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¡Siempre antigua y siempre nueva!

Guillermo Sánchez Luque

¡Siempre antigua y siempre nueva!

La Universidad del Rosario se ha caracterizado, en sus 365 años de historia, por ser una institución que siempre ha mantenido una coherencia en sus valores y en sus tradiciones plasmadas originalmente, en 1653, por nuestro fundador Fray Cristóbal de Torres.

 

Como muestra de lo anterior, la Revista del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario -Nova et Vetera- se enorgullece en presentar dos discursos correspondientes a las ceremonias de grado de 1993 y 2009, los cuales fueron redactados por el Dr. Guillermo Sánchez Luque, Colegial de Número que hoy sirve a la Justicia como Consejero de Estado. 

¡Siempre antigua y siempre nueva! [1]

Maestro Darío Echandía Olaya
in memoriam

Guillermo Sánchez Luque [2]

Pasamos por horas amargas de terror y anarquía. Estremecidos de espanto y dolor vemos como Colombia parece hundírsenos en una tormenta de sangre y de locura.

A este desconcierto que nos embarga, desafortunadamente, debemos sumarle una cruda y terrible realidad a la que nos vemos avocados: estudiamos por cinco años unos códigos reguladores de un “deber ser” y chocamos con un medio donde se tributa una espantable adoración al rito procesal. Topamos con algunos jueces engolfados en los artilugios de una maraña de mecanismos procedimentales simuladores de una justicia inoperante.

No obstante, sería abiertamente cobarde sumergirse en el gran rebaño de los escépticos, o peor aún engrosar las filas de los pesimistas.
Hoy, al cabo de 340 años de fundada, esta “casa de la verdad que hace libres”, “cuna de la República” y “hogar de los fundadores de Colombia” sigue legando a sus hijos el viejo y perdurable espíritu rosarista. Estoy seguro de que en todos y cada uno de nosotros este Claustro Tomista dejó profunda huella, tanto que me atrevo a resumir en dos los atributos distintivos de todo rosarista: la lucidez para capear las dificultades y la transparencia moral en su proceder.

La actitud del avestruz no va con los hijos del Claustro de Fray Cristóbal de Torres. Se nos inculcó desde siempre la imperiosa obligación de trabajar a brazo partido por modificar esta triste realidad, quizá ello nos impulsó a muchos de los hoy graduados a promover la bendita “séptima papeleta”.

No faltarán los apologistas del glorioso pasado rosarista, que anclados a él se limitan a criticar el presente y a añorar tiempos idos. Nadie mejor que el propio Monseñor José Vicente Castro Silva resumió el sentir verdadero: “las glorias rosaristas no son letra muerta sino aguijón vibrante para estas generaciones nuevas”.

Somos, pues, las nuevas promociones quienes debemos enarbolar en alto la histórica cruz de Calatrava con nuestro comportamiento y con la dedicación apostólica a las disciplinas jurídicas.
No pretendo ni mucho menos disimular el presente pintando los hechos con sesgo favorable, únicamente creo que el sacrificio templa los ánimos y que con tesón y persistencia todos podemos volver a hacer del derecho la única norma de convivencia.

No dudo que nos espera un camino sembrado de dificultades, pero también cargado de infinitas posibilidades, no hemos de ahorrar esfuerzo en el empeño de no ser inferiores al descomunal desafío que tenemos en frente: derrotar la mediocridad y acabar con la inmoralidad insolente que nos abruma. Está en cada uno de nosotros la posibilidad de labrar un porvenir de ventura y para ello tenemos que vencer el temor por las grandes cosas, pero siempre fundados en la solidez de los principios morales que constituyen el núcleo de nuestra civilización cristiana.

La atención de nuestras familias, de esta fundación “siempre antigua y siempre nueva” y de la patria está centrada en nosotros los jóvenes, y en nuestra calidad de futuros abogados debemos empeñarnos en anteponer la justicia y la ética al afán desmedido del lucro. Debemos fijarnos un solo propósito entre nosotros: la solidaridad inquebrantable para acabar, de una vez por todas con el tozudo individualismo que en no pocas ocasiones raya con el sórdido egoísmo.

