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Suena la campana. Los grandes combates de la salsa.

Felipe Cardona

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Hay un vigor más allá de los cuerpos que se agitan con los repiques del timbal: No todo se trata de sudores y caderas hechizadas.  Hay una fuerza detrás del baile, un lenguaje cifrado para los oídos más sutiles, un rumor que nos promete un viaje a las entrañas de la salsa. Para colarse a este entramado basta con analizar las frases que entonan los soneros en muchas de las grabaciones clásicas.

Se oyen versos desafiantes, apelaciones a un contrario imaginario: “Con este ritmo que está sabroso sé que te tengo envidioso”, entona Justo Betancourt del grupo de Ray Barreto en la canción “Oye la Noticia” de 1972.  Luego, en otro tema de la orquesta de Roberto Roena, el cantante Sammy González declara: “Avísale a mi contrario que aquí estoy yo, que venga para que aprecie sonoridad, después no quiero que diga que di la rumba y no lo invité”.

Esta es la contraparte del agite salsero, los vestigios de las rivalidades que se asentaron en los años gloriosos de la salsa. Era la época en que el prestigio se ganaba a pulso, y más que un escenario para los artistas, la tarima era la arena destinada a gladiadores temerarios dispuestos a quedarse con la ovación del público.  No triunfaba entonces el más virtuoso sino el que más inflara el pecho y a través de la armonía, el ritmo y el verso, diera el golpe más certero a su contrario.

Era inevitable escapar a los duelos musicales, tanto así que la escaramuza se convirtió en algo inherente a la fauna salsera. Desde sus primeras apariciones el intérprete que llegaba a los salones de baile en New York tenía que demostrar su coraje a través de comentarios ingeniosos y demoledores. La timidez era vista como un gesto de debilidad, el arquetipo del salsero proclamaba todo lo contrario y se sostenía en valores como la intrepidez, la picardía y la masculinidad.  No podría ser de otro modo en un medio tan competido y en una atmósfera tan hostil como lo fue la New York de los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial.

Precisamente una de las primeras batallas nos trae la figura de Tito Puente, el rey del timbal, el amo y señor de la salsa neoyorquina.  Corrían los años sesenta y el percusionista estaba en la cumbre de sus facultades, tocaba en el Palladium Ballroom, el más prestigioso de los salones de baile ubicado en el corazón de Manhattan.  Cada una de sus actuaciones garantizaba un lleno total, todos querían participar del frenético espectáculo del timbalero que estaba rompiendo los esquemas de la música latina.

Justo en la cresta de su popularidad Tito Puente recibe una noticia no muy agradable por parte de Maxwell Hyman, el propietario del Club. La tarima ya no será exclusiva para su conjunto, el grupo de un joven impecable llamado Tito Rodríguez tendrá un par de horas en la madrugada con la intención de atraer a un público más juvenil.

Desde las primeras noches se planta la semilla de la rivalidad entre estos dos grandes de la salsa. Cuenta el cantante Cheo Feliciano que todo empezó desde el primer anuncio del presentador:” Esta noche, la guerra de los Titos: ¿quién será el mejor?”.  A partir de allí todo cambiaría para los intérpretes, desde un primer momento estaban obligados a mostrar el colmillo y esmerarse por entregar lo mejor de sí mismos.  El combate estaba casado y de esta temeraria situación surgirían canciones memorables, piezas que hoy son un deleite para el melómano.

El primero en atacar es Tito Rodríguez, atiza su golpe cuando Puentes decide abandonar el Palladium para atender otros compromisos musicales. El tema se llama “El que se Fue”, allí el cantante expone con presunción: “El que se fue no hace falta, hace falta el que vendrá, en el juego de la vida, unos vienen y otros van”. A medida que avanza la canción el tono se vuelve más combativo hasta llegar a una estocada mítica: “A mí no me importas tú ni veinte como tú, yo sigo siempre en el goce, el del ritmo no eras tú”.

