Pasar al contenido principal

Diplomacia para la guerra, legado de Duque

Mauricio Jaramillo Jassir

Ivan-Duque-Dominio-publico

“Diplomacia cosmética y meliflua”, fueron calificaciones con los que el uribismo, hoy Centro Democrático, ha definido los códigos diplomáticos con los que históricamente Colombia se ha relacionado con sus vecinos. Cuando recién se estrenó como expresidente Álvaro Uribe Vélez, reconoció que la única razón para no bombardear el territorio venezolano -de la misma forma que se hizo con el ecuatoriano en marzo de 2008- fue “la falta de tiempo”. Aquella respuesta como los adjetivos peyorativos para referirse a la política exterior, son una clara manifestación de la apuesta del Centro Democrático con Iván Duque. Se ha tratado de crear las condiciones para una situación de preguerra con Venezuela, una retórica que representa enormes riesgos pero que, ese partido ve torpemente como una estrategia electoral redituable.
 
Para alcanzar niveles de cohesión nacional que aceiten la retórica uribista, Diego Molano ha demostrado estar en disposición de romper tradiciones sostenidas por varios gobiernos de distintas corrientes ideológicas y que, sin excepción, han mantenido relaciones cordiales con Cuba, Irán y Rusia, incluidos los Ocho años de Álvaro Uribe.
 
En noviembre de 2021, Colombia abrió una oficina de promoción de la innovación (INNPulsa) ubicada en la ciudad de Jerusalén, Israel. Aquello fue una clara señal de aquiescencia con la postura defendida por el gobierno de Donald Trump de aceptar a la “ciudad santa” como capital de Israel, decisión que afecta el equilibrio geopolítico de la zona, como la mayoría abrumadora de Estados lo reconoce, y viola flagrantemente los derechos de la población palestina. Pues bien, en esa ocasión el titular de defensa colombiano afirmó sin matices que Irán era enemigodel país por el apoyo que le otorgó a Caracas. La declaración de Molano no tiene antecedentes en la política reciente de América Latina y el Caribe. Solamente naciones con disposición a la guerra evocan una noción de esa magnitud. Ante la evidente sorpresa de la misión diplomática iraní en Colombia, Duque matizó aclarando que el país no se refería a ningún Estado en esos términos, pero sin rectificar ni desautorizar a su ministro. La declaración de Molano no ocurre sin un contexto anterior y mucho menos, se trata de un lapsus. Es, más bien, la estrategia para convertir la política exterior, una función de Estado, en una mera proyección de los intereses pasajeros de este gobierno. Por eso las constantes alusiones a una confrontación con Venezuela que, obviamente busca justificar la fracasada apuesta por el “cerco diplomático”. Los antecedentes en ese sentido son varios y significativos.
 
Recién iniciado el gobierno, Alejandro Ordóñez embajador ante la Organización de Estados Americanos (OEA) calificó a la migración venezolana como una “estrategia para irradiar en la región el socialismo del siglo XXI”. La insólita declaración que viola las convenciones de derechos humanos y contradice lo que el propio gobierno ha reivindicado frente al fenómeno migratorio, tan solo fue tímidamente rectificada por el entonces canciller, Carlos Holmes Trujillo. Ordóñez no solo se abstuvo de recular o matizar, sino que reafirmó.