Finalmente elevo una fervorosa plegaria a la Virgen de la Bordadita, nuestra patrona, para que en su inmensa misericordia permita a esta nueva promoción de abogados acrecentar su mística por la justicia y la honestidad.

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¡Volver al Rosario, volver a la ley![3]

Profesores Humberto Murcia Ballén
y Gabriel de Vega Pinzón
in memoriam

Guillermo Sánchez Luque[4]

El 18 de diciembre de 1653, hace ya 365 años, Fray Tomás de Navarro ofició la misa inaugural de esta “cuna de la República”. En una sencilla, solemne y grave ceremonia, en el marco del Siglo de Oro español, el Arzobispo de Santa Fe Cristóbal de Torres dio origen a este “hogar de los fundadores de Colombia”. Predicador de los Reyes Felipe III y Felipe IV, amigo personal de Francisco de Quevedo y Villegas escolástico -como él- pero del idioma.

En pleno apogeo del barroco (el de Rivera, Zurbarán, Murillo, Sánchez Cotán, Carducho y -claro está- Velázquez), pero también de la guerra de los 30 años que agotaba a España -a pesar de victorias como la de Breda, inmortalizada por el genial Maestro Sevillano- nacía esta “casa de la verdad que hace libres” (San Juan, 8-12).

Hoy, bajo de figura del Fundador que -con su blanco hábito dominico y la muceta roja del arzobispo- preside esta Aula Máxima (inmortalizada en este magnífico óleo de uno de los iniciadores de los talleres coloniales santafereños Gaspar de Figueroa) y de dos de sus más ilustres sucesores que rigieron el Claustro: la adusta y recia figura de Monseñor Rafael María Carrasquilla (magistralmente retratada por don Andrés de Santamaría, introductor del arte contemporáneo en Colombia) y la del inolvidable Monseñor José Vicente Castro Silva (óleo del retratista y paisajista Ricardo Gómez Campuzano), tengo el inmenso honor de dirigirme a los nuevos colegas rosaristas.

Volver al Rosario:

Hay que explorar el pasado para comprender el futuro. No ignoren de dónde venimos: La Real Expedición Botánica, única obra científica de gran envergadura de toda la historia del país, se forjó en este Claustro con el apoyo del Arzobispo- Virrey Caballero y Góngora, de la mano del “primer prócer de la independencia” y “padre de la ciencia americana” José Celestino Mutis.

Este benemérito sabio “estudió amorosamente la naturaleza y descubriendo en ella nuevos valores mostró al mundo que beneficiándola sería salud y riqueza de los pueblos y base de la soberanía de la República”. El prelado gaditano descubrió la palma de cera en 1785, esa que tardíamente fuera reconocida como símbolo patrio dos siglos después en 1985. Mutis, primer colegial de honor, de quien Linneo dijo: “nombre inmortal que jamás edad alguna borrará”.

Aquí nació la República. No olviden a los próceres. A Girardot, quien -con escasos 22 años- logró en 1813 el triunfo en Bárbula, que le costó “fin a su vida” pero que le valió “principio a su memoria”. Otro rosarista, don Jorge Tadeo Lozano presidió el colegio constituyente de 1811, redactó la primera Constitución liberal escrita en castellano, primer eslabón del derecho constitucional colombiano e iberoamericano, y fue el primer Presidente ese año.

Aquí estudiaron el primer mártir de la reconquista: José María García de Toledo, símbolo de la independencia de Cartagena, quien “murió muerte de gloria por la República” y don Antonio Villavicencio, triunviro fusilado por orden de su antiguo subalterno, Pablo Morillo, y causante indirecto de los hechos que propiciaron la revolución del 20 de julio de 1810.

