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¿Se vale cualquiera? La política en la era del espectáculo

Sara Fonseca Sandoval

Volodymyr

En la gala de los MTV Video Music Awards de 2015, un evento sin ninguna relevancia política, Kanye West anunciaba sus intenciones de competir por la presidencia de los Estados Unidos de América. El pasado 04 de Julio, día de la Independencia, hizo nuevamente pública su ambición de gobernar una de las naciones más poderosas de Occidente y de ocupar el cargo con mayor influencia en la política global. Más allá de las posibilidades del rapero afroamericano de convertirse en el presidente 46 de los Estados Unidos, se abre una discusión, más que interesante, sobre la participación de figuras asociadas al espectáculo en la política. Y es que el caso de West no es único, Jimmy Morales en Guatemala,Volodimir Zelensky en Ucrania e incluso Donald Trump en Estados Unidos son ejemplos de personas provenientes del mundo del espectáculo, ya sea como presentadores, actores, comediantes o participantes de realities que llegaron a ocupar los cargos más importantes en su país, como jefes de Estado, con una nula experiencia en los asuntos políticos.
Lo que al principio parece ser una excentricidad más de estos personajes que es coherente con su personalidad polémica o sus ganas de adquirir relevancia, termina por ser un  triunfo inesperado en las urnas que da cuenta de unfenómeno que no es nuevo pero sí cada vez más recurrente: los outsiders. Un término utilizado  para definir a aquellas  personas que nunca han pertenecido al mundo de la política y, por tanto, ni su formación ni su; experiencia tienen que ver con ello,  pero  por presentarse como  ajenas a la política tradicional y al establecimiento logran alcanzar relevancia en este ámbito. Así, la política pasó de ser un privilegio reservado  a  sabios y  filósofos en la antigüedad al gobierno del espectáculo que hoy presenciamos.
 

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Jimmy Morales - Dominio público

Muchos se cuestionarán cómo es que personas sin ninguna experiencia ni  trayectoria, sin las formas o plataformas políticas tradicionales , sin  más respaldo  que el  de sus espectadores o  fans alcanzan puestos de tal prestigio y  convencen  a los electores.  La respuesta a este interrogante,  lejos de ser sencilla,  lleva a interpretar una serie de señales que evidencian  una compleja transformación en la política, que como todo,  presenta aspectos positivos y  riesgos. 

A priori, el  triunfo de estos personajes pareciera ser la expresión de un  electorado ignorante, alienado por los medios de comunicación y las redes sociales, personas que no se toman en serio la política, pero también es un hecho  atribuible a causas estructurales.  Y es que, es cierto,  la política genera cada vez más desinterés y desconfianza entre el electorado,  no  hay sino  que ver los porcentajes de abstención. Pero más allá de eso, es un llamado a la renovación de la política tradicional y a cerrar la brecha entre instituciones y ciudadanía.

Es por eso que personas que se presentan como  libres de los vicios del  medio,  que hacen  un sacrificio  por el bien común al postularse a estos cargos, encarnan esa posibilidad de renovación. La razón  de su auge se debe al uso efectivo  de estrategias de comunicación  política que no  solo  han usado  nuevos medios menos convencionales para llegar a sus potenciales votantes, sino que han adoptado  con  discursos acertados. Su talento radica en enviar mensajes que para la ciudadanía son más fáciles de comprender y por medios por los cuales resulta menos costoso y  una mejor experiencia para el ciudadano aproximarse a sus candidatos. El contenido, no menos relevante, en la mayoría de los casos ha identificado adecuadamente el sentir popular  por haber estado en  mayor contacto con  el público (que es ahora electorado) y con  el que han alcanzado  nuevas formas de identificación más efectivas que les permiten obtener tales victorias en la arena política.

Es decir,  son personajes que han  sabido  capitalizar de forma eficiente el descontento  ciudadano ante  una política que parece inmóvil, que no se renueva, que se agotó y no  produce resultados. Entonces, si la política funciona como el mercado, como lo  decía James Buchanan,  son  estos outsiders los que vienen a satisfacer la demanda de renovación,  en la que la ideología y  la experiencia dejaron de ser aspectos valorados positivamente o  al menos tan relevantes como  otrora.  Con esto,  la ciudadanía parece mandar un mensaje claro: “no  importa quién  sea,  siempre que no sean los de siempre”. 
 

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Kanye West - Dominio público

Es de destacar, que ello no  sería posible sin  sistemas políticos más abiertos y  plurales y  que han hecho realidad la promesa democrática de que cualquiera pueda elegir y  ser elegido.  Hoy,  en los países con  tradición democrática y liberal, al menos en lo formal, cualquiera puede postularse a un cargo  de elección  popular y participar de las decisiones públicas,  sin importar su extracción social, su bagaje intelectual,  su sexo, sus preferencias o su raza. Sin duda alguna, son  estas posibilidades las que nutren el  debate sobre lo público conducen a decisiones más inclusivas que tienen un gran valor en las instancias de deliberación y decisión. Es muestra de que la política ha dejado  de estar monopolizada por las élites de distinto tipo que habían ocupado estos espacios en antaño. Pero  cuando  se trata de cargos con  gran poder decisorio y  para los que se requiere un mínimo de formación,  materializar esa promesa tiene otro costo,  ¿realmente se vale cualquiera?

Asumir la presidencia de un país requiere de capacidades que van mucho  más allá de la comunicación política asertiva. No  basta con hacer mensajes populares y polémicos,  la política  no es solo discurso, requiere de técnica y experticia  que solo  se adquiere con  la formación o la experiencia.  Traducir los discursos que en campaña les dieron  la aprobación popular, y  que en muchos casos han apelado  a la demagogia y al populismo,  en realidades durante sus mandatos no es tan sencillo,  se enfrentan a instituciones y  engranajes políticos a los que son  ajenos y  pueden llegar a ser obstáculos en su gestión. Además,  sus propuestas,  en muchos casos descabelladas, además de ser inviables, tienen como particularidad el estar apoyadas en la restricción  a los derechos de ciertos sectores de la sociedad,  que curiosamente son los discursos que están ganando popularidad.

Por más que la democracia haya abierto  estas oportunidades a personas que nunca antes habrían soñado ocupar estos lugares, no se vale cualquiera. Pero una evaluación de los costos de estas decisiones democráticas demuestra  que son  mayores que las ganancias y  que amenazan no  solo  la institucionalidad y la eficacia, sino hasta la misma democracia y los valores liberales que las hacen posibles y que requieren de un delicado equilibrio para subsistir.  Pareciese que la demonización de la política que hace que todo lo  “no- político” tenga una acogida impresionante, está acompañada de una banalización de la misma.    Solo la pérdida del  significado  de la política para las sociedades puede explicar la falta de responsabilidad de quienes se postulan a estos cargos sin tener idea alguna  y  de los votantes que los eligen, sin reparar que sobre sus hombros recaerá el devenir de toda una sociedad. Gobernar no  es algo  que pueda hacer cualquiera,  solo  lo deberían hacer los mejores. La política no va a desaparecer,  pero  se tiene que prestar atención a las señales de alerta que da esta era del espectáculo y desde el lugar que a cada uno corresponde emprender las acciones para corregir el rumbo.  Y es que no  se puede perder de vista que el espacio de lo  político  es la forma por excelencia de los seres humanos de estar juntos y la política la vía para realizar su  destino común,  cualquiera que este sea.