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Un plan de paz palestino-israelí atípico

Mauricio Jaramillo Jassir

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De forma eufórica, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunció un nuevo intento para establecer la paz en Oriente Medio, en lo que concierne a tal vez el conflicto más incidente en las últimas décadas entre palestinos e israelíes.

 

Ahora bien, este plan tiene varias novedades respecto de iniciativas similares emprendidas por sus antecesores, concretamente de Bill Clinton, muy comprometido con el tema y quien llegó a avanzar sustancialmente bajo el esquema conocido como los Acuerdos de Oslo. Igualmente, se diferencia de aquellas tanto de George W. Bush como de Barack Obama también partícipes de dicha ambición, aunque sin mucho éxito.
 
El plan recientemente presentado en medio de una enorme controversia tiene tres novedades llamativas. En primer lugar, abandona varios puntos que en el pasado la comunidad internacional había consensuado y se consideraban puntos de partida de cualquier negociación. Se trata de una alteración significativa de las fronteras de 1967; del reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel (una postura que Trump ya había adelantado) y el consecuente otorgamiento insignificante para los palestinos de la pequeña ciudad de Abu Dis en lugar de Jerusalén Oriental para establecer su capital; y del reconocimiento de algunas colonias israelíes en Cisjordania. El hecho de que tales elementos se hubiesen incluido como parte del futuro Estado israelí provocó un rechazo inmediato por parte de las dos cabezas visibles de la dirigencia palestina, Hamas y Al-Fatah, este último el partido del emblemático líder Yasser Arafat y que a diferencio del otro movimiento, se ha convertido en el actor más moderado y quien goza del reconocimiento internacional como interlocutor de los palestinos.  
 
A pesar de esa comprobada moderación, el máximo dirigente de Al-Fatah y del actual gobierno palestino o Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmmoud Abbas declaró la ruptura de relaciones con Washington, un hecho dramático que muestra hasta qué punto el plan tendrá una incidencia en la estabilidad de la zona.  Abbas justificó su decisión en que no estaría dispuesto a pasar a la historia como “aquel que vendió a Jerusalén”. El líder incluso no quiso atender una llamada telefónica de Trump en la víspera del anuncio del plan.

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La segunda novedad del plan de Trump consiste en el evidente apoyo israelí al mismo y su probable participación en su diseño que tardó dos años. Esto sugiere la idea de que la iniciativa se habría presentado conjuntamente por Tel Aviv y Washington. Dicho de otro modo, no se trata de un plan que preserve un mínimo equilibrio entre las partes, sino que resume una propuesta israelí-americana respecto de los palestinos, pero no puede asumirse como una propuesta de un tercero, facilitador y mucho menos de un mediador. De allí la enorme resistencia que ha suscitado.    
 
Y otro de los puntos más llamativos consiste en que sea Jared Kushner, el yerno de Donald Trump, el encargado del plan. La polémica reside no solo porque se traté de un reconocido judío, sino que jamás ha ocupado cargo alguno en el Departamento de Estado, ni cuenta con experiencia en el Oriente Medio (ni en la vida política, ni en la academia). Esto hace cuestionar su autoridad pues tiene intereses comprometidos dentro del mismo, que hacen dudar justiciablemente de su ecuanimidad a la hora de su diseño.   
 
El mundo árabe, por su parte, vuelve a dividirse entre países como Bahréin, Omán y Emiratos Árabes Unidos, que estarían dispuestos a apoyar el plan o al menos a convocar a los palestinos para sentarse a negociar. Pero en la otra orilla, la Liga Árabe anuncia un rechazo de la iniciativa considerándola “injusta” y alejada “de los derechos fundamentales y las aspiraciones del pueblo palestino”.

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Resta la posición muy importante de algunos Estados de Europa, que tienen una comprobada trayectoria en el tema, especialmente en el caso de Francia y Reino Unido cuyo apoyo, rechazo o silencio puede ser esencial para la viabilidad posterior de la propuesta. Difícilmente, la Unión Europea hallará un consenso pues son varios los Estados que ven en Washington un aliado de vieja data, especialmente algunos de Europa Central y Oriental que desde su ingreso al bloque se han sintonizado ideológicamente, incluso en algunas de las controversias más marcadas como la intervención en Irak en la que muchos decidieron apoyar a Bush.  Aquello sucedió un año antes de su ingreso formal e hizo presagiar un alineamiento con Estados Unidos que, desde ese entonces, se ha mantenido. Por ello, no es de extrañar una nueva fractura europea a propósito del plan de paz Trump-Netanyahu.
 
Semejante iniciativa de paz, lejos de constituir una propuesta viable significa la fría confirmación de la crisis del multilateralismo y del aislamiento cada vez más pronunciado de los palestinos, bien sea por las divisiones internas desde la entrada en escena por la fuerza de Hamas, diez años atrás, cuando tomaron el control de Gaza y el desinterés de la comunidad internacional por el asunto. Washington espera hacer presión sobre los palestinos y dividir el mundo árabe pues afirma que el plan es la única forma para desbloquear 50 mil millones de dólares que serían clave para aliviar la profunda crisis humanitaria que enfrentan los Territorios Ocupados. Entretanto, Benjamín Netanyahu enemigo de cualquier proyecto que otorgue soberanía plena a Palestina, gana terreno pues toda la presión se centra en los Estados árabes de quienes depende en buena medida la legitimación del plan. La derecha israelí espera sacar provecho de la actual guerra fratricida entre sunnitas y chiitas para, de una vez por todas, concretar la anexión de una inusitadamente debilitada Palestina.