En este Colegio Mayor estudió la primera figura civil de la emancipación don Camilo Torres Tenorio, “el verbo de la revolución”, “el ciudadano más eminente de la Nueva Granada” -como cariñosamente lo llamaba Bolívar- quien sin su aliento decisivo habría abandonado la dura brega en los momentos más difíciles de la reconquista española y quien aprendió en este noble Colegio “la virtud, la sabiduría y las normas de vida”.  Sus palabras -las de la “Representación” conocida como “El memorial de agravios”- fueron ese toque funeral de la dominación española, según Gómez Restrepo.

El sabio Francisco José de Caldas -sucesor de la “cátedra” de matemáticas de Mutis- también dirigió el observatorio astronómico nacional, el primero construido en América, y “combinando las armas con las letras” creó el Cuerpo de Ingenieros Militares para defender la libertad, “víctima nunca bastante deplorada de la ignorante ferocidad de un soldado” -se quejaba Menéndez Pelayo- el 29 de octubre de 1816 al salir de esta su segunda morada “descendió de la prisión al patíbulo para ascender a la inmortalidad”.

También fueron víctimas del régimen del Terror: Gregorio Gutiérrez Moreno, Presidente de la Corte de Alta Justicia quien -en este Claustro “que Morillo convirtió en cárcel de patriotas”- imploró “en sublime y conmovedora escena la bendición paterna”; Miguel de Pombo y Pombo, abogado de la antigua Real Audiencia; Crisanto Valenzuela, triunviro en 1815; Antonio Baraya, héroe del Bajo Palacé y primer militar de la independencia y José Joaquín Camacho, triunviro y exvicerrector del Rosario.

Igualmente fueron pasados por las armas ese luctuoso 1816: Manuel Santiago Vallecilla y Caicedo, antiguo Vicerrector y Consiliario; José Cayetano Vásquez; Francisco Antonio de Ulloa; Juan Nepomuceno Niño, gobernador y capitán General de Tunja; Manuel Rodríguez Torices, quien “gobernó a Cartagena con más prudencia que años” y “con hermosa muerte por la dulce libertad, trocó su breve vida por perenne gloria” y Antonio José Vélez Ladrón de Guevara “uno de los más entusiasmados de la independencia”, como escribió el propio Pacificador en sus “Relaciones de los principales cabezas de la rebelión”, nos recuerda don Guillermo Hernández de Alba.

Todos ellos y otros más injustamente olvidados -como José Gabriel Peña, Martín Cortés, Miguel de Angulo, Antonio José Ayos, Miguel Díaz Granados, José María Portocarrero, Francisco de Paula Aguilar y Contreras, Francisco Morales Fernández, Joaquín Umaña, José María Cabal, Manuel del Castillo y Rada y Luis José García Riascos- subieron al patíbulo en ese espantoso año de 1816. Otros más fueron proscritos como esa luz “de las leyes y de la Libertad” don José María del Castillo y Rada quien financió las campañas del Libertador, el Rector y primer Arzobispo de la independencia don Fernando Caycedo y Flórez, el canónigo rebelde y Rector Andrés Rosillo y Meruelo o el médico y diplomático don José Fernández Madrid, quien hizo frente desde la Presidencia de la República exánime al cruel Morillo. En la Veracruz, Panteón Nacional, bajo el Cristo de los mártires, reposan muchos próceres sacrificados por nuestra libertad que con valentía, sacrificio y heroísmo adelantaron “la hazaña de la emancipación”.

Por eso una de las más tristes injusticias es usar la desafortunada expresión “patria boba”, que en mala hora acuñó don Antonio Nariño en su periódico “Los toros de Fucha” … ¿No era natural disputarse por la forma de Estado en ese despertar del constitucionalismo colombiano? ¿Acaso no hubo luchas internas de los partidos que produjeron innumerables muertes en la Revolución Francesa, “sublime y atroz al mismo tiempo”? Una revolución de la libertad y de la razón, pero también una revolución de la guillotina y de los saqueos... ¿Acaso la Guerra de la Secesión en los Estados Unidos no fue la lucha sangrienta de dos visiones distintas del poder: la de los esclavistas estados sureños contra los industrializados del norte? Una guerra civil que, a cinco días de terminarse, vio asesinar -en el teatro Ford- al elocuente orador de Gettysburg…

