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Perder el pasado

Paulo Córdoba

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El reciente incendio del Museo Nacional de Brasil, situado en Rio de Janeiro, fue sin duda alguna un acontecimiento que entristeció no solo a la comunidad académica interesada en la historia de la humanidad sino también a los miles de cariocas para quienes el museo formaba parte de su forma de habitar la ciudad.

Como bien lo muestra Michael Kimmelman (2018), crítico de arquitectura del reconocido periódico estadounidense, The New York Times, ese museo era mucho más apreciado por la comunidad de São Cristovão, que por los turistas que visitaban Rio de Janeiro. La razón parece ser simple: el barrio São Cristovão se encuentra ubicado considerablemente lejos de la zona turística de Copacabana y cerca de Mangueira, una de las muchas favelas que componen el entramado urbano de la ciudad.
 
Muchos de los cariocas señalaron que el museo formaba parte de su proceso de crecimiento, que lo habían conocido a muy temprana edad, y que lo frecuentaban desde que tenían uso de razón, por lo que se constituía como algo más que una simple estructura patrimonial de Rio de Janeiro y de Brasil: era parte de la conciencia histórica de muchos brasileños que admiran la manera como se fue construyendo su sentimiento nacional por el país que los vio nacer (Kimmelman 2018).
 
Pero ¿qué significa que el Museo Nacional fuera parte de la “conciencia histórica” de los brasileños? O para ser más específico aún: ¿qué significa propiamente “conciencia histórica”? Este término forma parte del esquema conceptual de la teoría hermenéutica gadameriana, por lo cual es necesario reconstruir un poco cómo lo entiende Hans-Georg Gadamer.
 
Para Gadamer (2012, p. 349; 2003, p. 42), los seres humanos tenemos conciencia histórica porque inevitablemente nos encontramos inmersos en tradiciones, en universos de prejuicios que fueron consolidándose a lo largo del tiempo en el seno de las comunidades humanas y que, por ese mismo hecho de ser prejuicios históricos, pueden transformarse, reafirmarse o simplemente pueden desaparecer. En ese sentido, la conciencia histórica es el conocimiento de los prejuicios más importantes que constituyen nuestra forma de comprender el mundo, esto es, el conocimiento de la situación histórica desde la cual avanzamos en el camino  hacia la verdad, sin que esa situación inicial sea necesariamente la única forma de aproximarse a la meta.
 
Así las cosas, la afirmación que sostiene que el Museo Nacional de Brasil era parte de la conciencia histórica de los brasileños se refiere a que, en el seno de esa estructura arquitectónica, convergían tantos objetos históricos como emociones de los brasileños ligadas a esos elementos materiales que se perdieron para siempre en el fuego implacable que arrasó con el 90% museo.
 
El título del artículo de Kimmelman, formulado a la manera de pregunta y respuesta (¿Qué se pierde cuando un museo desaparece? En Brasil, una historia de nación) es muy sugerente por eso: señala la tragedia que cobija el hecho de perder elementos que permiten avanzar hacia una mejor comprensión del mundo, a través de los pantanosos caminos de la historia.
 
Pero a mí personalmente me gustaría ampliar la pregunta de Kimmelman, con la finalidad de llegar a una reflexión más general sobre la historia. Por ende, considero relevante preguntar ¿qué se pierde cuando se pierden fuentes históricas, como las que se encontraban en el Museo Nacional de Brasil? Intentar dar respuesta a esta cuestión implica acudir a algunas reflexiones ya antes trazadas por quienes dedicaron su vida al oficio de historiador, por lo que los aportes de Marc Bloch, Lucien Febvre y Carlo Ginzburg resultarán de gran ayuda para esta labor.
 
Inicialmente es preciso reforzar una de las tesis de Marc Bloch, presentada en su texto clásico de publicación póstuma, Apología para la historia o el oficio del historiador, donde se sostiene que, “por definición, el historiador se halla en la absoluta imposibilidad de constatar por sí mismo los hechos que estudia [...] En breve, en contraste con el conocimiento presente, el conocimiento del pasado es forzosamente «indirecto»” (1949/1952, p. 75).
 
Carlo Ginzburg llegó a utilizar la analogía del enredo para describir la búsqueda que hace el historiador alrededor de los acontecimientos pretéritos, asemejando esta búsqueda a la hazaña llevada a cabo por Teseo contra el Minotauro que habitaba en lo profundo de un laberinto en la isla de Creta. Por la mitología griega, sabemos que Teseo logró salir victorioso del laberinto gracias a que su prometida, Ariadna, le dio un ovillo de hilo que él desenredó hasta que llegó al Minotauro y luego, después de vencer a la bestia, recogió para poder volver hasta la entrada del laberinto de nuevo. Sin embargo, como bien lo pone Ginzburg, a pesar de que sabemos acerca del hilo con el que se orientó Teseo en su peripecia; “de las huellas que Teseo dejó al vagar por el laberinto, el mito no habla” (2010, p. 9).
 

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Con esto, Ginzburg nos recuerda que aunque el hilo del relato, nos permite muchas veces salir airosos del laberinto de la historia, nunca arrastra consigo todo lo acontecido allí, todas las huellas que quedaron o que se borraron, que pervivieron o que desaparecieron. En consecuencia, siempre quedarán a la deriva, en cualquier intento de comprensión del enredado pasado, elementos constitutivos del mismo, los cuales son imposibles de rastrear por completo en una investigación histórica de cualquier índole; incluso cuando nos valgamos de “hilos” como aquellas fuentes que dan cuenta de los sucesos pretéritos.
 
