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Un artista del mundo flotante: la responsabilidad política del arte

Ismael Iriarte Ramírez

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Una de las funciones que se le atribuye con mayor frecuencia al arte y al artista es la posibilidad de hacer visibles los aspectos menos conocidos de la sociedad, esa suerte de vocación de denuncia, a partir de la que, sin entrar en estéticas o canónicas , pueden establecerse diálogos con manifestaciones como el Triunfo de la muerte de Pieter Brueghel, los filmes más descarnados del neorrealismo italiano, o las supurantes tramas del tremendismo en la novela española de los años posteriores a la Guerra Civil. Sin embargo, son con exceso menores las reflexiones sobre la responsabilidad política e histórica que pueden atribuirse a obras, corrientes o autores y por lo general están dadas en función de la militancia como fenómeno y no del eventual carácter punible de su efecto en el entorno.
 
Esta es una de las cuestiones principales que se abordan en Un artista del mundo flotante (1986) , novela de Kazuo Ishiguro, en la que su protagonista, Masuji Ono, un pintor retirado, se embarca en un viaje por los recuerdos de su vida, al tiempo que dedica toda su atención a los preparativos para la celebración del miai , práctica tradicional mediante la cual espera concertar el matrimonio de su hija menor. Esta mirada al pasado se presenta al lector a través de recuerdos fragmentarios, como fragmentario parece ser el legado japonés del autor, nacido en Nagasaki, pero radicado desde los cinco años en Londres, en donde fue formado bajo la más ortodoxa tradición inglesa.
 
Las reflexiones del protagonista transitan por diversos episodios de su vida, entre los que se destacan su formación y consolidación como pintor de renombre, así como su decisión de abandonar la escuela de la Pintura del mundo flotante, género artístico vigente en Japón desde el siglo XVII hasta mediados del siglo XX, que abordaba escenas de la vida cotidiana, el entretenimiento y el placer, lo que ante la necesidad de manifestar su compromiso social era considerado por el protagonista como decadente (Ramiro, 356). El cisma de Ono, se produce entonces motivado por la firme convicción de apoyo, mediante sus pinturas, al movimiento nacionalista y por consiguiente a sus pretensiones belicistas y expansionistas, que llevaron al pueblo nipón no solo a sufrir una de sus peores derrotas históricas, sino también a ser protagonista de uno de los episodios que marcaron el final de la Segunda Guerra Mundial, pero también la claudicación de la razón.
 
El relato de Ono transcurre entre los recuerdos del pasado y un presente que se escenifica en los primeros años de la posguerra en los que la recuperación de la nación se desarrolla al ritmo de la irrupción occidental, que no solo recuerda de forma permanente la afrenta de la derrota, sino que amenaza con destruir las más venerables tradiciones, cuya integridad se ha mantenido a salvo gracias a siglos de endogamia y aislamiento. Los decisiones del régimen nacionalista han abjurado de sus convicciones y los auspiciadores y militantes sufren por igual la furia de los vencedores y los vencidos. Muchos fueron juzgados por crímenes de guerra y otros tantos optaron por el suicidio como forma de expiar las culpas y pedir perdón por las incontables muertes.
 
Sin embargo, el destino fue benévolo con Ono, como lo fue con el mismísimo emperador Hirohito, que, en lugar de ser acusado y juzgado por la Comisión del Lejano Oriente, se convirtió en uno de los principales legitimadores de la presencia de los aliados y garante de la unidad y el orden en territorio japonés, mientras que las imputaciones de las que pudieron ser objeto recayeron sobre Hideki Tojo, primer ministro, procesado y ejecutado en 1948 (Betancor, 6). Por toda sanción, el protagonista de la obra parece ser relegado a una forma de ostracismo, devenido en jubilación, en la que incluso conserva el prestigio y la posición social.
 

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Un artista del mundo flotante

Su obra, ahora inadmisible para el gran público, permanece oculta y mientras recorre su antiguo barrio, en medio de los escombros del mundo flotante que ya nunca volverá, descubre que sus antiguos admiradores y discípulos se esfuerzan por alejarse cortés pero decididamente de su influjo, mientras que otros más airados lo culpan sin tapujos por sus acciones. Por su parte, Ono recibe esto únicamente estás protestado, con la tranquilidad de quien tiene su conciencia tranquila, de quien ha cometido un error motivado por la búsqueda del bien común.
 
Un artista del mundo flotanteno solo nos acerca a la que se plantea en este artículo y nos presenta una fotografía del Japón de mitad del siglo XX, sino que también se convierte en una inmejorable oportunidad de aproximarse a la obra de Kazuo Ishiguro, galardonada con el Premio Nobel de Literatura en 2017. Concluyo estas líneas destacando de entre su obra, escrita en su totalidad en inglés, tres títulos imperdibles: Nocturnos (2009), Los restos del día (1989) y Nunca me abandones (2005).
 

 


Referencias

Betancor, Orlando. “La sombra del pasado en Un artista del mundo flotante, de Kazuo Ishiguro”.

Ishiguro, Kazuo. Un artista del mundo flotante. vol. 176. Anagrama, 2021.

Ramiro, Manuel. "Un artista del mundo flotante". Medicina interna de México 34.2 (2018): 355-356.