Aquí también se educó Uribe Uribe, ese valeroso militar, fogoso parlamentario, periodista, internacionalista y ante todo “general de los derechos” y padre -junto con Antonio José Cadavid y don Miguel Antonio Caro- de la jurisdicción administrativa: su sangre cruelmente derramada al pie del Capitolio, clama por la paz de Colombia. En el camino de retorno a las instituciones democráticas, perdidas el nefasto 13 de junio de 1953, los estudiantes de este “Alcázar de la sabiduría cristiana” fueron decisivos cuatro años más tarde…

Más de dos decenas de presidentes de la República, numerosos magistrados rectos e imparciales, diligentes ministros del Despacho, diplomáticos sobresalientes, intachables procuradores, árbitros reconocidos nacional e internacionalmente, tratadistas agudos, destacados litigantes, sabios asesores, audaces empresarios, eminentes historiadores, fundadores de otras universidades, aquilatados escritores (cantores de la niñez, de los amores y de toda belleza), ilustres miembros de la Academia Colombiana, oradores y parlamentarios de renombre, intelectuales polifacéticos, científicos…

En fin, hasta un agudo caricaturista, quien -sin acudir al insulto- ha dibujado durante las últimas seis décadas las debilidades del poder. Lo repetía Monseñor Castro Silva: “Las glorias rosaristas no son letra muerta, sino aguijón vibrante para estas generaciones nuevas”.
 
Volver a la Ley:
 
Duros tiempos que les tocó a ustedes vivir. El derecho y su ejercicio, en nuestro país, infortunadamente siguen acosados por viejos problemas: por un lado, la degradación de las normas por la vía de su sistemática inaplicación. La vigencia apenas formal del derecho, por siglos padecida, ha sido una dramática constante en Colombia. Una sociedad signada por el divorcio entre el derecho y la realidad. Anomia, la llamaron Durkheim y Nino, esa terrible enfermedad de los Estados de derecho frágiles: la inobservancia colectiva de las normas desencadena una frustración de la institucionalidad. Por otro lado, es un viejo lastre la mora y la congestión de los despachos judiciales. Incluso en el pasado también hubo problemas- ¿dónde no los ha habido? -de corrupción de algunos jueces y de ciertos abogados.
 
Lo que sí es “novedoso”, es este triste y alarmante panorama de un desorden institucional implantado, bajo el denominado “nuevo derecho”. Un cuarto de siglo bastó para que la otrora prestigiosa  e irreprochable justicia sea -infortunadamente- hoy día una de las instituciones más desprestigiadas.
 
Esa misma justicia que asaltaron a sangre y fuego, en oscura alianza, el narcotráfico y la subversión en 1985. Holocausto del que milagrosamente salió con vida el doctor Humberto Murcia Ballén, quien nos dejó hace unos días. Un verdadero ejemplo de abogado: Imparcial, independiente, íntegro, discreto (y conciso) en el oficio judicial. Claro, profundo, ordenado, riguroso (y paciente) en la docencia universitaria.
 
No soy quién para señalar responsables. “No juzguéis para no ser juzgados” -nos repetía una y otra vez papá- al recordar el evangelio de días pasados. Pero sí tenemos el deber de formularnos varias preguntas: desde la expedición de la Constitución de 1991, a la que contribuimos activa e ingenuamente desde este Claustro tomista con la gestación del denominado “movimiento de la séptima papeleta” ¿asistimos al regreso a la justicia del sistema audiencial de la colonia, donde los jueces eran depositarios de un poder absoluto e incontrolado, al concentrar los funciones jurisdiccional, legislativa, administrativa e incluso consultiva?
 
