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La Librería del Rosario al final de la Colonia. Documentos de Archivo

portada

Hace 235 don Joaquín Darechea[1] y Urrutia recibía poder del Colegio del Rosario para gestionar sus asuntos en Madrid y en Roma. Entre ellos, destacaban los de "impetrar de la Real piedad la perpetuidad de la merced de los quinientos ducados" y gestionar la dispensa de los curas para ejercer la rectoría del Colegio.

 

Llama la atención, pues, que entre negocios tan graves el autor haga una digresión sobre el estado de la librería[2] del Colegio. Transcribimos el apartado del documento, por su interés para reconstruir la historia de lo que hoy llamamos biblioteca antigua. Darechea escribe desde Madrid, con fecha 24 de octubre de 1784, al entonces rector don Agustín Manuel de Alarcón y Castro[3].

 

La composición de lugar es parte de la técnica de los ejercicios ignacianos,
una especie de preámbulo de la meditación, según explica María Jesús Mancho Duque

 

[f.499v] Quisiera, que á medida de mi buen deseo creciesen los aumentos del Colegio. Por eso siempre animoso me acerqué muchas veces á proponer con libertad mis pensamientos, dirigidos a excogitar los mas faciles, y sencillos medios de promover el buen credito, y los fondos. Repetidas veces expuse al señor Mazustegui[4], y me acuerdo haverlo hecho a vuestra merced, que uno de los obgetos de grande interés al Colegio, era sin duda la conservacion, y aumento de la Libreria, porque asi lo encargaba el Fundador, y porque la abundancia, y la variedad de los libros movia la curiosidad, y con esta noveleria exitaba verdaderos estimulos, y sentimientos de aplicacion a la leyenda[5], inclinandose unos á una profesion, y otros á otra, de los innumerables ramos de Literatura[6], que por falta de libros no se cultivan en esos Payses. El Ylustrisimo señor Arzobispo, mi señor, encargó por su constitucion el gran cuidado, modo, y forma de custodiar los libros, y franquearlos a los Colegiales, evitando furtivas extracciones, que son faciles de hacer con un libro pequeño, un tomo de poco volumen, que manca un juego de obra esencial etcetera[?]. Yo hé palpado este daño, dimanado tambien de otras causas, de la eficiencia de furtiva clandestinidad, que consisten en la facilidad incauta, con que se franquean los libros, sacandolos de la Libreria, y del Colegio los Cathedraticos, y extraños sugetos de respeto, por el suyo, y por el del[sic] mismos Cathedraticos. Yo lo palpé esto, trasegando algunas Librerias particulares, en que encontré libros pertenecientes al Colegio Mayor del Rosario, constando su pertenencia por sus rotulos, y lo mas doloroso, que algunos fuesen los primitivos, y los mismos de la herencia de su Fundador! Vaya uno de los casos de mi relacion. Por muerte del oydor Don Antonio Verastegui[7], se puso en feria su copiosa libreria. Despues de mui desmembrada, llegué yo a ella solicitando tomar algunos libros; y entre los que vi con deseo de comprarlo, fue uno el Thesauro de la Lengua Castellana de Covarrubias; pero haviendo abierto, y reconocido por estar rotulado, que pertenecia al Colegio Mayor del Rosario de Santafe, lo deje, y reconvine al albacea Rafael de Vega[8], que no me contestó sobre su restitucion, y no sé si se verificaria, aunque quiero hacer memoria, que yo di esta noticia al Colegio. Quien no se dolera al ver solo el segundo tomo de la Algebra de Nicolao[9], [Martino Neapolitano] cuya obra integra la donó Don Josef de Herrera? Asi se halla mutilada la Libreria del Colegio del Rosario á pesar de las terribles conminaciones del Fundador. La regla de recuperar algunos libros en poder de particulares, seria encargar á algunos hijos de buena fé que con sagacidad trasegasen los estantes de los estudios de particulares y observasen los libros, que estuviesen rotulados, pertenecientes al Colegio: [500r] cuyo Rector avisado con individualidad de la clase, autor, etcetera del libro descubierto con sagacidad diese en cara al detentor fraudulento con las señas, y la prueba, y no restituyendolo de buena fé, se demandase publicamente, y fuese quien se fuera, como que la calidad de personas no puede cohonestar una adquisicion vedada, é imprescriptible.