Sin duda alguna, las fuentes históricas son las herramientas básicas por excelencia del historiador. Ellas guían al estudioso del pasado en sus búsquedas enmarañadas y le permiten salir airoso de ellas unas veces o desilusionado otras, pues una de las mayores tragedias que acosan al ser humano preocupado por descubrir lo que realmente sucedió en el pasado es el hecho de saber que, como sugiere Lucien Febvre, la historia no posee fórmulas naturales; “es historia sin más” (1993, p. 38) y, como tal, escapa a todo intento que apunte a su aprehensión total.
 
Es por tragedias como ésta que acontecimientos como el incendio que arrasó con el Museo Nacional de Brasil indigna tanto a quienes se preocupan por la historia: ya estamos condenados a no conocer a cabalidad lo que somos en tanto seres humanos, puesto que descubrimos a medio camino de nuestra historia que era necesario preguntarnos por nosotros mismos, entonces ¿por qué no valernos de lo que proviene del pasado, resistiendo al paso del tiempo, para hacernos una idea –así sea mínima– del lugar histórico de dónde venimos? La pregunta es, en realidad, una pregunta por la conservación de lo que nos puede hablar sobre el pasado porque estuvo allí, porque fue parte de él, porque lo compuso.
 
El museo que se incendió tenía problemas administrativos y presupuestales. Nada sorpresivo teniendo en cuenta que Brasil pasa por una considerable crisis en todos los aspectos: político, social, económico, histórico, etcétera. No obstante, aunque las autoridades en Brasil lamentaron la pérdida irrecuperable de todos los objetos históricos que se quemaron durante el incendio, aunque hubo quienes –investidos de reconocimiento político o académico (o de ambos tipos)– salieron a pedir la renuncia de quienes debían encargarse de la seguridad del museo, y aunque el mundo se levantó para indignarse por lo ocurrido (Menon y Moura 2018), lo cierto es que aquello que se perdió se ha ido para siempre y la humanidad, de ahora en adelante, deberá conformarse con las interpretaciones que quedaron en el mundo sobre los objetos que formaban parte del museo.
 
A mi modo de ver, esto trae consigo al menos dos consecuencias importantes: por un lado, tendremos que vivir con lo que terceros dijeron o dicen sobre el pasado brasileño, sin la posibilidad de corroborar si sus afirmaciones se adecúan o no a la realidad de lo sucedido en el pasado y por otro lado, ha quedado abierta la peligrosa puerta hacia la posibilidad de reinterpretar el pasado brasileño de la manera como mejor le parezca al estado de ese país.
 
Ambas consecuencias se hallan estrechamente relacionadas por la probabilidad de negación de la crítica como mecanismo de comprensión de la realidad pretérita, lo cual es bastante riesgoso en Brasil teniendo en cuenta que la historia de ese país se encuentra atravesada por diversos episodios de tergiversación de la realidad con fines autoritarios, como ya he tenido la oportunidad de mostrar someramente en otro lado (Córdoba 2017).
 
Con esto no busco hacer ningún tipo de pronóstico de lo que sucederá en Brasil a futuro, ni nada por el estilo. Antes bien, lo que pretendí fue simplemente mostrar que, cuando se pierden fuentes históricas, se pierden posibilidades epistemológicas que podrían guiar mejor la aventura del ser humano en el camino hacia la verdad, tan deslegitimada por estos días que importantes académicos –como el ya citado Carlo Ginzburg (pp. 19-54 y 297-326)– han tenido que salir a defenderla de los ultrajes que ha sufrido por cuenta del relativismo a ultranza.
 
Por suerte para nosotros, la batalla de Ginzburg fue bien librada, y a través de sólidos argumentos el historiador italiano nos ha legado algunas reflexiones sobre los riesgos de pretender creer que no hay verdad en el mundo. Uno de estos es la posibilidad de que se presenten manipulaciones históricas con fines macabros, y terminemos perdiendo el modo real de ser del pasado para siempre, lo cual daría paso a cualquier cantidad de fenómenos coercitivos no deseables para nadie desde un punto de vista humanístico.


Bibliografía

  • Bloch, Marc. Apología para la historia o el oficio del historiador. México: Fondo de Cultura Económica, 1949/1952.
  • Córdoba, Paulo. «Difundir el Estado: la propaganda del Estado Novo en Brasil durante la Segunda Guerra Mundial y su contradicción posterior.» En Imaginando América Latina. Historia y Cultura Visual, Siglos XIXXXI, de Óscar Daniel Hernández y Sven (Eds.) Schuster, 249-280. Bogotá: Universidad del Rosario, 2017.
  • Febvre, Lucien. Combates por la Historia. Barcelona: Planeta-De Agostini, 1993.
  • Gadamer, Hans-Georg. El problema de la conciencia histórica. Barcelona: Tecnos, 2003. 
  • —. Verdad y Método I. Salamanca: Sígueme, 2012.
  • Ginzburg, Carlo. El hilo y las huellas. Lo verdadero, lo falso, lo ficticio. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2010.
  • Kimmelman, Michael. «What Is Lost When a Museum Vanishes? In Brazil, a Nation’s Story.» The New York Times, 16 de Septiembre de 2018.
  • Menon, Isabella, y Eduardo Moura. «Incêndio no Museu Nacional é uma perda irrecuperável para a cultura, diz presidente do Ibram.» Folha de São Paulo, 3 de Septiembre de 2018.