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¿Cundinamarca no es Dinamarca?

Tomás F. Molina

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Si León Bloy escribiera hoy en Colombia su Exégesis de lugares comunes, tendría que incluir entre ellos aquel que reza “Cundinamarca no es Dinamarca”. Es usado para oponerse a metas que aparentemente se salen de nuestras posibilidades. «Aquí no podemos hacer eso, esto no es Dinamarca». «Allá sí se puede porque no se roban la plata. En Colombia nada de eso funcionaría». ¿Pero qué es exactamente lo que nos separa de Dinamarca? Tal vez ahí esté la clave para entender por qué esa objeción no sirve.

La respuesta más común a esta pregunta es la virtud. Con esto apuntan a que en un país nórdico no se roban la plata, el Estado está bien organizado, los ciudadanos respetan la ley, y, en fin, las cosas funcionan. Entonces obviamente una política progresista, por ejemplo, podría tener éxito. ¿Pero aquí? No, por supuesto que no. Todo terminaría en manos de los políticos. La gente le daría mal uso. Todo saldría mal. Pero una mirada más de cerca nos muestra que el asunto no es tan sencillo.

En su libro ¿Qué fue del buen samaritano? Naciones ricas, políticas pobres, el economista surcoreano Ha Joon Chang cuenta algo sorprendente: los japoneses y los alemanes eran considerados perezosos por los ingleses hace un par de siglos. Los europeos que visitaban el país del sol naciente salían sin muchas esperanzas. No creían que tuviesen futuro alguno. Sus ciudadanos eran incumplidos y flojos, así como sus gobernantes corruptos e indolentes. ¿Qué futuro puede tener un país con gente así? Algo similar pasaba en la patria de Chang, es decir, Corea del Sur. Cuando él era niño, a mediados del siglo pasado, la gente era igualmente incumplida y perezosa. Sin embargo, ya no lo es.

La idea de que unos países se desarrollaron por tener virtudes extraordinarias, mientras otros son pobres por sus incontables vicios, es falsa. Los alemanes tenían fama de ladrones. No obstante, hoy son muy diferentes. Obedecen la ley. No roban. Son organizados. Chang también dice que los países ricos de hoy eran espectacularmente corruptos hasta tiempos relativamente recientes. Era común vender los puestos públicos en Inglaterra, por ejemplo, como también era normal nombrar a los servidores públicos por rosca. En EEUU, “ni un solo burócrata federal fue nombrado mediante un proceso abierto y competitivo hasta 1883”. Y aún así, el país pudo construir ferrocarriles e industrializarse.

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Los nórdicos, como también lo explica Chang, eran extremadamente conflictivos. Suecia perdía más horas de trabajo debido a huelgas que cualquier otro país en 1930. Alguien con mentalidad de colombiano hubiera podido decir que con ciudadanos tan difíciles no se podía hacer nada. Para nuestros estándares, los suecos también eran relativamente pobres. En 1960, treinta años después del problema con las huelgas, su PIB per cápita era de solo 2114 dólares. El de Colombia hoy en día es de 6104, de acuerdo con los datos del Banco Mundial. Somos tan ricos como Suecia en 1970, década en la que su Estado de bienestar llegó a su época dorada. Y sin embargo, los suecos empezaron a construir su Estado de bienestar en 1930. No esperaron a volverse tan ricos ni tan virtuosos como hoy (61.000 dólares per cápita) para desarrollar instituciones que mejorarían la vida de la gente, como los japoneses y surcoreanos no esperaron a ser virtuosos para volverse ricos.

Lo anterior no quiere decir, como supongo que algunos lectores apresurados pueden pensar, que yo afirmo que podemos hacer todo lo que se hace en Dinamarca hoy en día. La lección no es esa. Más bien lo que quiero decir es que todos los países empezaron como el nuestro: con políticos corruptos, infraestructura débil, ética del trabajo dudosa, conflictos enormes entre capital y trabajadores, etc.

Pero los que tuvieron éxito no esperaron a que los políticos se volviesen ángeles o a que los ciudadanos fuesen virtusosos para transformar sus sociedades. Los nórdicos poco a poco fueron desarrollaron su Estado de bienestar, su democracia y su economía. No tuvieron éxito porque fueran buenos sino porque el Estado de bienestar, la democracia y el desarrollo económico contribuyeron a tener ciudadanos mejor educados, más respetuosos, y más exigentes con los políticos. Fue un círculo virtuoso.

Cundinamarca no es Dinamarca, pero algún día puede llegar a serlo. Aunque los aficionados a los lugares comunes se empeñen en negarlo.