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La danza macabra del covid-19

Rodolfo Rodríguez Gómez

Portada

En la Baja Edad Media la danza macabra fue una tendencia literaria y artística que personificaba la muerte, ella se representaba como un esqueleto humano con una guadaña que danzaba y se burlaba de los humanos. Hoy en día, en pleno siglo XXI, la danza macabra ha mutado y en esta ocasión encarna una danza al ritmo del COVID-19.

 

La danza macabra de la Baja Edad Media tuvo su origen en Francia, aunque existen controversias entre historiadores y algunos señalan a Alemania como epicentro. Independiente del origen, fue en las postrimerías de la Edad Media cuando personificada como esqueleto con guadaña, la muerte adquirió fuerza simbólica. En el siglo XIV, la epidemia de peste negra había sido apabullante no solo por aniquilar cerca de la tercera parte de la población de Europa, sino por generar todo un cataclismo económico, cultural y social. Hombres, mujeres, ricos y pobres, todos fueron víctimas; la peste negra no discriminaba. Con ello se originó toda una tendencia artística llamada danza de la muerte, también conocida como danza macabra. Una sátira donde la muerte, en tono moralizante, llamaba al baile a personajes de diferentes clases sociales. Esto fue frecuente en Alemania, Francia, Castilla e Italia y motivó la reflexión sobre aspectos banales que dominaban la sociedad y sobre la vulnerabilidad de los seres humanos ante la muerte que puede encarnar uno de los eventos que genera más pánico entre los seres humanos: las epidemias.

En la actualidad, la muerte engalanada con nucleótidos y aminoácidos se ha vestido de virus ARN y ha danzado por los cinco continentes. Inició su baile en la región oriental de China, en la provincia de Hubei, más exactamente en la ciudad de Wuhan, una megalópolis milenaria que cuenta con cerca de 12 millones de habitantes. Desde Wuhan, la ciudad donde empezó todo, el coronavirus dio sus primeros pasos: primero a Tailandia, luego a Japón, posteriormente a países de Europa, y de allí, a los Estados Unidos y otros países del continente americano. El COVID-19 ha danzado de manera veloz, sus movimientos han sido  

ágiles, su coreografía ha sido una especie de frenesí epidémico, ha cambiado repetidamente de pareja y no ha tenido piedad con quien se ha mostrado titubeante al danzar con él. Ya son cinco los principales escenarios continentales donde el COVID-19 ha hecho presentaciones desconcertantes: Asia, Europa, América, África y Oceanía. A regañadientes, ya buena parte del planeta ha tenido que seguirle el paso y a estas alturas, por supuesto, nadie quiere prestarse para tan contagioso baile.

Desde que fue notificado por las autoridades chinas el COVID-19 no ha parado de danzar. Sus pasos al tiempo que veloces se han vuelto parsimoniosos, cadenciosos, firmes y con carácter. En ocasiones pisa duro y duele. La mayoría de espectadores no pensó que era tan buen danzante, de hecho, se le subestimó. Al inicio, el novel coronavirus parecía algo soso y más bien tímido o al menos eso parecía desde la distancia. Sin embargo, resultó mejor danzante que lo cualquiera pudo haber imaginado y su danza viral se ha convertido en una coreografía pandémica que ha dejado al mundo boquiabierto. Ni los más avezados en la disciplina epidemiológica habían visto algo semejante. Es claro que con anterioridad se había pronosticado que podía suceder algo por el estilo, por supuesto, pero nadie estaba preparado para ello. Por ende, su espectáculo ha dejado desconcertado al planeta entero y en medio de la perplejidad y la consternación, el principal recurso ha sido suplicar por algo más de tiempo para planear y diseñar algunas estrategias con el fin de seguirle el paso.

 

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El coronavirus causante del COVID-19 se ha burlado de muchos al igual que la danza macabra durante los estertores de la Edad Media. En aquella época, según los grabados de muchos artistas, la muerte con su danza macabra se burlaba de todos; del trovador, del mendigo, del noble, del religioso y, claro está, del médico. En esta ocasión, en pleno siglo XXI sucede algo similar, ya que muchos gobiernos en el planeta no lo vieron venir y cuando menos se percataron el coronavirus estaba haciendo todo tipo de movimientos y malabares. También se ha burlado de organizaciones e instituciones nacionales e internacionales de salud, de los deficientes kits de diagnóstico y por supuesto, de los incrédulos. Este nuevo coronavirus resultó engañoso, tal como se concebía a la muerte y su danza macabra en poemas de la Edad Media. Visto desde distantes geografías, en los albores del fenómeno del COVID-19, la epidemia de Wuhan parecía ciertamente lejana: un pequeño brote que emergía en algún sitio desconocido de Asia. Sin embargo, como en el poema medieval, el coronavirus causante del COVID-19 ha engañado a la mayoría y resultó ser algo muy diferente: un virus altamente contagioso, insidioso y con hambre de pandemia.

