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Los Disfraces que le Tejemos al Racismo

Pedro Rivas Robledo

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Identificar el racismo es muy fácil cuando un policía asfixia a un hombre negro con su rodilla hasta matarlo, o cuando un policía asesina a un joven afrocolombiano a bolillazos por presuntamente ser un infractor de la cuarentena. Son pocas las personas que verdaderamente aprobarían o celebrarían este tipo de comportamientos discriminatorios cuando son físicamente violentos. Sin embargo, no por rechazar el racismo donde es evidente e indiscutible quiere decir que estemos libres de participar en él, pues hay otras formas en las que se presenta la discriminación racial que no son asesinas, pero que sí parten de la misma idea repugnante del rechazo hacia un determinado grupo de personas motivado en su origen racial o étnico. Este tipo de racismo es silencioso y suele pasar desapercibido, pues aquellas personas que lo emplean tienden a disfrazarlo de elementos culturales inofensivos, negando su naturaleza discriminatoria.

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Anuncio racista de Pears' Soap - By Wellcome Collection gallery (2018-03-23)

Los disfraces que usa el racismo para camuflarse son diversos. Para entender cómo funcionan podemos empezar con el humor, que afortunadamente se ha vuelto cada vez menos eficaz para esconder prejuicios discriminatorios, pero sirve como ejemplo ilustrativo. Así, una herramienta muy útil para que un comentario discriminatoria pase desapercibido es hacerlo con sarcasmo o a manera de chiste. De esta manera, ante un posible reproche, el autor tiene un escudo perfecto que consiste en decir que es simplemente humor, y ¿cómo puede el humor ser racista? ¡Es tan solo un chiste! Así funcionan los disfraces del racismo, desdibujando la apariencia discriminatoria de ciertos comportamientos que lo son, pero que se esconden bajo elementos culturales, haciendo creer que su connotación cultural es incompatible con el racismo. Una idea que hace mucho tiempo está desmentida, pues hoy podemos coincidir en que lo cultural no es sinónimo de lo correcto.

Estos disfraces pueden encontrarse en dinámicas sociales ordinarias si se observan con detalle. En esta oportunidad quiero describir dos que tal vez son menos evidentes que el humor y, por ende, hay una mayor urgencia por visibilizar. El primero de ellos es la costumbre lingüística, la cual funge como disfraz perfecto para justificar expresiones racistas como “mucha india/mucho indiocuando referirnos despectivamente a personas feas o de malos modales.  La persona que llegue a ser recriminada por utilizar esta clase de términos bien podrá defenderse diciendo que son usos comunes del lenguaje, y ¿cómo puede haber racismo en la costumbre lingüística? Y para responder, debemos remitirnos al punto de partida, pues el hecho de que sea un elemento cultural no lo hace menos racista. El desagradable término que nos ha servido como ejemplo para este disfraz, nace de un arribismo postcolonial donde los latinoamericanos miran lo europeo y lo blanco como puro y virtuoso; mientras que lo nativo y lo indígena es considerado despreciable y sucio. Este es, de hecho, un razonamiento bajo el cual, lastimosamente, hemos construido la identidad latinoamericana —para profundizar cómo el desprecio por la cultura aborigen ha sido uno de los elementos sobre los que hemos construido nuestra propia cultura, recomendaría con entusiasmo que leer una investigación del sociólogo chileno Jorge Larraín titulada “La identidad Latinoamericana, teoría e historia”.

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Castas - Dominio público

El otro disfraz que me parece importante exhibir es el de la subjetividad de los gustos, el cual se puede explicar con una frase que tienen que soportar con frecuencia las mujeres afrodescendientes: “¡Eres muy bonita para ser negra!”. Esta consigna es defendida por las personas que la emplean, no solo haciéndola pasar como un piropo  que además no ha sido solicitado en la mayoría de los casos— sino también disfrazando el comentario en una cuestión de gustos, sosteniendo que sus palabras constituyen una opinión que nace de la libertad para expresar lo que a ellos les parece estéticamente atractivo. Sin embargo, aunque efectivamente sea una opinión, eso no le quita lo racista, pues para emitir esa valoración se debe partir de dos presupuestos discriminatorios (por lo menos). El primero de ellos es pensar que el modelo de belleza está alejado de la comunidad negra implicando que los afrodescendientes por regla general no son estéticamente atractivos y una mujer negra bonita sería la excepción a la regla. Esta es una valoración absolutamente injusta y efectuada con base a estándares estéticos estructurados de raíz para desfavorecer ciertos grupos étnicos. El segundo presupuesto discriminatorio es que la persona que hace el comentario está suponiendo que la mujer a quien va dirigido el “piropo” se va a sentir halagada al saber que sus rasgos físicos son distintos a los de su grupo étnico, como si ella estuviera avergonzada de ser negra y fuera un alivio para ella saber que tiene rasgos distintos.

Lo cierto es que muchas veces estas reflexiones no se presentan de manera natural cuando nos encontramos ante situaciones discriminatorias, y la invitación de este artículo es que las hagamos, pues el racismo se disfraza de muchas cosas y tenemos que ser críticos si queremos desenmascararlo en todas sus modalidades. La mayor barrera que tenemos para superar el racismo enclaustrado en nuestra sociedad es aceptar que caemos constantemente en prácticas racistas y que, además, no las reconocemos como tales. De la misma manera, aceptar y participar en estas formas de racismo encubierto es ayudar a que este fenómeno se normalice en la conciencia colectiva de la sociedad, y vale la pena preguntarnos si esta normalización es la que permite que la discriminación racial discreta se transforme en ese racismo asesino, violento y segregacionista que hoy repudiamos. Empecemos reconociendo que el humor puede ser racista, así como la cultura, las costumbres, el lenguaje y las opiniones sobre gustos. Dejemos de tejerle disfraces.