¿El “neoconstitucionalismo” jurisprudencial, no de los textos de la Carta de 1991 -que conservan en lo esencial el sistema republicano bicentenario- ha supuesto la brusca implantación de un -cada día más evidente- “gobierno de los jueces”? ¿una nueva denominación para el “fetichismo constitucional” que censuraba el inolvidable profesor Sáchica? ¿un eufemismo para el “boterismo constitucional” que alguna vez denunció el constituyente rosarista Jaime Castro?
 
¿Ese fenómeno inasible de la “constitucionalización” del derecho, que “revaluó” en exceso el rol de la Constitución pasa -ahora- por una irremediable caída “devaluadora”? (ya se habla de constituyentes…) ¿Otra Constitución “devaluada”, como lo fueron la de 1863 y la de 1886, en su momento?
 
¿Las órdenes de algunos jueces movidas -no tengo por qué dudarlo- por buenas intenciones, son una respuesta real a los problemas estructurales de una sociedad inequitativa como la nuestra? Y también vuelvo preguntarme una y otra vez ¿somos conscientes de los peligros que entraña este incontrolado incremento de la actividad judicial en nuestra vida institucional?
 
Además de las terribles secuelas que trae para la democracia ese constante atentado a la separación de poderes, cuando algunos jueces fungen -además de su rol-  de rama ejecutiva, de legisladores y ¡hasta de constituyentes! es preciso preguntarnos ¿están los jueces preparados para adoptar decisiones -con los elementos de juicio necesarios- en asuntos tan delicados como de los que, desde hace más de veinticinco años, vienen ocupándose?
 
¿Caminamos por una pendiente peligrosa hacia un “absolutismo judicial”, donde algunos jueces no se sienten atados a norma alguna y deciden cómoda y arbitrariamente a partir de “principios” gaseosos y extremadamente flexibles? ¿Será que los terrenos de la justicia -antes sagrados- se convertirán pronto en objetivo prioritario de políticos de profesión, que verán en ellos un camino expedito a sus ambiciones electorales? 

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Todos estamos de acuerdo en lo fundamental: por ejemplo, en que la garantía efectiva de los derechos es -al mismo tiempo- el objeto y la causa del contrato constitucional…Sin embargo, interpretar un contrato no es modificarlo: ¿podemos consentir en que “el fin justifica los medios”? ¿el alegado “déficit de legitimidad democrática” de nuestro Congreso y la muy deficiente rama ejecutiva justifican la implantación de una “aristocracia judicial”, sin legitimidad democrática alguna?
 
¿La soberanía popular de la Constitución mutó en “soberanía judicial”? ¿Para ser consecuentes con este “activismo judicial” deberíamos, entonces, revivir la elección popular de magistrados que previó la Constitución de 1853? ¿Pero también deberíamos someterlos a controles como la pérdida de investidura y un severo régimen de conflictos de interés, por ejemplo?
 
“Un pueblo no obedece las leyes, si no le dan ejemplo de obediencia los magistrados", sentenció el legendario legislador espartano Licurgo. Y para Solón - uno de los siete sabios de Atenas- la ley es rey, nunca las personas. Isonomía, una lección de la Grecia Antigua: todos están sometidos a la ley, incluidas las autoridades, porque la ley proviene de todos. La desinstitucionalización permanente erosiona la legitimidad del Estado.

“Nada más contrario a la armonía entre poderes como su mezcla”, dijo el Libertador hace exactamente dos siglos al instalar el Congreso de Angostura, en la antesala de la consolidación de nuestra vida republicana independiente en los campos de Boyacá. Ninguna faceta del poder público puede ser, en democracia, ejercida arbitrariamente. Y la división del poder público busca, además, asegurar un buen gobierno, aprendimos de Aristóteles.