En la danza macabra del Medioevo los personajes eran forzados a bailar representando la inevitabilidad de la muerte. Hoy, pese al distanciamiento social y al confinamiento, lo que parece inevitable es el contagio y la gran mayoría de la población terminará contagiada. Es irónico que casi 700 años después de la epidémica peste negra, que curiosamente también inició en territorio asiático, el mundo del siglo XXI, aquel que alardea de innovaciones tecnológicas descrestantes, ha tenido que recurrir a una estrategia milenaria: la cuarentena. Este hecho puede inducir muchas lecturas, por ejemplo, que una gran medida no pasa de moda o quizás que el progreso es relativo. También podría pensarse que, en realidad, para la extensa cronología de la historia del planeta que se remonta a miles de millones de años, 700 años no son nada. No obstante, en medio del espectáculo danzante del coronavirus se puso en boca de todos algunas palabras como epidemia, pandemia y cuarentena, términos que hacían parte del argot epidemiológico y que ahora pululan por doquier, convirtiéndose en parte de la jerga común de los ciudadanos.

La danza macabra en el siglo XV y XVI inspiró al arte. Muchos pintores plasmaron la danza de la muerte de diversas maneras entre ellos Michael de Wohlgemut, Giacomo Borlone de Buschis, Vincenzo de Kastav, Janez de Kastav, Bern Nokte, Niklaus Manuel Deutsch, Hans Holbein el viejo y Hans Holbein el joven. Este último, por ejemplo, con el tema de la muerte danzante que se burlaba de todos realizó decenas de grabados, trabajos que se han hecho famosos y han sido motivo de estudio por parte de académicos e historiadores. Hoy en día, quizás no hay muchos pintores que plasmen en sus pinturas la danza de este coronavirus, pero los cronistas del momento son el video y la fotografía. Esta última es la reina del mundo digital, ella ha realizado innumerables registros que documentan todo tipo de escenas dantescas: ciudades en cuarentena, uso masivo de tapabocas, compras de pánico, anaqueles vacíos, animales tratando de recuperar el espacio invadido por los humanos, crisis hospitalarias, desfiles de camiones del ejército repletos de féretros, pero paradójicamente, pocas del virus.

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Es claro que en la actualidad el mundo se enfrenta a uno de sus miedos milenarios: las epidemias y su efecto arrasador. Bien lo describió pictóricamente en el pintor Pieter Brueghel el Viejo en El triunfo de la muerte en el siglo XVI, en la obra un esqueleto humano empuña una guadaña y simplemente arrasa con la humanidad y sus perdiciones. Entonces, así como la danza macabra de la Edad Media condenaba a todos los humanos, el COVID-19 tiene en la mira a muchos humanos susceptibles, que son la mayoría. Pero como lo demuestra la historia, el ser humano ha lidiado batallas apoteósicas contra enemigos de todo tipo, las diversas epidemias y pandemias de otros tiempos son ejemplo de ello. Cabe destacar que esta danza contemporánea está encarnada por algo que no está vivo, dado que los virus, al menos en estado latente no lo están, aunque quizás por la tendencia de humanizarlo todo se les trata como un organismo vivo. Más allá de eso, esta danza macabra del COVID-19 al igual que su contraparte medieval, puede tener cierto efecto moralizante, ya que está haciendo emerger ambas caras del ser humano: por un lado, lo mezquino y corrupto; por otro, lo sensato y solidario que se hace evidente con innumerables muestras de buen corazón en diversas geografías. En este nuevo mundo distópico es posible que el ser humano mejore el trato hacia sus congéneres, hacia los animales y hacia el planeta. Al final, quizás quede algo bueno de esta nueva danza macabra.

Bibliografía

  • Becker U. Enciclopedia de los símbolos. Barcelona (España). Ediciones Robinbook; 2003.
  • Carrasco AI, Rábade M. Pecar en la Edad Media. Silex Ediciones; 2008.
  • Gonzalez H. La danza macabra. Revista digital de Iconografía medieval. 2014; 6(11): 23- 51.
  • Markessinis A. Historia de la danza desde sus orígenes. Librerias Deportivas Esteban Sanz. S.L. 1995.