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¿Por qué es tan popular la demagogia punitiva?

Tomás Molina, Ph.D.

Demagogo

La demagogia es una táctica política que consiste en mentir, manipular, adular y prometerlo todo, con tal de conseguir el (o más) poder.

Uno puede decir que en el terreno punitivo los demagogos nos quieren hacer creer que las penas más altas tienen como consecuencia un descenso drástico en los crímenes. Vean que con la cadena perpetua por fin vamos a castigar a los ladrones y violadores.

A los políticos les gusta porque les da puntos entre ciudadanos cansados de ver a los criminales impunes. Uno puede pensar en dos explicaciones de este fenómeno. La primera es que ni los políticos ni los ciudadanos son conscientes de la complejidad detrás de las políticas públicas que pretenden reducir los crímenes. Las penas más altas no disuaden a nadie en un país donde la impunidad reina y donde, en todo caso, la mayoría de la gente no sabe cuál es la pena que corresponde a cada delito. Además, los crímenes son el producto de dinámicas económicas, ideológicas, políticas, etc., que la sola severidad de las penas no elimina. Al contrario, puede agudizarlas. Pongamos el caso de la violación de mujeres. Si uno está interesado en bajarla, seguramente tendría que pensar en cambiar la fantasía masculina clásica que ve a las mujeres como tentadoras que en el fondo quieren (o deben) ser violadas; en las desigualdades de poder y riqueza que permiten que tantas violaciones sigan impunes; en mejorar el acceso a la justicia, entre muchos otros factores. 

La segunda explicación va por el camino de la interpasividad. Seguramente mucha gente no sabe lo complejo que puede ser bajar un crimen. Pero creo que en el fondo esta explicación, además de soberbia, se olvida de algo muy importante. La interpasividad, como lo explica Robert Pfaller, consiste en delegar nuestro goce a un medio interpasivo. Un Otro anónimo ríe, juega, ora y hasta tiene sexo por nosotros. Pfaller dice, por ejemplo, que una persona que va a la iglesia y enciende una vela está delegándole a la vela la obligación de orar. El creyente puede irse enseguida, precisamente porque la vela es su delegada. Siente, por eso mismo, como si hubiese cumplido su obligación religiosa y ritualística. Las plañideras son otro ejemplo: al llorar ellas por el muerto, uno se descarga de la obligación de llorar y siente, de modo simultáneo, como si en realidad lo hubiera hecho. Un ejemplo más actual es el de los “Let’s play” en Youtube. Si usted no tiene tiempo o plata para jugar un videojuego, siempre puede delegarle el goce a otro: en el “let’s play”, otro juega por usted y usted goza por medio de ese otro. Otro ejemplo es la descarga compulsiva de PDFs que usted nunca leerá (y usted lo sabe muy bien). ¿Para qué bajarlos entonces? El que estén en el computador significa que este los ha registrado, que están ahí, que, en suma, han sido virtualmente leídos. En todos estos casos, nuestro goce, es decir, algo que asociamos con nuestra vida interior, queda afuera de nosotros mismos.

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Cesare Beccaria -Dei delitti e delle pene - Dominio Público

Así como la plañidera puede llorar en nuestro lugar (lo que quiere decir que hemos llorado virtualmente), creo que el código penal puede castigar en lugar de los jueces (lo que quiere decir que los criminales han sido castigados virtualmente). Por eso la demagogia punitiva es tan popular. Lo importante es la satisfacción psicológica que ofrece, precisamente por la ausencia de un castigo real. Muchos saben que la tasa de impunidad es altísima, casi nadie ve a la justicia hacerse realidad. Por eso, si el violador de niños no va a ser castigado realmente, es preciso que por lo menos sea castigado virtualmente.

Es satisfactorio saber que por lo menos el gran Otro reconoce la gravedad del crimen y que quiere castigarlo. No es, entonces, que la gente sea ignorante y simplemente no entienda la complejidad de los fenómenos, es que ha delegado el goce del castigo a una agencia puramente virtual: el código penal. El código goza por nosotros al castigar virtualmente al transgresor de la ley. De hecho, podemos desentendernos del castigo real, de la obligación de perseguir a los criminales, porque el código virtualmente ya reconoce su castigo, lo cual resulta psicológicamente suficiente desde la perspectiva del goce. En el caso de la plañidera no hubo lágrimas de nuestra parte; en el caso del código penal violento no hubo cárcel para el violador, pero en ambos sí hubo una descarga de nuestra obligación de gozar a una agencia virtual y, en última instancia, anónima. En suma, la demagogia punitiva surge no porque la gente ignore las complejidades de las políticas públicas, o porque ignore que el sistema judicial es ineficiente, lento, muchas veces incompetente, comprado, etc., sino precisamente porque sabe eso. La demagogia punitiva es una manera de compensar, de tener una satisfacción sustitutiva, incluso alucinatoria, fantasmática, de aquello que se desea.

Eso nos lleva a otras cuestiones: ¿por qué solo es posible relacionarse con el crimen a partir de la fantasía del castigo? ¿Qué goce deriva el sujeto de esa fantasía? Pero esos son problemas para otro artículo.