… ¿Qué decir ante este horizonte? La respuesta está en sus manos: “Hay que volver a la norma”. La ley es medida de la libertad y la Constitución es medida del poder. Hay que volver a la regla. A la serenidad y la confianza que solo el orden brinda. Porque la libertad sólo florece en el orden, como nos recuerdan el gorro frigio en una lanza y la bella divisa de nuestro escudo patrio, símbolo nacional desde 1834. Cuando eso suceda habremos asistido a la más importante reconquista liberal y democrática de este nuevo siglo. Si el derecho es un obstáculo a la arbitrariedad: ¡Nadie dentro del Estado puede ponerse al margen del cumplimiento de las normas!  

Volver a las reglas del Rosario:

Por el momento, los invito a ser justos. Y serlo, decía “el segundo Fray Cristóbal” Monseñor Rafael María Carrasquilla -ese esclarecido varón “de suma integridad de vida”- implica no sólo actuar de acuerdo con la ley: desempeñen, además, correctamente las tareas que emprendan y no falten a la palabra empeñada.

Tengan carácter, que es lo que quizás más falta en este país: “La vida sin carácter es lo mismo que la vida sin dignidad”, escribió en letras imborrables el profesor Gabriel de Vega Pinzón en ese ya lejano 1987, cuando fue injustamente destituido del entonces prestigioso curso de Historia de las Ideas Políticas. Carácter no significa terquedad, ni agresividad, ni grosería, ni cólera.

Carácter es esa “práctica habitual de la fortaleza” también enseñó el “segundo Fundador” restaurador de la gloriosa tradición rosarista. Y el carácter exige paciencia: se asciende poco a poco. El carácter también nos impone muchas veces saber guardar silencio, pero igualmente no callar cuando el silencio sea cómplice.

Sean discretos, sencillos, sobrios. Austeros como la fachada de este claustro, como su portada, como su ancho patio, como las blancas arquerías y sus columnas, como la escalera de piedra que conduce a esta segunda planta, como la geometría de sus tejados, como la sencilla y evocadora capilla de la Bordadita, como el bronce del Fundador, como este claustro de vocación de perennidad.

Austeros como sus muros “testigos silenciosos” que en elegante latín y sobrio castellano grabados en mármol “hablan al visitante”, como la definición -esencia de este Colegio Mayor- “esculpida por el Fundador en las Constituciones y en el corazón de cada rosarista”… Como lo fueron la treintena de rectores que adornan esta Aula Máxima ¡alejados de la ostentación del poder o del dinero!

Pero no es solo ausencia de vanidad inútil. Es también economía de palabras. El célebre padre Baltasar Gracián, ese gran escritor conceptista (contemporáneo del Fundador) lo resumió sabiamente: “Lo bueno si breve, dos veces bueno. Y aún lo malo, si poco, no tan malo”. Conceptos, memoriales, providencias judiciales, actos administrativos, contratos, leyes…son hoy textos largos, extensísimos, farragosos, incomprensibles para quienes no dominan una jerga rebuscada, que se ha convertido en un muro entre los “doctos” y los destinatarios ¡vaya paradoja! de esos documentos.

Es tan valioso el contenido, como el continente. Si “el hombre es el único animal que tiene palabra” según Aristóteles, no la usen irracionalmente: ¡Que lo que escriban sea un elogio a la sencillez, sólo en ella convergen profundidad y persuasión! Los documentos propios del tráfico jurídico no están para teorizar, ni para elaborar complicadas doctrinas.

Sean breves en sus razonamientos, aconsejaba Cervantes. Lo sencillo no es afectado, lo natural no es pedante. Si quieren teorizar o especular, para eso están los libros y los artículos… “La seguridad jurídica comienza por las palabras”, dijo don Santiago Muñoz Machado -hoy director de la Real Academia Española- el año pasado en este sobrio recinto.

Sean diligentes: hagan las cosas bien. No dejen que la rutina laboral los emperece. Cada vez que llegue un asunto a sus manos, tómenlo como si fuera el primero. Trabájenlo con esmero. Nuestra profesión está basada en la confianza y por eso la Constitución, al retomar -como en muchos otros asuntos- a la centenaria Constitución de don Miguel Antonio Caro, habla del ejercicio profesional con “buen crédito”. Confiar, creer, tener fe. El litigante ejerce gracias a un mandato fundado en la confianza. Quien pide un concepto, confía en la idoneidad y profesionalismo de su asesor. Las instituciones, todas, se basan en la confianza.

