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Ciudadanos alterados

Alejandro Martínez Ubieda

Redes

En general, desde hace siglos y hasta hace algunas décadas, la vida de un ciudadano en cualquier parte del mundo transcurría con relativamente pocos cambios.

Aquél que nacía y crecía en un entorno social marcado por las limitaciones económicas, tenía muchas probabilidades de aceptar su “destino” con un cierto sentido estoico y quien se desarrollaba en un marco de solvencia tendía a considerar su situación como una suerte de derecho natural derivado de su origen.
 
Pocas cosas cambiarían en ambos casos. La tradición y el peso del pasado, aunado a una muy lenta aparición de cambios tecnológicos produjeron por siglos personas con alta disposición a la aceptación de la realidad circundante.

Fundamentalmente son los avances tecnológicos, la capacidad del ser humano de crear mediante la innovación instrumentos y herramientas que modifican su relación con el entorno, los factores que cambian la conducta humana y las percepciones y aspiraciones de las personas.

En su obra Revoluciones tecnológicas y capital financiero1, Carlota Pérez trata el tema de las oleadas tecnológicas. Allí describe los modos cómo se suceden éstas, en cada caso a partir de un invento que desata y posibilita otros inventos que cambian la manera de hacer las cosas en gran medida y cómo la aparición de nuevas tecnologías, desde la invención barco a vapor hasta el T Model de Ford han ido modificando las relaciones sociales de manera definitiva.

En su criterio, en los años setenta surgió una nueva tecnología cuyos efectos estamos aún viviendo de manera plena, simbolizada por el chip de Intel. A partir de su debut, el chip de Intel y sus numerosos desarrollos posteriores han creado una vida radicalmente distinta a la que vivió la humanidad hasta entonces. Ese pequeño chip hizo realidad lo que hasta aquél momento pertenecía al mundo de  la ciencia ficción: teléfonos portátiles que devinieron tras tres décadas en computadores de mano, comunicación internacional de bajísimo costo, impresoras 3D que esculpen objetos complejos, servicios satelitales que detectan los flujos del tráfico urbano, teléfonos que se acercan a producir filmaciones que antes requerían una planta de televisión milmillonaria, y numerosas aplicaciones que ya no siempre tienen la capacidad de sorprender al ser humano.

Entre esas aplicaciones derivadas del chip Intel de los setenta, hay una de relativamente reciente aparición que ha modificado al ser humano en lo más profundo: su percepción de sí mismo como actor social. En efecto, las redes sociales, con su inmediatez, con su empoderamiento del ciudadano común que puede poner a circular sus opiniones sin la intermediación de un medio de comunicación, ha modificado numerosas conductas sociales.

En efectos, los avances tecnológicos han dado al traste con muchos modelos de negocio en los que anteriormente intermediarios reinaban de manera incontestable: las editoriales, las  empresas disqueras, los negocios de venta detallista y los medios de comunicación entre muchos otros. Hoy es posible editar un libro por cuenta propia con bajísimo costo y sin que haya un veredicto de un comité editorial que juzgue la pertinencia de la obra, se puede grabar una obra musical con escasos recursos prescindiendo de una disquera y difundirlo mediante plataformas digitales sin otro criterio que el de los autores, se realizan compras de todo tipo de artículos de consumo sin siquiera tener que visitar una tienda y se puede proveer información sin ser parte de un medio de comunicación.

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Internet-Domnio Público

Sin embargo, hay que preguntarse si los productos emanados de este nuevo “sistema de producción”, que reduce radicalmente la intermediación entre la creación y el mercado, ¿serán de mayor calidad que los producidos previamente? ¿La eliminación del intermediario desechó sólo costos y alcabalas que restringían la creatividad y la libertad individual?
 
En muchos casos sí, pero no en todos. Y en el caso particular del acceso a la información, la aparición de las redes sociales ha traído consigo la incertidumbre que genera la viralización de información que emana de fuentes “silvestres” que no cumplen con algunas de las más elementales normas que requiere el manejo responsable de la información en una sociedad democrática: la rigurosa verificación de las fuentes, el chequeo de los hechos comunicados y la revisión editorial de los contenidos por parte de un equipo profesional de comunicadores.
 
