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Carolina Cárdenas, o el arte como destino total

Álvaro Pablo Ortiz

portada

No siempre el olvido tuvo como una de sus víctimas predilectas a la artista bogotana Carolina Cárdenas Núñez. Cierto es que luego de su muerte, que – por temprana, intempestiva y misteriosa – conmocionó a toda la ciudad, sobrevinieron luego largos años de un silencio incomprensible que lentamente se encamina hacia su disipación total.

Carolina Cárdenas nació en 1903, en el seno de la familia compuesta por el payanés Germán Cárdenas Arboleda y Marta Núñez. Aunque en 1910 sus abuelos maternos, José María Núñez Uricoechea y Susana Pizano Elbers, deciden llevarla con ellos a Londres (Cárdenas 2005, 6), lo cual constituyó una ruptura cultural en la vida de la futura artista. Si antes de la independencia la vinculación con la cultura occidental se establecía por parte de las élites criollas con España; luego de la independencia dicha vinculación se dio con Francia e Inglaterra. Las élites liberales y conservadoras soñaban hasta materializar el sueño con enviar por largas temporadas a sus hijos a Europa. Todo esfuerzo económico en ese sentido se justificaba. Civilizarse no tiene precio, parecía ser la consigna. Y la civilización quedaba en Europa o en su defecto en Norteamérica; en las demás geografías sólo existía “lo bárbaro” o “lo exótico”. Fue por esta razón que los padres de Carolina Cárdenas la enviaron con sus abuelos a conocer una de las “cúspides de la cultura” que rompería con su primario esquema cultural colombiano.

Sin embargo, luego de aproximadamente dieciocho años de ausencia, Carolina retorna a Colombia. Y en 1928 tramita con éxito su ingreso a la academia de bellas artes de Bogotá, liderada en ese momento por Roberto Pizano. En su primer año de estudiante, obtiene una distinción que también cobijará a tres personas más, que por cierto fueron claves en su vida: Sergio Trujillo Magnenat, Marco Ospina y Hena Rodríguez (Arango s.f.). Según Andrés Arias, autor de la novela Tú, que deliras, que intenta rescatar gran parte de la vida de Carolina Cárdenas, “[e]lla era una niña bien, criada en Europa, lindísima” (Restrepo 2013), que llegó a Colombia trayendo consigo una perspectiva de la vida que no era precisamente la más colombiana. Arias subraya que, “en un tiempo en el que las mujeres se mantenían encerradas en la casa, ella decidió ser artista. E hizo más: en vez de pintar, prefirió elevar la cerámica y la fotografía a la categoría de artes” (Navarrete 2013).

No obstante, el camino de la elevación de su obra hacia la condición de arte resultó ciertamente tortuoso en tanto que no se solía hablar de su talento, ni de su arte en sí; como sí de su personalidad como mujer: “Callada, suave, buena amiga, discreta, enigmática, alma de paz, de pureza y de luz, llena de bondad y de sensibilidad finísima” (Lleras 2005, 10). Quizá esa fue la razón por la que su accionar tomó camino retador, como si se tratara de una mujer que deseaba hacerse sentir, que deseaba que la escucharan y la vieran a partir de sus capacidades artísticas, más que a partir de su personalidad afable.

Así pues, en la medida en que la encontramos revolucionando el arte de un país que se había quedado en las tendencias artísticas más clásicas, es posible encontrarla también ocupando varias plazas y actuando en varias escenas significativas para la historia nacional. En 1929, por ejemplo, participa con una cabeza de estudio en la exposición de la escuela de bellas artes, a instancias de su amigo Ramón Barba. Tres años más tarde, la encontramos desempeñándose como secretaria en la Sección de Provisiones del Ministerio de Guerra colombiano, por la época en que el país afrontó el conflicto colombo-peruano, bajo la presidencia de Enrique Olaya Herrera (Ministerio de Cultura. Colombia en el umbral de la Modernidad. Bogotá: Museo de Arte Moderno de Bogotá, 1997. Citado en: Colarte s.f.).

En ese mismo año, en lo que puede considerarse sin exageraciones como uno de los matrimonios de más efímera duración (dos semanas), Carolina contrae nupcias con Jaime Jaramillo Arango (1897- 1962), médico de reconocido prestigio, decano de la facultad de medicina de la Universidad Nacional, ministro de educación, y más adelante enviado por el gobierno del presidente Eduardo Santos en misión diplomática a Polonia, Noruega, Holanda, Inglaterra, Dinamarca y Alemania. Tras el divorcio rarísimamente concedido por el párroco de la capital en la época, los rumores no tardaron en circular por toda la ciudad.