No olviden la esencia del Rosario: la tradición humanística. El derecho romano, la historia, el pensamiento político, la literatura -especialmente los clásicos- deberían ser su alimento diario: eres lo que lees...El Rosario es “Seminario de la doctrina de Santo Tomás”, según sus Constituciones, abrevadero del Doctor Angélico: esa síntesis armoniosa entre fe cristiana y filosofía. Ese humanismo, a veces refundido, los sabrá aconsejar todos los días, por ejemplo:  anteponer la honestidad a ese afán desmedido de lucro.

Hay que beber del saber de la antigüedad y de la sabiduría inigualable de los juristas romanos. Hay que regresar al portal de Academo y a los jardines del Liceo, que estaban ubicados en esa “capital del pueblo más inteligente”, que bellamente describía el Rector Carrasquilla, lo mismo que a las Institutas, las Pandectas y al Digesto: ¡No nos avergoncemos de lo que somos, de lo que hemos sido por siglos!

Nos apoyamos en la tradición y avanzamos -o procuramos hacerlo- hacia la perfección (que no a la excelencia que supone ganadores y perdedores, nos recordaba insistentemente el Capellán Monseñor Pinilla). Ese es el sabio lema evangélico de nuestra centenaria Revista del Rosario, sacado sabiamente por el Rector Carrasquilla del Tesoro Sagrado (San Mateo, 13-52), tantas veces tergiversado y maltratado, que hoy resume muy bien a esta Alma Mater “siempre antigua y siempre nueva”.

Por favor: no vayan a desprenderse del Código Civil, así se dediquen a otras disciplinas diferentes al derecho privado. La frontera entre el derecho público y privado, por cierto, es una ficción: el derecho debe ser visto como un todo. Stendhal aconsejaba a sus discípulos leer un artículo del Código de Napoleón todos los días. Allí hay claridad, precisión, brevedad, medida decía Capitant. Rigor que es, además, fuente de inspiración.

Señores graduandos, queridos Alicia, Mauricio y Diego:

Al reiterarles mi sincera felicitación elevo una plegaria al Altísimo y a la Virgen del Rosario, en nuestra familiar advocación de la juvenil y dulce Bordadita (amorosamente tejida –dice la bella tradición- por la reina Margarita de Austria a su antiguo confesor), para que los acompañen en sus vidas. Su compromiso filial ¡no lo pueden olvidar! desde que ingresaron a este nuevo hogar es conservar, mejorar y aumentar el legado de este “monumento magnífico de la obra cultural de España en nuestra América”, como alguna vez lo calificó el Rector Álvaro Tafur Galvis.

Tienen que volver a esta “casa de sabiduría”. Indisolubles lazos de pertenencia los atan a este “sumo hogar del patriotismo colombiano”. Aquí pasaron, el tiempo se los susurrará, los mejores años de su juventud. Ya les llegará el momento, como a César con su amigo Lépido, la víspera de los idus de marzo, para reflexionar sobre la fugacidad de la vida…


[1] Discurso pronunciado en el Aula Máxima del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario el 20 de abril de 1993.

[2] Oficial y colegial de número.

[3] Discurso pronunciado en el Aula Máxima del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario el 22 de marzo de 2019.

[4] Oficial, colegial de número y abogado del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. Becario del Reino de España, donde adelantó estudios de derecho constitucional. Con estudios de nivel máster en París, allí obtuvo la más alta calificación de todos los estudiantes. Profesor titular de derecho público de la Facultad de Jurisprudencia y de derecho económico de la Universidad Externado de Colombia desde hace más de dos décadas. Ha sido profesor de derecho administrativo en pregrado y posgrado de la Universidad Nacional de Colombia y de derecho constitucional de la Pontificia Universidad Javeriana. Actualmente es Consejero de Estado.