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Expreso Esmeralda

Juan Camilo I.

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Cédric Laixois solía despertarse de golpe cada dos o tres horas. Había pasado más de la mitad de su vida en Trujillo y aun así no había logrado adaptarse a las recurrentes olas de calor que arrastraban los veranos malsanos de esa ciudad-desierto.

Mientras intentaba desesperadamente conciliar el sueño, cedía ante la tentación de repasar cada detalle entrañable de su París natal. Ah, París, civilizada y serena, con sus embarcaciones turísticas y sus lozanas catedrales góticas. Sabía muy bien que jamás volvería a ver los paquebotes en el Sena ni a sentir la hierba de los jardines de Luxemburgo bajo sus pies. Lo había arruinado todo en el momento en el que decidió fingir ser otra persona. O más bien, en el momento en el que aceptó seguirle el juego a un completo desconocido que escribía novelas a su nombre.

Al principio todo fueron vivas y homenajes; entrevistas y paparazzi. Al cabo de unos años se separó de Helena—su novia de toda la vida, con quien había contraído nupcias en Salamanca a finales de los 70. La cambió por una joven modelo húngara. Los críticos y verdugos que oficiaban en diferentes medios de comunicación no demoraron en decir que la fama se le había subido a la cabeza, y que estaba embelesado por cuenta de su repentino éxito.

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Todo empezó a desmoronarse aquella tarde en que Cédric debía partir al aeropuerto Charles de Gaulle para tomar un avión con destino a Lima. Su agente le había organizado un panel en Miraflores para hablar de las bases antropológicas de su segunda novela, titulada "Chan Chan y el Expreso Esmeralda".

Justo antes de partir, tocaron a la puerta. Al abrir encontró a Loïc, un cartero que siempre le traía buenas nuevas en forma de manuscritos anónimos que luego él se encargaba de hacer publicar a su nombre. Cédric le sonrió y le recibió el cartapacio que le traía esta vez. Pensó que había transcurrido muy poco tiempo desde la entrega pasada y se inquietó un poco. Consideró la opción de abrir el paquete de una vez, pero ya iba con retraso al aeropuerto. Lo guardó en su equipaje y partió sin más dilación.

Su itinerario académico y las actividades turísticas lo entretuvieron durante varios días, y si acaso se acordó del paquete que reposaba en su maleta. Fue llegando a la playa de Huanchaco (a pocos kilómetros de Trujillo) que decidió ojear el documento que Loïc le había entregado antes de volar. Al abrirlo distinguió la letra cursiva en tinta azul que ya conocía de sobra. El encabezado no llevaba su nombre, lo cual era desconcertantemente inusual. Leyó con cierto temor el título, que decía simplemente "Exangüe".

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No había portada en acuarela ni contraportada con el resumen acostumbrado. Pasó a la siguiente página y descubrió que todo estaba en blanco. En la tercera página aparecieron los escuetos renglones que cambiaron para siempre su existencia. A la letra, decían: "Al haber renunciado a mí, te has enemistado con Calíope, Erató y todas las musas del Olimpo. Al haberme apartado, agotaste súbitamente y para siempre mi inspiración, que era la tuya. Hasta nunca. Helena".

A partir de ese momento Cédric deambula por Trujillo como un muerto en vida, como un ser sin alma. Hay quienes dicen que no tolera la luz del sol y que ha perdido el don del habla.