La contestación de Tito Puente fue categórica. En el tema “Timbalero”, el percusionista arremete contra el joven cantante:  "cuando me veas llegar, échate pa' allá, tú ves que no somos iguales... cantando una rumba, tú bien lo sabes, pero en los ritmos modernos, yo soy la llave...".  A partir de allí vendrían otros temas de Rodríguez como “Yo soy tu dolor de cabeza” y “Por qué te la das de sabio” donde el cantante embestiría de nuevo contra el rey del timbal.

La rivalidad se mantuvo hasta la muerte de Rodríguez que se desvaneció a causa de una leucemia en 1972.  Muchos años después Cheo Feliciano revelaría el secreto que, tanto el cantante como el timbalero, le habían confesado durante sus largas jornadas en tarima:  Tito Rodríguez era el cantante favorito de Tito Puente y Tito Puente el timbalero favorito de Tito Rodríguez.

Un años después surgiría otra anécdota memorable en la historia de la salsa. Muy cerca al Palladium el sello disquero Fania sacaba un álbum con un sonido temerario. Se trataba del álbum “Indestructible” del conguero Ray Barreto, apodado el “Manos Duras”. La apuesta del percusionista era del todo por el todo, cada pieza del disco presentaba novedades que expresaban una osadía temeraria.  El álbum fue todo un éxito y consiguió un renombre inesperado.

El factor sorpresa de esta repentina notoriedad de Barreto se debía a que sólo un año antes lo había perdido todo en términos musicales. Su orquesta legendaria se había desintegrado de la noche a la mañana y lejos de apostar resurgimiento tan rotundo, el círculo salsero vaticinaba la decadencia del conguero. Sin embargo, la ruptura de su conjunto logró sacar lo mejor del percusionista y en menos de un año el nuevo sonido estaba listo para agrietar las pistas de los salones de baile neoyorquinos. 
 
Una pieza en particular llama la atención. Se trata de una “tiradera” contra los músicos que lo abandonaron sin dar explicaciones. Ray Barreto logra con la canción “Indestructible” la expresión más legitima de su determinación. En el momento de mayor abatimiento el conguero se repone y muestra su voluntad de hierro: “Cuando en el alma se siente un dolor por la traición que te brinde un amigo, en ese momento piensa que todo es posible, que con la sangre nueva está la fuerza indestructible”.

Un caso similar se presentó entre el cantante Andy Montañez y el Gran Combo de Puerto Rico. En 1977 Montañez abandona el grupo para alinearse con la orquesta venezolana Dimensión Latina que había perdido a su cantante Óscar De León. La salida del cantante no fue bien recibida por los músicos del Gran Combo, que, en actitud de protesta, no lo acompañan en su fiesta de despedida y rompen relaciones con él.

Un año después un nuevo tema del Gran Combo sale a la luz, Charlie Aponte, el nuevo cantante, en uno de los apartes de la pieza “Aquí no ha pasado nada” entona: “El que de aquí se sale es porque le da la gana; nosotros te lo advertimos: piensa bien en el mañana”. Al final de la canción el director de la orquesta, Rafael Ithier, lanza una áspera mofa para dejar clara su posición frente a la partida del cantante: “Alacrán, aquí no ha pasado nada”.

A los pocos meses Andy Montañez arroja su contrataque. Con su nueva orquesta y con la compañía de Pellín Rodríguez graba la canción “Alacrán”. La respuesta es una clara interpelación al insulto de Rafael Ithier: “Alacrán, ¿a quién le llamas alacrán? ¿Por qué me llamas alacrán, si tú eres el que tiene la ponzoña...?".
Pese a la polémica, veinte años después de este enfrentamiento las diferencias se solventaron y el Gran Combo invitaría a Andy Montañez a tocar con ellos en el Teatro de Bellas Artes en San Juan por motivo de los 35 años de la orquesta. Cuentan las crónicas del evento que fue tanta la simpatía entre todos los presentes que incluso recordaron entre risas las pasadas hostilidades.

Otros tantos combates se han presentado en la historia de la salsa, choques de todos los matices, llenos de afrentas y genialidades. Todavía queda mucho por descubrir, basta con agudizar el oído para descubrir ese lado desconocido de la música que revela nuestro temperamento latino tan estrechamente ligado a la espontaneidad y el arrojo.
 

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