Pero hay más. Las redes sociales, por su misma naturaleza, contribuyen a condicionar la actitud ciudadana frente al hecho político y coadyuvan al predominio de un cierto tipo de conversación pública. Esa conversación no siempre es la conversación pública serena y respetuosa que se ancla en la razón y que fortalece el sentido democrático. Es, más bien, una conversación en la que el ciudadano fundamentalmente interviene a partir de la necesidad individual de expresarse emocionalmente, de ser escuchado. “Estamos en la época en que la “realidad sentida” comienza a reemplazar a la realidad factual” señala Manuel Arias Maldonado.2
Esta escucha, a su vez, está determinada en no poca medida por el hecho de que las redes sociales permiten escoger los interlocutores, y estos, abrumadoramente, serán aquellos que coincidan con las opiniones   propias  y  las  refuercen, configurándose  lo que se ha denominado como el “efecto burbuja”.

Así, en la esfera de las redes sociales son fácilmente viralizadas las expresiones radicales antes que las moderadas. La tentación radical tiene allí un marco propicio difícil de evitar.

“Un elemento básico al considerar la relación entre moderación y radicalismo tiene que ver, en estos tiempos de incesante profusión informativa y novedosas modalidades que permiten instrumentalizar mensajes subliminales de una notable potencia condicionante de la opinión pública, con la percepción colectiva del radicalismo y de la moderación, vale decir, con la valoración que de ambos términos hace la opinión pública. 

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Redes sociales - De Wilgengebroed on Flickr CC BY 2.0 commons.wikimedia.org

El radicalismo, en general, tiende a ser asociado con el arrojo y la determinación, además de, por supuesto, con la valentía. El radical “habla claro”, “sin hipocresía”. Adicionalmente, si se compara la opción radical con el camino de la opción moderada, es poco el “sex appeal” de esta última, que ofrece un trayecto más largo, y comprende la negociación con un adversario que en ambiente polarizado es considerado enemigo, así como el logro de acuerdos en los que éste mantenga algunas cuotas de participación en la vida pública.

Por otra parte, la opción moderada, con su equipaje de dialogo, negociación y búsqueda de acuerdos, es muy impopular cuando se le vincula a un prejuicio enraizado en el ser humano desde tiempos inmemoriales: eso, negociar, es cosa de “políticos”, y los políticos “nunca son de fiar”.

Así, se entiende que el espacio de la moderación es menos apetecible que el del radicalismo desde el punto de vista de su capacidad de movilización política, de agitación y de motivación social. La moderación es notablemente más discreta en cuanto a sus posibilidades de ofrecer la victoria total que las opciones radicales, al tiempo que exige una visión de más largo plazo que la requerida por el fast track radical.” (Martínez Ubieda, 2020)

De esta manera, parece claro que las redes sociales tienen una relación con la aparición de un ciudadano alterado, un ciudadano más que participar aportando puntos de vista a la conversación pública que se produce en los espacios digitales, compulsivamente vuelca sus necesidades expresivas, sintiéndose empoderado y tendiendo a la radicalidad de manera mayoritaria.

¿Cuánto condiciona el medio el mensaje? ¿Cuál sería el mensaje que emitirían mayoritariamente los ciudadanos si se encontrasen en un entorno distinto, con medio tradicionales? Quedan muchos temas vinculados a esta materia que merecen estudio, pero parece claro que existe una relación entre el carácter de la conversación pública y la relación de los ciudadanos con la política, o con la antipolítica.

Este asunto, además, abre otros aspectos que cabe considerar: ¿Cuánto y de qué manera es posible condicionar deliberadamente el ánimo ciudadano mediante la manipulación interesada de las redes sociales? Quedan temas pendientes.

1 Revoluciones tecnológicas y capital financiero, Carlota Pérez, S XXI, Mexico, 2004.
2 La democracia sentimental, política y emociones en el siglo XXI, Manuel Arias Maldonado, 2016.