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Cervantes en Antioquia

Hernán Alejandro Olano García

Cervantes en Antioquia

Guardaba Julio César García gran admiración por la denominada “generación del mosaico” o segunda generación romántica, que fijaba su estética en el epígrafe “los cuadros de costumbres no se inventan, se copian”, lo cual era una reacción contra el idealismo exaltado de los románticos, quienes además eran abanderados del federalismo, que a juicio de García, en su ensayo “Elementos para una geografía humana de Colombia”1, buscaba era la desintegración del país con la Carta de 1863, por lo cual, le preocupaba que en su región, el mejor de los cuadros de costumbres, escrito por “Antíoco”, Gregorio Gutiérrez González, bajo el título “Memoria sobre el cultivo del maíz en Antioquia”, llegó a preconizar no sólo el federalismo, sino el separatismo literario, cuando en verso escribía:
 
“Y como sólo para Antioquia escribo, Yo no escribo español sino antioqueño”.
 
En contraposición, el alma de esa generación del Mosaico fue don José María Vergara y Vergara, fundador de la Academia Colombiana de la Lengua en 1871, quien junto con otros preclaros colombianos, se agruparon como devotos de la tradición clásica, e influyeron en la transformación política de 1886, calificada por García como “obra de ponderación y de orden, asentada sobre las realidades colombianas y trasunto de la escuela a que pertenecen sus autores”.
 
Hoy, en esta misma Academia Colombiana de la Lengua, nos reunimos en este año 2019, para conmemorar los 125 años del natalicio del académico Julio César García, Fredonia, 7 de agosto de 1894 y, los 60 años de su fallecimiento, Bogotá, 15 de junio de 1959.
 
En 1926, don Tomás Cadavid Restrepo, Presidente de la Academia Antioqueña de la Lengua y Director del Repertorio Histórico, describía a Julio César García, diciendo: “Es que el Dr. García posee las cualidades intelectuales y morales que deben distinguir al que historía los sucesos humanos: es varón docto en humanidades, investigador tenaz y consciente; tiene sano y recto criterio para juzgar hechos y personas, sin que pasiones indignas le desvíen, y una inteligencia apta para intrincarse gallardamente en las más altas materias, conservando siempre el ojo seguro y fino que percibe muy bien la causa de lo que analiza”. (Cadavid Restrepo, 1926, p. 2).
 
Esa descripción sería el denominador común en los conceptos acerca de la personalidad de Julio César García, quien el 25 de marzo de 1947, recibió el nombramiento como miembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua, certificado en el Diploma que firmaron el Director José Joaquín Casas y el Secretario Antonio Gómez Restrepo. En 1941, la Academia Colombiana de la Lengua creó el sillón de la letra “Y”, que le fue asignado el 27 de mayo de 1959 a Julio César García, quien no se alcanzó a posesionar, pues falleció 20 días después, dejando inconcluso su discurso de posesión. Ahora, podemos afirmar, que García es el fundador de la genealogía académica de esa silla, que hoy en día ocupa doña teresa Morales de Gómez. Cómo estará de feliz, desde siempre Julio César García, que la nieta de don Marco Fidel Suárez, su Director de Tesis Doctoral “Historia de la Instrucción pública en Antioquia”, tenga ese vínculo con el sillón “Y”.
 
El doctor Casas, por quien guardaba julio César García profunda admiración, le advertía que los antioqueños, “antes de erigir estatuas, se empeñan en educar personas que las merezcan; saben escribir historia, pero antes son maestros en hacerla”.
 
El amor por su terruño antioqueño le permitió, primero venir a terminar su bachillerato en Bogotá y luego de culminar su Doctorado en Filosofía y Letras, regresar a Antioquia para poner en práctica sus conocimientos adquiridos, permaneciendo allí hasta el 19 de mayo de1947, cuando fue llamado por el Presidente Mariano Ospina Pérez y su ministro de educación Eduardo Zuleta Ángel a la rectoría del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, título que también recibiría en 1953 cuando Monseñor José Vicente Castro Silva lo designó como Rector del Rosario, para que representara a esa Universidad en la Asamblea Nacional de rectores de 1953, cuando se fundó ASCÚN.
 
En los años de estudio universitario, García Valencia comenzó a escribir la “Historia de la Instrucción Pública en Antioquia”, obra notable, no solo por el acervo de datos históricos que contiene, la manera científica como trata allí diversos aspectos pedagógicos y, “la dicción selecta en que está escrita”, lo cual resalta su condición de cultor del castellano, uno de los pilares fundacionales de su Universidad, el hispanismo.
 