Pero no fue, ciertamente, Jaramillo Arango el único admirador de Carolina Cárdenas. En verdad fueron legiones, hombres de diversos rangos de edad y profesiones sucumbían de entrada ante su indiscutible poder de encantamiento. Así sucumbieron, o estuvieron en trance de sucumbir, Juan Fernando Serrato (Torres 2013), Baldomero Sanín Cano, Daniel Samper Ortega y el ya nombrado artista Sergio Trujillo Magnenat (Arias s.f.).

Pero no solamente los hombres ya nombrados y otros por nombrar hubieran deseado unirse para siempre de modo inseparable con Carolina, mujeres también hubo que sintieron que sin Carolina la vida no era otra cosa que desdicha absoluta. Mujeres como la escritora Elisa Mujica, como la escultora Hena Rodríguez o como la muralista Elvira Martínez (Arias s.f.), sentían que haber conocido a Carolina Cárdenas era lo mejor que les había sucedido en sus respectivas existencias. Por supuesto, todo esto sirvió para seguir alimentando los rumores sobre la vida de la artista.

Fue entre estos romances, entre las diversas labores que debió ejercer durante su vida de adulta en Colombia, y entre sus diferentes y experimentales intentos artísticos que Carolina gestó su imagen histórica. Imagen ésta que terminó condicionando toda posible interpretación sobre sus obras porque, después de todo, “[p]or encima de la apreciación de su obra, de sus calidades o defectos, fue recordada por su carácter” (Lleras 2005).

Carolina murió en 1936, cuando contaba con una beca para estudiar en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. La escena de su perecimiento se asemeja a una escena de cine, pues tal y como lo relata su descendiente Enrique Cárdenas:

“Como siguiendo el guión inverosímil de una película romántica de los 30, se desploma justo enfrente del consultorio del doctor Jaramillo Arango- su distanciado esposo-, quien se enfrasca en una tenaz lucha contra la meningitis que la aqueja. Se hace lo imposible para salvarla, pero muere el primero de abril de 1936” (Cárdenas 2005, 7).

Entre sus obras -poco a poco recuperadas en la actualidad- pueden observarse numerosos dibujos que, en palabras de Halim Badawi (2013), “parecen constituir los primeros experimentos geométricos abstractos en la historia del arte colombiano”. De ahí la importancia de esta pionera del arte moderno en Colombia, para la que la polémica y la experimentación fueron parte de su cotidianidad. Y es que, más que una diva -como se suele recordarla-, Carolina fue una musa. A muchos y a muchas inspiró abriendo ventanas, compartiendo visiones; también melancolías; ofreciendo siempre el testimonio de un espíritu libre, solitario y contemporáneo a través de su obra (Medina 1995, 239-240), que en desigual batalla frente a otros artistas hombres logró abrir un espacio de no poca resonancia en la historia del arte colombiano.

Bibliografía

Arango, Clemencia. Biblioteca Virtual Luis Ángel Arango. http://www.banrepcultural.org/node/73276 (último acceso: 13 de Enero de 2015).
 
Arias, Andrés. El Malpensante. http://www.elmalpensante.com/uploads/articulo/6337_miss_deco.pdf (último acceso: 13 de Enero de 2015).
 
Badawi, Halim. Revista Arcadia. 14 de Noviembre de 2013. http://www.revistaarcadia.com/impresa/especial-mujeres/articulo/corazon-abstracto-carolina-cardenas-la-artista/34250 (último acceso: 13 de Enero de 2015).
 
Cárdenas, Enrique. «Carolina Cárdenas, los dos tiempos.» En Carolina Cárdenas 1903-1936, de Elvira (Coord.) Cuervo, 6-7. Bogotá: Panamericana, 2005.
 
Colarte. Colarte. Patrimonio Cultural Colombiano.http://www.colarte.com/colarte/ConsPintores.asp?idartista=13258 (último acceso: 13 de Enero de 2015).
 
Lleras, Cristina. «Carolina Cárdenas. El arte desafía lo doméstico.» En Carolina Cárdenas 1903-1936, de Elvira (Coord.) Cuervo, 8-21. Bogotá: Panamericana, 2005.
 
—. «Carolina Cárdenas: Un feliz hallazgo.» El Tiempo, 16 de Julio de 2005.
 
Medina, Álvaro. El arte colombiano de los años veinte y treinta. Bogotá: Colcultura, 1995.
 
Navarrete, Steven. «La nueva novela de Andrés Arias "Tu que deliras".» El Espectador, 26 de Septiembre de 2013.
 
Restrepo, Carlos. «La artista plástica que obsesionó a la Bogotá de 1930.» El Tiempo, 16 de Diciembre de 2013.
 
Torres, Juan David. «La terca historia.» El Espectador, 29 de Octubre de 2013.