un momento dado sentí que algo hacía falta en ese complejo 2020 que acabó de terminar, algo que me llevaba a una situación de ansiedad inexplicable. No era solo lo impuesto por el aislamiento social y físico.  Una noche, aprovechando que, por fortuna, cenamos en familia – no todo lo que ha traído el coronavirus es malo – le comenté a mi esposa e hijas lo que estaba sintiendo. Coincidieron en manifestar sensaciones parecidas y empezamos a desahogarnos al respecto; de pronto mi esposa relacionó que la cuarentena se había iniciado en marzo y esa medida nos había truncado todos los planes que teníamos de ir al colegio para disfrutar la celebración del día de San Patricio, el martes 17 de marzo. 

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Era verdad, nos habíamos perdido esa hermosa fiesta porque las medidas epidemiológicas lo impidieron. Pensar en ello nos produjo tristeza. Una de nuestras hijas recordó que, en un momento dado, hicimos planes para asistir a la Verbena que por lo general se efectuaba en septiembre. Por momentos tuvimos esperanza de que para ese mes se hubieran suspendido las medidas de aislamiento y podríamos ir a disfrutar un domingo de sol en los bellos parajes campestres del colegio, volver a encontrarnos con viejos amigos, comer salpicón, probar las mejores hamburguesas o el inolvidable ajiaco típico de las niñas de 11; gozar de la música y comprar miles de boletas con la esperanza de ganarnos en la tómbola desde un tajalápiz hasta una bicicleta profesional de marco de carbono. Ahí comprendimos la causa de nuestra melancolía. No haber compartido, ese año 2020, parte de nuestras vidas, con el Colegio San Patricio, como antaño lo hicimos, era la causa de nuestra nostalgia.

Sabemos que el colegio enfiló todo su talento humano y tecnología a continuar con la obligada educación por acceso remoto o virtual, pero con los mismos cánones de calidad, calidez y solidaridad que lo caracterizan. Eso fue un compromiso conjunto entre directivas, docentes, estudiantes, colaboradores y, cómo no, padres de familia.  Compromiso que, aunque se constituyó en un enorme reto, ha obtenido resultados exitosos. Como lo expresó Paulina, en la Revista Semana, destacando la importancia de dar un giro al currículo escolar en una situación como la actual: Hoy en día existe una gran riqueza de información y cualquiera puede acceder a ella a través de su teléfono inteligente. La labor de los docentes es guiar a los estudiantes para que ´aprendan a aprender´.  

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Con mis hijas, sanpatricianas, y mi esposa, queremos dedicar estas letras a las alumnas de Grado 11 de la Prom 2020 del Colegio San Patricio. Sabemos que su último año escolar fue totalmente atípico, pero el espíritu de San Patricio y las inolvidables enseñanzas de Emmita están en ellas. Tuvieron, al menos, la posibilidad de recibir su grado, con las debidas medidas de prevención, en los amados e inspiradores salones de la villa con el calor humano de sus compañeras, pero a la debida distancia; con el afecto y admiración, a más de dos metros, de sus profesores y el amor que palpitaban sus padres. Sentirán nostalgia de partir del colegio hacia otros rumbos, a enfrentar un mundo distinto, y compartirán con nosotros esa saudade. Pero, al igual que nosotros, prometan volver apenas se pueda. ¡Volveremos! Así este nuevo año, 2021, nos esté imponiendo otra vez la agenda del confinamiento ¡Volveremos al San Patricio!

NOTA BENE: Lamento el fallecimiento del Dr. Luis Eduardo Nieto Arango, acaecido el 20 de octubre de 2020. Siempre le agradeceré que, siendo director de la Revista Nova et Vetera, me hubiera aceptado como columnista permanente animándome, siempre, a escribir.