El doctor García, fundador de la Universidad La Gran Colombia, quiso que su Institución fuera solidaria, bolivariana, cristiana e hispánica y, como tal, la figura de Cervantes y el respeto del idioma habían sido su compromiso desde sus primeros años como profesor universitario, cuando en la Universidad de Antioquia propuso crear la Cátedra Cervantes como una institución permanente del Instituto de Filología e Idiomas de esa bicentenaria Casa de Estudios, considerando que sería “el primer paso serio que se da en el país para afianzar el legado de nuestros grandes maestros y sistematizar sobre bases científicas los estudios del idioma”.
 
García afirmaba que esta cátedra sería la culminación de un proceso disciplinario de cinco años que comenzaba con el estudio de los principios de la gramática deducidos del conocimiento de los autores modernos; continuaba con los clásicos del Siglo de Oro; en el tercer año se analizaba la gramática histórica y el castellano medieval, previas investigaciones minuciosas acerca de las fuentes de nuestra lengua; y, en el cuarto año se consideraban las distintas formas que ha tomado el castellano en América.
 
Para los alumnos del Instituto de Filología e Idiomas de la Universidad de Antioquia, el curso de Cervantes hacía obligatoria la lectura pormenorizada de las obras de éste y de las notas de uno al menos de sus más autorizados comentadores, v.gr. el insuperable Rodríguez Marín; una biografía completa de Cervantes, bibliografía general y del Quijote y estudio de las mejores monografías escritas en Colombia, para llenar los vacíos que podían quedar en las conferencias publicas y estructurar el programa del curso para los años venideros.
 
Para las conferencias públicas elaboró una nómina integrada por los más ilustres  hombres de letras del país y algunos del exterior, residentes en Medellín, Bogotá, Quito, Pasto, Cartagena y Cali, como don Antonio Gómez Silva, el Pbro. Roberto Jaramillo, el Dr. Julián Motta Salas, el Dr. Emilio Robledo, los R.R.P.P. Félix Restrepo y José C. Andrade S.J., el Dr. Manuel Mosquera Garcés, don Tomas Cadavid Restrepo, don Luis de Zulueta, don Urbano González de la Calle, don Rafael Ataye, el Dr. Ignacio Rodríguez Guerrero, el Dr. Mario Carvajal, el R.P. José J. Ortega Torres S.S., el Dr. Fernando de la Vega, el Dr. Manuel Antonio Bonilla, el Pbro. Dr. Juan C. García, el Dr. Armando Romero Lozano, el Dr. Antonio Jaén Morente, y los profesores de la Universidad de Antioquia Dr. Joaquín Pérez Villa, don Juan de Garganta, don Antonio Panesso Robledo, don José M. Bravo Márquez, don José Ignacio González, don Abel García Valencia, don Julio Cesar Arroyave y don Antonio Sierra, entre otros.
 
Con ellos aseguró conferencias semanales los miércoles, desde el 23 de abril de 1947, hasta el 29 de octubre de ese año, con la sola interrupción de las vacaciones de julio y la posibilidad de que en algunas semanas se dictasen dos o tres, en días que se fijarían oportunamente, cuando así lo exigiera la extensión de los temas que habían de tratar los huéspedes de fuera, a quienes no era fácil prolongar por mas de ocho días su permanencia en Medellín.

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El plan señalado fue el siguiente:
 
Dr. Joaquín Pérez Villa, seis conferencias: Prolegómenos a la estilística de Cervantes, con la cual se inició el ciclo; esencia poética y formas idiomáticas del Quijote; Del simbolismo e imágenes del color en Cervantes; Lo Fónico, unificador melódico del  Quijote; Realidad e idealidad en la obra de Cervantes; Elementos constitutivos y formales del Quijote.
 
Profesor don Juan de Garganta, tres: El quijotismo en Unamuno, y, Don Quijote en la pintura.
 
Profesor don Antonio Panesso Robledo, cuatro: El castellano de la época de Cervantes; Lengua y estilo de Cervantes; El arte barroco en Cervantes; El Lenguaje popular en Cervantes.
 
Profesor Dr. José M. Bravo Márquez, dos: Don Quijote y la música, con ilustraciones musicales, a las cuales pudieran servir de epígrafe las siguientes palabras de Sancho a la duquesa: “Señora, allí donde la música, no puede haber cosa mala” (II-XXXIV).
 
Dr. Emilio Robledo: Paremiología de Cervantes. Como se sabe existe la del Quijote, pero no la de las otras obras de Cervantes, que es también muy copiosa y acerca de la cual tiene allegados materiales importantísimos el Dr. Robledo para una obra que dio lugar a varias conferencias.
 
Dr. Abel García Valencia: Cervantes, la mujer y el amor.
 
