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Viacrucis literario de La Habana

Felipe Cardona

Viacrucis literario de La Habana

La poesía es la nieve de la Habana. Hay una especie de vigor literario en cada imagen de la ciudad, hilos narrativos que se enredan en los pies del incauto visitante.

 

La norma: En cada esquina un tropiezo. Se camina a través de un inventario que va desde la quimera del gato en los cestos de basura hasta el idilio amoroso del pizzero improvisado.

Varios escritores, sensibles a este convite tan sugerente, se establecieron en la ciudad para darle cuerda a sus manuscritos. No les faltó la fábula, en cada calle hallaron la materia para sus revelaciones.  La Habana se convirtió así en el epicentro de una movida literaria, que, a pesar del paso de los años, aún mantiene una vigencia definitiva en el campo de las letras.

No hay puntos de partida, la borrasca literaria de la Habana huye a toda cronología.  Sin embargo, hay acentos que se destacan, indicios de nos hablan de personajes míticos.  Quizá el más notorio del sumario es Ernest Hemingway; es tanto así que en el Bar Floridita de la calle Obispo en el caso antiguo, el escritor norteamericano tiene una estatua al final de la barra donde tantas veces se astilló en medio de daiquiris y prospectos narrativos.   
 
A pesar de Hemingway y su desmedido concurso en la Isla, que se evidencia entre otras cosas, en su habitación del hotel Ambos Mundos en la Calle Obispo y la Finca Vigia en las afueras de la Habana donde escribió el Viejo y el mar, la Habana cuenta con otras improntas literarias que muchas veces son ajenas a los folletos de recomendaciones turísticas.  Hay una Habana más allá del autor de Por quién doblan las campanas, una ciudad indefinible y estrambótica que no se deja apresar, una dama que goza con la teatralidad de sus semblantes infinitos.

Guillermo Cabrera Infante se infiltra en la Habana nocturna. Es testigo del vértigo juvenil durante los primeros años de la Revolución, esos años mozos de los barbados cuando aún se respira la ilusión de una sociedad evadida de toda sumisión.  Los melodramas de Cabrera se inscriben en los bares pomposos donde se advierte la charlatanería propia de los excesos: Ninfas infladas, locuaces periodistas y actores impecables. Tres Tristes Tigres, su novela más conocida inicia precisamente en el Cabaret Tropicana, la joya del trópico en las afueras de la Habana donde la élite se reunía a disfrutar de actuaciones tan estelares como las de Frank Sinatra, Libertad Lamarque y Nat King Cole. Este es quizá uno de los pocos sitios nocturnos en la Habana que aún existe y donde sobrevive la suntuosidad de los años previos al advenimiento de los Castro.

En el casco antiguo, muy cerca al Paseo del Prado se encuentra la Calle Trocadero donde sobrevive el suntuoso refugio de la pluma más estrafalaria de la Habana.  Bajo esas paredes de colores crema y murallas de libros, a principios de los cuarenta José Lezama Lima concibió una obra de épica secuela. Sin abandonar nunca la Isla y en escasas ocasiones su casa, el autor dimensionó una Habana llena de mitología. Sus párrafos de naturaleza barroca evidencian una ciudad imaginada, un espacio que no se recorre, sino que se lee en los diarios, que se degusta a través del dialogo entre amigos en los patios de la Habana Vieja en medio de suculentas comilonas. Es la Habana Idealizada, relamida de purezas, alimentada por los libros más que por la experiencia. Una ciudad que a veces se pierde en la intransigencia de un estilo demasiado culto pero que no se queda en las obviedades, porque como el mismo Lezama lo afirma, su fin último es el de “regir la ciudad de una manera profunda y secreta”.

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Casa Museo José Lezama Lima. Foto tomada de visitarcuba.org

Ahora nos adentramos en la fortaleza de San Carlos de la Cabaña. En las mazmorras del fuerte ya no se escucha el acarreo de las cadenas de los tiempos temerarios del Che Guevara. Ahora los presos políticos purgan sus condenas en otras cárceles como la de Guantánamo o la Condesa. Tampoco son muchos los que saben que bajo el yugo infame de los barrotes de este castillo colonial estuvo una de las mentes más agitadas de la isla, la del escritor Reinaldo Arenas. 

La película Antes que Anochezca donde Javier Bardem inmortaliza al afamado escritor, retrata con claridad las condiciones que enfrentó Arenas por su condición de homosexual. No pasó por poco, sometido a todo tipo de maltratos fue obligado a exiliarse de la Isla tras los dictámenes de una Revolución, que sedienta de corregir los rumbos se tornó reaccionaria con los temperamentos marginales y que halla su expresión de máxima radicalidad con la carta que escribió Fidel Castro a los intelectuales donde los obligaba a escribir a favor de los principios del Estado.  Contrario a las ideas del comandante, Reinaldo Arenas no tuvo de otra y para defender la libertad de sus opiniones tuvo que establecerse en Nueva York donde falleció en 1990.

Si bien todos estos escritores se cruzaron de una forma u otra en algún momento, cabe anotar un episodio que puede servir de cierre a esta cartografía literaria. Se trata de la famosa rencilla que se presentó en el bar Dos Hermanos cuando corría el año de 1930 en la que se vieron involucrados los poetas Federico García Lorca y Porfirio Barba Jacob.  Se sabe que ambos compartían la misma inclinación hacia un marinero español que oficiaba de camarero de este sitio en las postrimerías de la Habana Vieja. Cuenta el escritor Luis Cardoza y Aragón, testigo presencial del acontecimiento, que sus compañeros de letras importunaban al muchacho, hasta que el poeta colombiano, eclipsado por el fragor de su pasión, mordió al mozo en el brazo. Fue así que arrancó una trifulca de proporciones épicas, botellas que rodaron por los aires y puñetazos a diestra y siniestra.  Finalmente, los poetas fueron sacados en medio de voces inflamadas que los acusaban de sodomitas.

El Bar Dos Hermanos, así como otros sitios de la Habana rememoran hoy el pasado literario de la ciudad. Algunos de estos espacios cuentan con una placa conmemorativa, mientras otros se conocen gracias a la erudición de unos pocos. Lo que es cierto es que con el paso de los años la Habana acumula cada vez más historias. Ayer fueron Hemingway, Cabrera Infante, Lezama Lima, Arenas, Lorca y Barba Jacob. Hoy unos cuantos jóvenes alistan la pluma bajo el calor abrasador para escribir de una ciudad que muda de rostros pero que mantiene su esencia delirante.