 

Por los motivos, que asenté en mi carta, y no por el menor remordimiento, haviendome hallado dudoso de volver á Santafé el año de 1781, dispuse desde Cartagena que de mis libros se diesen para la Libreria del Colegio, las obras de S. Efren Syro[10], las de Berardi[11] sobre la correccion critica del Decreto de Graciano, y sobre las Decretales, el Bacon de Verulamio De Augmentis Scientiarum[12], y el Curso Phylosofico del P. Jacquier[13]; y á mi ultima partida aumenté esta donacion con la Phylosophia Mechanica, y las obras mathematicas, y demas phylosoficas de P. Fortunato a Brixia[14]. Pero ya tuve el desconsuelo de haver visto fuera de la Libreria del Colegio, por mis propios ojos, y en poder de un cathedratico fuera del Colegio la obra de Berardi, la misma de que acabo de hablar!

 

Con aquella fecha me acuerdo sin vanagloria, haver dicho, que imitado este egemplo, que yo daba, seria de esperar, que en breve tiempo se engrandeciese la pobre, y saqueada Libreria del Colegio. A mi buelta á Santafe promovi con sinceridad, que se indicase el facil medio de este fin manifestando a los colegiales viejos la idea, e inclinandolos a que, con conocimiento de los libros, que poseia el Colegio, los muchos que le faltaban, y los que eran enteramente necessarios, cada uno se animase á donar una obra de qualquiera ramo de estudios, y literatura, entresacandolo de los que tuviesen para su uso; lo que acaso para algunos podria ser honesto medio de restitucion. Y por lo tocante a los colegiales actuales, podria establecerse con la observancia el laudable estatuto, de que como fuesen saliendo, ó al tiempo de entrar en el Colegio, diese cada uno en lo futuro una propina[15] de diez, ó veinte pesos para la Libreria. Despues de mi llegada á Madrid, hé comprendido que muchas, sino todas, las Universidades y Sociedades de Estudios tienen este estatuto por acuerdo, ó por laudable costumbre, que há observado la generosidad, confirmandola con sus donaciones de libros, conque  han enriquecido las Bibliotecas: De modo que es un gage, ó esportula[16], conque se reconoce el ser civil, y cultura del entendimiento, mas estimable que el ser natural por aquella escala, en que estan el tonto, el rudo, y el discrito[17], o sabio. A la verdad, ninguna demostracion mas propria, y obsequiosa á un Colegio, que la liberalidad de un colegial en dejarle un juego de libros, que sirva de monumento de gratitud, y que sin preguntarlo, pueda publicarlo á todo el mundo, porque en el limó su entendimiento, y formó sus ideas, y porque para esto manoseo los libros, que alli encontró.
 

Inquietaba al Colegio, finalizando la Colonia, la posibilidad de ser incorporado a la
Universidad pública. Ello sí ocurrió, pero en el siglo XIX.

 

 

Coincide con esto, y apoya el pensamiento la carta, que en 30 de junio de 1758, escribio desde Cadiz aquel Sabio del Perú Don Josef Eusebio Llano Zapata[18] al Ylustrisimo señor Don Cayetano Marcellano de Agramont Arzobispo de las Charcas[19], la qual anda impresa con otras por preliminar de las Memorias – historico – physicas, critico – apologeticas de la America Meridional del mismo Autor. En [500] ella, despues de demostrar la falta de cuidado en recoger originales, y manuscritos, como se hace hoy en todos los payses cultos, y se hizo antes, que huviese prensas, y clamando los grandes perjuicios, que ha ocasionado este descuido, recomienda la formacion de Biblioteca con estas voces: “La formacion de esta Biblioteca no será empresa dificultosa a la Real Universidad de Lima. Un arbitrio bastará a conseguirla. Tendrá este su efecto, si se vé con aquel zelo, que se deben mirar todos los negocios, que no tienen otro obgeto, que el beneficio comun. Conque esta sabia Escuela añada a sus Estatutos, que todos los que huvieren de graduarse, ó incorporarse en ella, exhiban un juego de libros, ó cierto numero de aquellos sueltos, en que cada uno hace obra separada, á pocos años se hallará con un thesoro bien considerable en este genero”.