D. Antonio Sierra: Frases y giros del Quijote en el lenguaje antioqueño.
 
Profesor José Ignacio Gonzáles: La vida heroica de Cervantes. Profesor Julio Cesar Arroyave: La filosofía del Quijote.
Pbro. Roberto Jaramillo: Cervantes en Antioquia.

Dr. Julio Cesar García: Bibliografía de Cervantes y don Quijote; Cervantes y la Literatura universal.
 
Con esa nómina de conferencias, Julio César García quiso luego elaborar una obra publicada en la Tipografía Universidad en la ciudad de Medellín en 1947, titulada “Cervantes en Antioquia”. Dicha obra, en el cuarto centenario del nacimiento de Don Miguel de Cervantes Saavedra, fue además un homenaje del Instituto de Filología y Literatura, fundado por García, así como del Departamento de Extensión Cultural de la Universidad de Antioquia.
 
Para Julio César García Valencia, Cervantes, castellano de gallego origen, era –es-un hombre inmortal, figura descollante y egregia y faro de cualquiera que desee navegar en la literatura castellana, autor de comedias y poemas pastoriles, pero, también de un libro monumental y eterno, que es conocido por todos, “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”.
 
Esa obra de Cervantes, fue ejecutada para restituir a la lengua castellana la savia que la alimenta, pero también la que ha configurado el donaire de las formas panhispánicas de nuestro lenguaje poético y florido, o simple y grosero y, la picaresca de nuestro pensamiento, así como la tragedia de la vida y el sentimiento melancólico del alma.
 
Así, Julio César García, en su conferencia “Por la defensa del idioma”, quiso mostrarnos un Cervantes que garantizaba el perfecto equilibrio entre la poesía de Don Quijote y la prosa del socarrón Gobernador de la Ínsula Barataria, Sancho Panza, de caracteres contrapuestos y de clases sociales distintas, donde la oposición y el contraste de los personajes representan, como en otras obras de Cervantes, el ideal de nobles aspiraciones o la realidad del egoísmo con todas las pasiones, o, lo que don Marco Fidel Suárez dijera: “… hay oposición entre Don Quijote, cuyo carácter es el sumo posible de la constancia, la sinceridad, la rectitud y la firmeza, y Sancho que, aunque distinguido siempre por ciertas inclinaciones vulgares, es versátil, sin embargo, y simboliza por eso a los que el mundo suele llamar hombres sin carácter” (García, 1947, p. 41). También García quería hacer notar que la pluma mágica de Cervantes iba resucitando todo lo que en los seres humanos hay de noble, de triste o de ridículo, en un estilo, en el que como lo dijo el doctor Eduardo Zuleta (García, 1947, p. 75), “Hay toques de pincel, como toques  de estilo, que son una manera no de pintar ni de escribir, sino de sentir, de sufrir, de amar, de orar, de vivir”. 

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Como muchos lo saben, el 21 de mayo de 1590 pidió Cervantes al rey de España que le nombrase contador en este Nuevo Reino de Granada, hoy República de Colombia, pero, la majestad del rey no accedió a la petición con la cual hubiese podido don Miguel superar afanosas necesidades económicas y la escasez franciscana que tuvo en vida. ¿Qué habría pasado si Cervantes hubiese llegado a Antioquia? Esa pregunta se la hacía muchas veces Julio César García y se la contestaba así:
 
“El único lance que había podido, tal vez, cambiar, y sustancialmente el curso de las cosas, sería que, por carencia o dificultades de imprenta, la primera parte del Quijote no hubiera podido ser publicada en 1605, ni la segunda en 1615; que el manuscrito hubiera venido a parar a nuestra Biblioteca Nacional, y se hubiera perdido allí, como aconteció con el “<Compendio historial de la Conquista del Nuevo Reyno o Ratos de Suesca>, por nuestro descubridor y conquistador don Gonzalo Jiménez de Quesada, y que era, nada menos, nuestro Génesis nacional” (García, 1947, p. 84)

Sin embargo, tanto en España, como si hubiese ocurrido en Antioquia, Cervantes fue el mayor de su siglo, “en cuanto reveló el aspecto íntimo de la vida en sus tiempos. Sus personajes viven, hablan, gozan y sufren con naturalidad absoluta. Casi podría decirse que más bien que interpretar la vida, Cervantes se limitó a copiarla, si no fuera porque esa copia al natural presupone una inmensa capacidad creadora”. (García, 1947, p. 176).
 
Fue Cervantes grandioso pintor de la palabra y tuvo don Miguel conciencia de su misión en tal sentido, porque “Aprovechó la riqueza del lenguaje popular y sacó de su tintero un castellano rico en múltiples tesoros, ágil, elástico, variado, jugoso y resonante” (García, 1947, p. 179).
 
