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El verdadero sentido del liderazgo

José Alcibíades Guerra Parada

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Los cambios a gran escala que experimentan las diferentes organizaciones están redireccionando y redefiniendo los aspectos vitales del liderazgo. Desde el punto de vista antropológico el líder se define como aquella persona que tiene la iniciativa y capacidad de influir positivamente en la mente de quienes lo rodean y logra que hagan lo que él desea de acuerdo con unos parámetros y cronograma, claramente definidos.

Con razón se dice que el jefe manda, ordena, inspira miedo, maneja personas, acusa por descomposturas, asigna culpas y depende de su autoridad haciendo del trabajo una pesada carga entre sus subalternos, mientras el líder inspira entusiasmo, confianza, respeto, está dispuesto a corregir situaciones adversas, orienta, prepara a sus colaboradores, hace del trabajo una diversión, genera un positivo clima laboral y es coherente con su forma de pensar, hablar, escribir y actuar. En desarrollo del proceso de liderazgo se proporciona un propósito o razón, una dirección estableciendo prioridades y asignando tareas, motivación a través de estímulos y reconocimientos e influencia con ejemplo en cada acción y palabra, para así lograr un objetivo determinado.

El reto estratégico de la postguerra, para la mayoría de los líderes, consistía en establecer una “fórmula de éxito” para los negocios y ponerla en práctica por medio de políticas adecuadas para el desarrollo, la fabricación, el mercadeo y la financiación de un producto o servicio, creando su necesidad de consumo. En contraste, en la actualidad el nuevo reto es doble: un líder serio es respetado, responsable, proactivo, se anticipa a los hechos, integra no disocia, interacciona no divide. Tiene que continuar manejando el negocio tan efectiva y eficientemente como sea posible, pero al mismo tiempo tiene que cambiar el negocio. Esto implica desarrollar una aguda percepción y ser sagaz para entender las fuerzas internas y externas –con frecuencia fuerzas tecnológicas innovadoras- que podrían ofrecer amenazas, pero que a la vez ofrecen nuevas oportunidades.

En este sentido es fundamental para un líder conocerse a sí mismo y buscar la autosuperación, asumir responsabilidades, tomar decisiones firmes y oportunas, mantener informado permanentemente a su equipo de trabajo, desarrollar el sentido de pertenencia en el mismo y procurar que cada una de las tareas sea entendida, supervisada y cumplida. El líder identifica problemas, debilidades, fortalezas, oportunidades y amenazas de su colectividad, no deja contagiar con los problemas de los demás, pues es un agente generador de cambio, diseña estrategias de solución, es quien lleva a cabo la planeación en gran parte y motiva permanentemente la transformación grupal. Todos nacemos con las mismas posibilidades de llegar a ser líderes en la vida, lo que nos limita es nuestra formación.

Sin embargo, no existe un tipo de líder sino varios, dependiendo de las características del grupo que dirige, como por ejemplo, quien conduce una unidad de combate en el ejército, un equipo de trabajo en una empresa, un grupo de estudiantes en un colegio o el jefe de un partido político. Todos son orientadores de colectividades. Lo fundamental es que el líder sea carismático y a la vez proporcione la cohesión necesaria para realizar los fines trazados, estimulando al más lento para ayudar de esta forma al equipo. El verdadero líder tiene tacto, sabe relacionarse con los demás, escucha sus opiniones, genera perspectivas, tiene visión, supervisa las actividades del día a día y tiene perseverancia. Muchas de las actitudes que a diario asumen las personas en desarrollo de sus actividades, definen si se es o no un buen líder o simplemente un jefe. Expertos motivadores como el

escritor y conferencista, Gonzalo Gallo González, afirman que la misión de un líder no es manejar números ni máquinas, sino “alinear personas en la conquista de una misión compartida.”

Pero no olvidemos el rol del líder. Es un modelo a seguir, ya que predica con el ejemplo; es asesor ya que enseña a otros, defiende ideales, desarrolla potencialidades en los miembros del equipo de trabajo y asegura el sentido de responsabilidad en los demás. Es un facilitador, puesto que reúne las herramientas necesarias, información y recursos permitiendo los resultados y se convierte en un pensador estratégico que entiende claramente el contexto general, transforma situaciones proactivamente y no se deja doblegar por los problemas convirtiéndolos en oportunidades. Es tal el positivismo, la energía y entusiasmo que irradia al crear una visión, que quienes lo rodean sienten una fuerza motivadora y a su vez inspiradora.

No obstante, para ser líder no se requiere necesariamente estar ubicado en una posición jerárquica destacada, al contrario, lo que sí debe constituirse en una condición indispensable para ocupar un cargo de presidente, gerente, director, coordinador, jefe, rector u orientador de cualquier colectividad, es la de ser un buen líder, con mente abierta al cambio. Esto implica tener un adecuado sistema de alertas tempranas, movilizar a toda la organización y contar con los recursos que requiere el futuro para generar procesos dinámicos, ejerciendo un liderazgo personal que impacte y sea un modelo para sus colaboradores. No hay que olvidar que sin la participación activa y el compromiso real de la alta gerencia, de los administradores y del equipo laboral, dentro de un marco de dirección moderna que permita identificar, promover y ejecutar programas sociales en forma productiva y competitiva, no ocurrirá ningún cambio significativo en las organizaciones y todo el esfuerzo será inútil.

Jesús fue un gran líder, tenía carisma, atraía y gracias a ello la gente de su época lo seguía, lo escuchaba, se sentía bién con Él y se entusiasmaba con su mensaje de salvación, el cual ha perdurado desde hace más de 2.000 años en la Iglesia que fundó. El Salvador convocó a gente humilde, ordinaria, a los pobres y desamparados, aún sus discípulos eran gente del común, del pueblo a quienes les enseñó con el ejemplo, los encauzó con sus mensajes, los incentivó y entrenó a través de couching y los convirtió en nuevos seres, influyentes, entregados a la causa, en personas extraordinarias. El Mesías llevó a sus apóstoles a ser verdaderos líderes, grandes predicadores de su Palabra, comprometidos con su misión, que trascendieron por sus realizaciones y dejaron huella en la historia universal. El mundo no ha sido el mismo antes y después de Jesús, ha experimentado un cambio inmenso y por eso se diferencian claramente estas dos épocas.

Lo cierto es que nuestro país, la sociedad, nuestras organizaciones, comunidades y la familia en general, demandan a gritos la presencia de verdaderos líderes, justos, equitativos, conocedores, democráticos, que sean ejemplo y guíen las actuaciones de aquellos que se enmarcan dentro del grupo de sus subalternos o seguidores. Con gran razón la pensadora Rosalyn Carter expresa, “un líder conduce a sus colaboradores a donde quieren ir, pero un buen líder los conduce a donde deben estar.” Y el consultor empresarial Ricardo Matamala sentencia acertadamente: “la gente no renuncia a las empresas ni a los salarios, sino a un mal líder.”

corresponsal62@hotmail.com