Análisis -
09/12/2016 12:00:00 a. m.
hansiline - http://bit.ly/2hoZNHx
En efecto, lo que ha venido de Viena es un ramalazo de viento fresco: el candidato verde-independiente Alexander van der Bellen (1944 - ) derrotó al ultranacionalista –la copia austríaca de las amenazas de Trump- Norbert Hofer (1971 -). Esta victoria, justo es acotarlo, no ha sido por mucho, sino por un margen poco significativo. El vencedor se hizo con el 53 por ciento de las preferencias, mientras el perdedor vio esfumarse sus esperanzas con un 47 por ciento de los sufragios.
De manera que, aunque triunfo, la victoria al no ser aplastante deja a un país claramente dividido. Ante ello, y como es normal, el triunfador ha llamado a la unidad, y se espera que uno de los ejes fundamentales de su política sea el mantenimiento –si es que no consolidación- de Austria en el seno de la Unión Europea.
Esto contrasta con los resultados del Reino Unido, claramente rechazando la Unión, o el ocurrido este pasado domingo 4 de diciembre, en Italia. Como se sabe, las fuerzas del populismo encabezadas por líderes como el comediante Pepe Grillo, también se apoderaron de la plaza de Roma y no se descarta –aunque se requiere que corra cierto caudal de agua bajo los puentes- que los populistas ítalos puedan poner en consulta la permanencia de su país en el grupo europeo.
En verdad la victoria de Bellen ha requerido que se recorra una senda particularmente sinuosa. Es de recordar que en mayo pasado, el candidato de los verdes se impuso por tan sólo 31,000 votos, en una victoria que tuvo un margen de 50.3 a 49.7 por ciento. Menos de un uno por ciento de la votación total, es decir menos que un empate técnico.
Ante las denuncias de irregularidades y sabiendo las autoridades electorales que tenían ante sí un “voto finish”, que, finalmente en esas condiciones el ganador llegaba con plomo en el ala, con su legitimidad fuertemente dañada, se procedió a realizar esta segunda votación. Ahora el margen ha sido más amplio, y en función de ello el gobierno de los verdes y sus aliados, se disponen a tomar las riendas del Ejecutivo desde Viena, la ciudad más poblada de Europa Central –solo superada en esta región por Berlin- y la décima con mayor población en toda Europa.
El candidato populista hoy derrotado, Hofer, había montado su campaña siguiendo la escuela “anti-establishment” que habían forjado los triunfos de ultra conservadores en Reino Unido, Estados Unidos e Italia. Se trata de los temas y tácticas sobre las cuales se cierne la amenaza radical de derecha en Francia, con el Frente Nacional de Marine Le-Pen (1968 -) y temeraria posición de los neonazis en Alemania.
Los temas nacionalistas que convencieron a casi la mitad de los austríacos que votaron, se basaban en posiciones anti-migración y la severa crítica a la manera cómo el país está enfrentando la crisis de refugiados. En 2015 se reporta oficialmente que Austria tuvo 90,000 solicitudes de asilo y que otros 37,000 se han sumado en lo que va de este año. Véase cómo la cantidad ha descendido, pero vende bien entre los populistas y demagogos –valga la redundancia- culpar a extranjeros de todos los males del país, desde el día mismo de la Creación.
Otro de los temas de crítica, y por tanto de campaña entre los opositores, ha sido la forma en la cual el gobierno ha conducido la política económica del país. Hasta ahora, el gobierno de coalición entre los social demócratas y los social cristianos –partidos SPO y OVP, respectivamente- no ha sido capaz de hacer avanzar propuestas que promuevan efectivamente la recuperación económica, y con ello, reducir el desempleo.
Esta incapacidad ha generado un bonito caldo de cultivo para que los derechistas aumenten sus votos y con ello su peso político en la escena de poder público austríaco. Véase como una situación similar, hizo que Trump ganara en Estados en los cuales se ha cebado la pérdida de empleo entre trabajadores que antes veían asegurado su futuro, en las fábricas de Michigan, Wisconsin o bien Pennsylvania.
Las posiciones más conservadoras de Austria también se encaminaban hacia los coqueteos con los países del Este Europeo, en especial Rusia. En esto, de nuevo, hay coincidencias que parecieran ir más allá de las actuales coyunturas. Los ahora derrotados austríacos de ultra-derecha no ahorraron calificativos y declaraciones mediante las cuales dejaban clara su posición respecto a estar en contra de la Unión Europea, de favorecer a Moscú y de oponerse con vehemencia a las sanciones que se tienen contra el régimen de Vladimir Putin.
Hasta ahora, las fuerzas más progresistas y liberales en Alemania y Francia –las naciones esenciales de la Unión en el Viejo Continente- han manifestado su respiro, ante la ola de populismo que se venían imponiendo desde el 23 de junio, fecha en que se impuso el “Brexit” entre los ingleses.
Desde luego que es más fácil la crítica, la efímera llamarada de expectativas que pueden generar quienes no han estado en posiciones públicas. A “los de fuera” generalmente no se les piden credenciales. Pueden llegar al poder encarnando una esperanza, tan perecedera como un relámpago, pero esperanza después de todo.
Más que propuestas, la oposición requiere de pulso, tomates y suerte. Las amenazas del populismo no están conjuradas. La fragilidad de la Unión Europea, continúa, a pesar del fundamentado voto austríaco.
Giovanni Reyes, profesor de la Escuela de Administración.