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¿Para qué la filosofía?

Manuel Guzmán Hennessey

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Viene de cuando en cuando el tema a los medios. ¿Pará qué sirve la filosofía? Pero esta vez, envuelta en los miedos y las incertidumbres que deja una pandemia, la pregunta merece una mirada.

Podrá parecer que hoy, cuando la economía ocupa la prioridad de todos (¿cómo recuperarnos de la crisis?)  la filosofía no es lo que debería atraernos. Pero resulta que lo que aquí nos falta ella nos lo podría dar: pensamiento crítico, reflexivo, analítico, visión ética y orientación moral; recursos para vivir mejor pero, también, para reunificar el conocimiento. Y sobre todo, para fomentar el diálogo y los vínculos entre el arte y la ciencia, entre la religión, la biología, la tecnología, la economía.

Pero la filosofía sirve (es mi opinión) ante todo para ver mejor el mundo (este mundo), desde cierta perspectiva (muy necesaria) iconoclasta.

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Escribía Mayte Rius hace unos años que se acostumbra a creer que hablar de filosofía es hablar del ser, del alma, del sentido de la vida, del bien y del mal, de la moral... Pero cuando se hojea el último libro de quien está considerado como el filósofo francés contemporáneo más relevante a escala europea uno ve que reflexiona sobre los domingos, la fiestas de Navidad o Semana Santa, la moda, las vacaciones, los padres, los celos, las estaciones o la inmigración. Los artículos de André Comte-Sponville recogidos en El placer de vivir (Paidós) versan en su mayoría sobre la vida cotidiana actual, pero en ellos no faltan referencias a Platón, Spinoza, Santo Tomás, Epicuro, Montaigne, Kant, Séneca... ¿Qué tienen que ver pensadores que vivieron hace cientos de años con los problemas o la visión del mundo de hoy? “De los filósofos clásicos podemos aprender, por ejemplo, que la vida es difícil; nos permiten entender que las dificultades que hoy afrontamos no son consecuencia de la crisis de la que tanto se habla; que desde que existe la humanidad la vida ha sido difícil y que la felicidad no es tener una vida fácil, sino que amar la vida es amar también sus dificultades”, responde Comte-Sponville.

Pues bien, he recordado todo esto a raíz de un libro de Comte Sponville: Invitación a la filosofía. Doce introducciones que constituyen una puerta de acceso, entre muchas posibles, a la filosofía. Vale la pena leerlo.
Otros filósofos han subrayado, por estos días, que una de las utilidades de la filosofía es contribuir a la reflexión sobre los grandes problemas de la actualidad. Javier Echegoyen Olleta, por ejemplo, escribe que la filosofía tiene mucho que decir, hoy, sobre la ecología, los derechos humanos, los derechos de los animales, los riesgos de la ingeniería genética, la interculturalidad, el sistema productivo o nuevas formas de participación ciudadana.

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Sergio Fajardo - De Sergio Fajardo Valderrama - CC BY 2.0

La modernidad se empecinó en parcelar el conocimiento en compartimientos estancos. Y la posmodernidad (ese horror) cerró con doble llave esos compartimientos para que sólo fluyera el saber especializado de cada disciplina, y los integradores de todas las ideas: los filósofos, los humanistas, los artistas, fueran considerados raras avis, en la sociedad de las cosas medibles.

Pero, según Bruno latour, la filosofía hoy sirve para muchas cosas, entre las cuales el análisis de las cosas concretas, no escapa, al cada vez más expansivo ámbito de su estudio y aplicaciones. Y Latour me cae como anillo al dedo porque en su libro "Nunca fuimos modernos", que es, sí señores, filosofía contemporánea. O si ustedes lo prefieren, ese tipo de reflexión filosófica posmoderna que logra la adecuada sincresis de muchos saberes, y plantea un pensamiento integrador capaz de mover, incluso, el cotidiano examen sobre el valor de las cosas concretas. Allí Latour me parece la mejor respuesta a la pregunta sobre la utiliodad de la filosofía. Y es el perfecto ejemplo del filósofo de hoy, precisamente porque no es filósofo de formación, sino ingeniero, de la escuela de Minas de París Hoy se ocupa más de la etnografía, la sociología y la antropología que de la ingeniería, lo cual sugiere cierto tipo de evolución profesional no infrecuente en el mundo de hoy. Evolución que se podría definir como el paso que se da entre la vieja ciencia de los compartimientos estancos y la nueva ciencia del caos y la totalidad. Como el paso entre la modernidad y la posmodernidad. Como el salto cualitativo entre el saber fragmentado y la actividad filosófica entendida como "faro de todas las ideas". Latour lleva a cabo otros trabajos que confirman lo que vengo afirmando: es director de la cátedra "controversias científicas" y profesor desde hace 20 años en el London School of Economics y en el Departamento de Historia de las Ciencias de la Universidad de Harvard. Sin que todo ello le quite tiempo, y en cambio sí, le agregue perspectiva, para curar la exposición de arte contemporáneo Iconoclastia, exhibida en varias ciudades de Europa. Iconoclastia es una incitación a una nueva forma de visión, llevada a cabo desde el arte de hoy, su subtítulo (Beyond the Image Wars in Science, Religion, and Art ) sugiere cierto procedimiento ceguera o acaso anorexia de la visión, que caracteriza las sociedades de nuestro tiempo.