col1im3der

Diego Molano - De Zhyler CC BY-SA 4.0


Por eso no fue extraño, que Diego Molano reiterara denuncias contra otro Estado con el que Colombia ha mantenido relaciones amistosas, pero que ha sido objeto del verbo encendido del uribismo, Rusia. Según Molano, Moscú era una amenaza por el apoyo militar a Venezuela que se traduce en mayor presencia en la frontera. Esta retórica se ha alimentado por la guerra en Ucrania que llega a niveles delirantes hasta el punto de sugerir que de ganar Gustavo Petro las elecciones, Colombia sería “intervenida”. Se indica de manera indirecta que tanto Caracas como Moscú serán responsables de la inseguridad en Arauca, declaración que no solo es irresponsable en términos diplomáticos, sino que desnuda hasta qué punto el Estado paga el precio del abandono del proceso de paz por parte de la actual administración. de nuevo, la historia del uribismo es abundante en ejemplos de sospecha infundadas. En 2008, el gobierno Uribe le entregó al El Tiempo las fotos que comprobaban la estrecha relación entre miembros del gobierno de Rafael Correa y las FARC, a través de una imagen de supuestamente Gustavo Larrea, ministro de seguridad ciudadana ecuatoriano, con “Raúl Reyes” . No obstante, la persona al lado del guerrillero resultó ser Patricio Etchegaray, dirigente comunista argentino. En 2019 en la Asamblea General de Naciones Unidas, Duque presentó como prueba de la presencia del ELN en Venezuela, fotos de inteligencia militar que resultaron ser del Cauca y propiedad de El Colombiano. Y, el año pasado cuando quedó en evidencia la falsedad de un video que buscaba comprobar el apoyo del ELN al candidato de la izquierda en las elecciones de Ecuador, Andrés Arauz, el propio fiscal general, Francisco Barbosa, viajó apresuradamente a Quito para entregar pruebas en su contra. La diligencia del funcionario contrastó con la apatía con la que el ente acusador investiga el aumento de masacres y asesinatos de líderes sociales en Colombia.
 
El mandato de Iván Duque en política exterior será grabado por haber incluido las posturas más radicales de la derecha colombiana, como ni siquiera en su momento lo hizo Uribe como presidente. Extrañamente en esos ocho años, Colombia mantuvo una relación cordial con Cuba y Rusia, e incluso con el primero, el mismo expresidente ha reconocido su papel como mediador para la superación de una de las crisis más dramáticas Bogotá-Caracas cuando se produjo el arresto de “Rodrigo Granda”. Jamás se había llevado el alineamiento con Washington a estos niveles en que se equiparan sus rivales o adversarios con los nuestros. Al transferir la responsabilidad de la política exterior al ministro de defensa, Duque no solo incumplió la Constitución (artículo 189 n. 2), sino que ha jugado con rivalidades internacionales alejando a Colombia de su trayectoria diplomática afincada en la no injerencia y el respeto por la soberanía de terceros. La retórica vacía que sugiere una nueva Guerra Fría en América Latina impulsada por las tensiones entre Moscú y Washington en Ucrania, busca favorecer a las candidaturas de la derecha que preconizan el miedo y pasan por alto que, en la globalización ningún Estado ha intervenido tanto militarmente como Estados Unidos -Irak (1990-2003), Haití (1994), Serbia (1999), Afganistán (2003), Siria (2017)-. Esto no debe significar aquiescencia con la intervención rusa en Ucrania. La retórica vacía que sugiere una nueva Guerra Fría en América Latina impulsada por las tensiones entre Moscú y Washington en Ucrania, busca favorecer a las candidaturas de la derecha que preconizan el miedo y pasan por alto que, en la globalización ningún Estado ha intervenido tanto militarmente como Estados Unidos -Irak (1990-2003), Haití (1994), Serbia (1999), Afganistán (2003), Siria (2017)-. Esto no debe significar aquiescencia con la intervención rusa en Ucrania. La retórica vacía que sugiere una nueva Guerra Fría en América Latina impulsada por las tensiones entre Moscú y Washington en Ucrania, busca favorecer a las candidaturas de la derecha que preconizan el miedo y pasan por alto que, en la globalización ningún Estado ha intervenido tanto militarmente como Estados Unidos -Irak (1990-2003), Haití (1994), Serbia (1999), Afganistán (2003), Siria (2017)-. Esto no debe significar aquiescencia con la intervención rusa en Ucrania.

En cuentas resumidas, la multipolaridad es incompatible con el nacionalismo anacrónico que condena a Colombia a un aislamiento del que salir no será fácil.