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La Cumbre de las Américas: crónica de un fracaso anunciado

Mauricio Jaramillo Jassir

Foto Oficial IX Cumbre de las Américas - De Palácio do Planalto from Brasilia, Brasil -  CC BY 2.0

 
La Cumbre de las Américas que se llevó a cabo en Los Ángeles, confirmó una tendencia observable en los últimos años: la perdida de relevancia y legitimidad de la Organización de Estados Americanos, por la influencia desproporcionada de los gobiernos conservadores y de Estados Unidos, su aliado natural. Asimismo, destaca la forma como el secretario general, Luis Almagro, ha secuestrado la agenda hemisférica y la ha sometido a sus intereses políticos. Todo ello conspira en contra del buen funcionamiento, como ha quedado expuesto en la pasada Cumbre.

Esta deslucida Cumbre de las Américas que tiene a la OEA como secretaría técnica, mostró la desconexión del organismo respecto de los problemas que aquejan a la zona tras dos años de parálisis severa como producto de la pandemia. El contraste entre la caravana de migrantes, compuesta por entre 5 y 7 mil personas provenientes de varios rincones de América Latina con aspiraciones de llegar a territorio estadunidense, y la reunión de jefes de Estado, trae a la memoria la Cumbre de 2005 en Mar del Plata. Para ese entonces, ya la OEA había enfrentado la advertencia de protestas callejeras por la falta de sintonía entre lo negociado por los políticos y las necesidades apremiantes de la población, largamente ignoradas por sus respetivos gobiernos.  En ese momento, Hugo Chávez quien completaba un primer ciclo de reformas y empezaba a llamar la atención como líder del Sur Global, convocó a una “reunión paralela de los pueblos”. De aquella cita saldría el Tratado Constitutivo de los Pueblos que se convertiría en la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA). En la reunión paralela de Chávez en Mar del Plata, llegaron figuras como el realizador serbio Emir Kusturica, el exfutbolista Diego Maradona o el cantante cubano Silvio Rodríguez. La controvertida Cumbre de Mar del Plata significó una ruptura en la historia reciente de la integración latinoamericana y caribeña; sirvió para adelantar una reflexión acerca del anacronismo de la OEA y la necesidad de que la zona contara con espacios de concertación política, sin el desbalance ideológico evidente en el organismo hemisférico.  

En adelante, se creó el ALBA (2006), la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) en 2008 y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) en 2010. Esta última rompió con medio siglo de aislamiento a Cuba, primer Estado en recibir la Presidente Pro Témpore y, con ello, se selló su retorno al diálogo regional.  En la Cumbre de las Américas de 2015 de Panamá, por primera vez tras la crisis de los misiles, un presidente de Estados Unidos y de Cuba coincidieron en un evento formal latinoamericano. El avance fue sustancial y el encuentro Obama-Castro, parecía ir cerrando un triste capítulo de la Guerra Fría en América Latina. Más aún, cuando en julio de 2016, se dio el esperado restablecimiento de relaciones diplomáticas. El descongelamiento, como se le denominó al proceso, parecía irreversible.  
 

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Logo de la IX Cumbre de las Américas 2022

De forma sorpresiva, Donald Trump revivió los esquemas típicos del conflicto bipolar e impuso drásticas sanciones a Caracas y La Habana, esperando ingenuamente que ello contribuyera a cambios internos. El resultado fue desastroso y se terminó por castigar a los mas vulnerables y en plena pandemia, se mantuvieron los castigos a pesar de las advertencias de las propias Naciones Unidas por el efecto irreparable en la población. 

Esta vez Biden con una oportunidad histórica de corregir el rumbo, optó por una aproximación ambigua que consiste en proponer el levantamiento de las sanciones siempre y cuando, se observen avances en la negociación entre oposición y oficialismo venezolanos. Pero, al mismo tiempo se excluye de la Cumbre americana a Nicaragua y a Venezuela por las derivas autoritarias. Esta postura revela al menos dos contradicciones. Primero, no se entiende cómo se castiga a estos Estados, pero no se aplica nada similar a El Salvador donde la concentración de poderes se agudiza frente a la mirada impasible de la OEA y, de buena parte de los países que han convertido la causa venezolana en bandera de su política exterior, como Colombia.  Y segundo, no se puede excluir a Venezuela cuando el principal tema de interés hemisférico es, sin duda, la migración. Pretender abordar la migración venezolana que, alcanza los 6 millones de refugiados, la mayor en el mundo incluso por encima de Siria (y a la espera del desenlace del drama ucraniano), sin las autoridades de Caracas es un imposible. Solo la terquedad explica que, hasta la fecha no haya un espacio de discusión regional para dialogar con Venezuela formas para garantizar los derechos de esa población en constante locomoción.  

En esta Cumbre llevada a cabo en Los Ángeles se abre la puerta para que la CELAC, poco a poco, se constituya como el escenario natural de las discusiones políticas en América Latina, tal como lo ha propuesto México a través de su canciller Marcelo Ebrard. La irrelevancia de la OEA y la crisis de legitimidad por el doble rasero exacerbado en los dos últimos años, hacen fácilmente predecible una parálisis que contrasta con el entusiasmo argentino y mexicano para dinamizar otros espacios.

En este nuevo ajedrez geopolítico, impulsado en buena medida por el retorno del progresismo a varios Estados, Colombia enfrentará complejos retos pues debe abandonar cuanto antes, la retórica maniquea cuya inefectividad es indiscutible.  Deberá conectarse con su región natural y cumplir, de una vez por todas, con el mandato constitucional que prioriza a América Latina y el Caribe. Esto implica un cambio de enfoque en la OEA, no para distanciarse de EEUU, sino para entender que aquella alianza, no supone apartarse de otros progresistas en la zona.  La ausencia de Colombia en CELAC y su retiro de UNASUR en estos años han resultado costosos para el país, pues se han sacrificado espacios necesarios para incidir regionalmente. Colombia como líder del tema migratorio debe entender la multiplicidad de escenarios multilaterales y no solo apostar por la OEA, cuyo desgaste parece inevitable.