Pero sin lugar a duda, el amor y las mujeres también figuraron en la obra de Cervantes, como lo reseña García. Su hermano, el erudito Abel García Valencia, contaba que los hijos del general Joaquín García Rojas y de doña Obdulia Valencia Echeverry, supieron del Manco de Lepanto a partir de Don Quijote. Aprendieron a imaginarse al caballero de la triste figura huyendo de las obligadas rigideces paternas y trepados en un árbol de naranjas doradas, donde leían por largas horas el maravilloso libro cervantino.
 
El hidalgo enamorado fue tema de conversación de los hermanos García Valencia, particularmente Julio César, Abel y Pompilio, los muchachos de la casa, quienes
evocaban, con renovada fuerza uno de los capítulos iniciales del Quijote, en el cual el               
doliente caballero sufre su primera caída y su primer apaleamiento, cuando malherido, solo y postrado en el campo, con voz debilitada llama a Dulcinea, y así se queja tristemente: “¿Dónde estás, señora mía, que no te duele mi mal?”.
 
Los jóvenes de la época de Julio César, cuando sufrían de mal de amores, añoraban su Dulcinea, pero también, buscaban su amada inmortal, como las que han aparecido en la literatura: Dante por su Beatriz, “de colorido pálido casi como de amor”; Petrarca por su Laura, la del “bello rostro esperado por los ángeles”; las del desventurado Romeo por su Julieta, del más apasionado amor trágico; etc.
 
Julio César García decía que Cervantes no sólo es el pueblo español; es el pueblo mismo de Antioquia, de esos arrieros conquistadores, que hambreados, cautivos, menesterosos y trashumantes hicieron la patria a punta de mula y machete. “Ahorrando de tiempo y de palabras, veis aquí como Miguel de Cervantes alienta y tiene su casa solariega a orillas del Aburrá en medio del pueblo antioqueño, donde vive nuestra vida, nuestro sentir y pensar y habla nuestra misma lengua con sus sentencias y refranes, frases y  expresiones, propias del pueblo español, a quien las tomó, remozadas y acrecidas por el pueblo antioqueño”. (García, 1947, p. 204).
 
“No agotó Cervantes, y mal podría hacerlo escritor alguno, las inexhaustas riquezas de nuestra lengua. Su solo dueño, archimillonario, por cierto, que cada día las acrece y aumenta, es el pueblo”. (García, 1947, p. 204).
 
“Ejemplo de esas expresiones podrían ser ponerle a uno el monte, ahí sí hay de la zorra, ay sí hay cacao, correrse sus vidrios, gentes de media petaca, hacer pajaritos de oro, a pura muñeca, hacerse de mi alma, no estar para tafetanes, tener mucho brazo con alguno, darle a uno jarrete, creer hasta en los rejos de las campanas, estamos despachados, cantar la tabla, pegarla, mentarle la madre, ser novelera y averiguona como ella sola, ser uno mucho chuzo, qué percha, cargarse de mesas, horrible es la carne del

 


gurre asado, no me luce de a nada, estar todavía en la coca, llenarle la cuenca, volverse ojo de hormiga, largarle unas frescas, largar el trapo a llorar, no haber almaizal con qué agarrarlo, y mil más”. (García, 1947, pp. 204 - 205).
 
Cada uno de esos términos, recogidos por García en algunos artículos, son también la herencia del más castizo de los escritores antioqueños, don Tomás Carrasquilla, así como de quien fuera el Director de la Tesis de Julio César García, don Marco Fidel Suárez, el príncipe de las letras colombianas.
 
El doctor García, como cervantófilo, también fue autor de una publicación hecha en el periódico “El Siglo” de Bogotá el 16 de mayo de 1947 titulada "Bibliografía cervantina en Colombia", que antecedió a su selección de 120 refranes realizada en 1948, con base en una edición facsimilar que le fue obsequiada por sus estudiantes del Instituto de Filología de la Universidad de Antioquia. Dicho refranero cervantino, me di a la tarea de  completarlo en 2016, hasta llegar a 516, se dio a conocer entre 1947 y 1951, distribuidos en los artículos “Contribución al Refranero Colombiano” y “Otros refranes colombianos”, publicados en Revista de Folklore #s. 3y 6.
 
Finalmente, mi especial agradecimiento, a quienes permitieron la realización de esta sesión, en especial, a don Jaime Posada Díaz, Director de la Academia Colombiana, quien tres días antes de su deceso, autorizó la realización de este encuentro. Don Jaime, sabía muy bien quién era Julio César García y como cervantófilo, pues su trabajo de posesión para el ingreso a esta Academia luego su ascenso a numerario de la misma se tituló “El juez de los divorcios”, basado en el entremés de Cervantes, también sabía que esta sesión era un homenaje a nuestra lengua y a nuestra herencia cultural. Muchas gracias.