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El cementerio de Praga: el retrato de un genio abyecto

Ismael Iriarte Ramírez

El cementerio de Pragra de Humberto Eco

Hace ya un lustro dediqué unas modestas líneas suscritas a este mismo espacio a despedir, de forma extemporánea y si se quiere desmañada, al gran Umberto Eco, una de las voces más relevantes en materia de semiótica y lingüística, gran ensayista de la segunda mitad del siglo XX y, sobre todas las cosas, uno de mis héroes literarios particulares, sobre cuya tardía obra narrativa, tan excluyente del gran público como provocadora, se siguen vertiendo caudales de tinta. Hoy vuelvo sobre las páginas del autor piamontés para saldar una deuda pendiente, que no es más que la de formular una reflexión sobre El cementerio de Praga (2010), su sexta novela, lectura que en estas épocas de relatividades exacerbadas y esquivas certezas adquiere un carácter cercano a la obligatoriedad.

Fiel a su estilo, la narración tiene la naturaleza de un documento histórico, ya no en las tinieblas decadentes de la Edad Media, como sucede en El nombre de la rosa (1980) y Baudolino (2000), sino en el convulso final del siglo XIX europeo. Los engaños, las traiciones e incluso los conjuros están a la orden del día y las teorías conspiratorias, otro rasgo identificable en buena parte de la obra de Eco, nos remiten a otros títulos como El péndulo de Foucault (1988) y Número cero (2015), en los que invenciones desvergonzadas, pero en principio inofensivas, producto de un juego intelectual en primer de los casos; y de argucias periodísticas y en definitiva políticas, en el segundo, terminan pinchando en hueso, aludiendo incómodas verdades y enfrentando a sus protagonistas a graves predicamentos.

Mucho más escalofriante, aunque no por eso con menos asidero en la realidad, resulta el caso de El cementerio de Praga, en la que intencionadas creaciones apócrifas buscan convertirse hechos probados, para inclinar la balanza a favor de un bando en algún enfrentamiento, encumbrar o sepultar las aspiraciones de un determinado personaje o incluso generar un nuevo orden mundial. Las mentiras terminan por convertirse en verdades, no solo por la pericia de sus creadores, sino por una serie de rasgos propios de la condición humana a través de la historia, como el miedo a lo desconocido, la aversión a lo diferente o la intención de justificar los propios errores o defectos, que de forma consuetudinaria han legitimado la necesidad de tener un enemigo y la han convertido en una búsqueda permanente de los pueblos, sobre lo que reflexionan indistintamente autor y personaje:

“Tener un enemigo es importante no solo para definir nuestra identidad, sino también para procurarnos un obstáculo con respecto al cual medir nuestro sistema de valores y mostrar, al encararlo, nuestro valor. Por lo tanto, cuando el enemigo no existe, es preciso construirlo.”

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Umberto Eco - foto de Bogartes, Rob Anefo

Frente a esta afirmación de Umberto Eco, consignada en su libro recopilatorio de ensayos Construir al enemigo, parece coincidir Simonini, protagonista de El cementerio de Praga, como se aprecia en esta confesión:

“Es necesario un enemigo para darle al pueblo una esperanza. Alguien ha dicho que el patriotismo es el último refugio de los canallas: los que no tienen principios morales se suelen envolver en una bandera, y los bastardos se remiten siempre a la pureza de su raza. La identidad nacional es el último recurso para los desheredados. Ahora bien, el sentimiento de la identidad se funda en el odio, en el odio hacia los que no son idénticos. Hay que cultivar el odio como pasión civil. El enemigo es el amigo de los pueblos. Hace falta alguien a quien odiar para sentirse justificados en la propia miseria. Siempre. El odio es la verdadera pasión primordial.”

Mención especial merece el personaje principal de esta novela, Simone Simonini, piamontés de nacimiento y parisino por elección, mentiroso, ladino, misántropo, y misógino, falsificador profesional y espía por naturaleza, dispuesto a abjurar de todo y de todos y a arremeter con sus mentiras contra personas y naciones, con la misma voracidad con la que disfruta de los placeres culinarios. Asesino serial o acaso llevado a ese extremo por las circunstancias, su personalidad se escinde para da origen al impío y crapuloso abate Dalla Piccola, alter ego del capitán Simonini, con quien además del peso de la narración, comparte la autoría de sus abyectas acciones.

El tema central de la obra es a su vez la culminación de toda una vida del gran falsificador, se trata de Los protocolos de los sabios de Sion, documento antisemita publicado por los servicios secretos de la Rusia zarista y del que se presume fue uno de los sustentos pseudo ideológicos de la “solución final” adoptada por el nazismo. Este libelo fue construido con retazos de volúmenes ya delirantes como Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu de Maurice Joly y Biarritz de Hermann Goedsche, ambos personajes históricos diseccionados por Eco y ubicados en la misma esfera de su protagonista.

Quedarán para el anecdotario las acusaciones de una ambigüedad cuando menos negligente, por parte del autor frente a todas las felonías atribuidas por Simonini al pueblo judío, señalamientos que hoy, a la luz de una mirada desapasionada lucen improcedentes y fuera de contexto. Los guiños dejados a los lectores más o menos entrenados para este fin también pueden contarse a manos llenas, entre los que cabe resaltar, a manera de ejemplo, la no tan sutil alusión al género folletinesco y uno de sus máximos representantes, Alexandre Dumas, convertido en personaje, así como a una de sus creaciones más emblemáticas, el abad Busoni, otra mitad de Edmond Dantès y en quién no resulta descabellado encontrar similitudes con el ya mencionado abate Dalla Piccola (Martín Muñoz, 109).

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Umberto Eco con el por entonces ministro neerlandés Elco Brinkman, en 1987 - Foto de Rob Croes Anerfo

Tan desalentadora como puede llegar a ser la realidad misma en ocasiones, resulta la aclaración final del autor acerca de la veracidad de la mayoría de los hechos y personajes descritos, lo que viene a recordarnos, un poco en broma y un poco en serio, el lado caricaturesco de la vida y lo inverosímil, que no por eso menos cierto, de algunos acontecimientos históricos. Esta obra no solo sugiere una explicación plausible de los entresijos del pasado, sino también de la forma en la que aún en nuestros días se define la suerte de los pueblos y se decretan los males y lo que no pocas veces se convierte en un problema mayor, los remedios a los cuales deberemos acogernos. 

Referencias 
Martín Muñoz, María del Rosario. "Parada en El cementerio de Praga de Umberto Eco." Revista Atticus (edición impresa) 3 (2012): 107-111. 
Eco, Umberto. El cementerio de Praga. Lumen, 2010. 
Eco, Umberto. Construir al enemigo. Lumen, 2012.