 

A tanto grado há llegado el descuido del Colegio del Rosario en este punto, que me cuesta verguenza el escribirlo. Todo el mundo creera, que el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario de Santafe tiene en su Libreria una completa coleccion de todos los Santos Padres, Griegos y Latinos, y entre ellos impresas, ó manuscritas, todas las obras del Ylustrisimo Fundador del mismo Colegio, gravadas en los mas durables bronces, y marfiles, A quien se le podrá persuadir, que en esta Libreria no se hallan, a lo menos las obras del Ylustrisimo Señor Don Fray Cristoval de Torres, impresas, aun viviendo Su Ylustrisima. Pues ni estas, ni las posthumas manuscritas tiene aquel Colegio, haviendo sido tan celebradas, y de un hombre de tanta autoridad. Preguntese a quantos cuerpos de comunidad hay en el mundo qual fue en esta parte su cuidado: todos responderan, que à toda costa, y sin reusar las las [sic] mayores han dado a las prensas las obras de sus Heroes fundadores, y aun retienen los multiplicados manuscritos, conque entretanto las conservaron. Será en vista de esto menos escandaloso, que el Colegio del Rosario caresca de los escritos del Doctor Meneses[20], Mendoza[21], Burgos[22], Baños, y Sotomayor[23], Camacho[24], y otros, conque podía ya tener una abultada coleccion de obras proprias de los hijos ilustres, que fuesen testimonio de la sana, y abundante leche, conque los crio aquella Madre, echando fuera de los claustros por toda la Yglesia Americana la doctrina de Santo Tomas. Y seran disculpables estos ruinoso [sic] descuidos de los Rectores pasados, ó dejaran de abochornar a los venideros? Todavia hay tiempo de obrar bien, y con esperanza de buen fruto.

 

Continúa aquí el documento epistolar, con las diligencias del autor para encontrar la causa mortuoria del Dr. Cristóbal de Araque, “que acaso me dará razon del paradero de alguno de los manuscritos que traxo à estos Reynos, con el laudable fin de imprimirlos, como lo huviera hecho con todos, si la muerte no huviese sido el extremo ultimo de su preciosa vida”[25]. Pretendía asimismo hallar la mortuoria del Dr. Enrique de Caldas[26], fallecido en Madrid como agente del Colegio.

 

Como se ve en la firma, el autor usaba una sola erre.

 

[1] La ortografía del apellido es difícil: lo más común es Darrechea, aunque don Joaquín firmaba con una erre.

[2] Copiamos la tercera acepción del Diccionario de autoridades: “Se llama assimismo la Bibliotheca que, privadamente y para su uso, tienen las Religiones, Colegios, Professores de las ciencias, y personas eruditas”.

[3] Agustín Manuel de Alarcón y Castro (1733-95). Nacido en Tunja, vistió la beca colegial en 1752. Alcanzó los grados de bachiller y doctor en Filosofía y en Cánones, y las respectivas cátedras. Fue nombrado consiliario, maestro de ceremonias, vicerrector y rector del Colegio, 1780-82 y 1783-90.

[4] Miguel José Masústegui y Archer Calzada (1715-96), natural de Ibagué, vistió la beca en 1728. Catedrático, vicerrector y rector en cuatro ocasiones (1745; 1763-661769-73; 1778-80).

[5] “Leyenda. La accion de leer, y lo mismo que leccion. Lat. Lectio”, afirma el Diccionario de autoridades.

[6] “Literatura. El conocimiento y ciencia de las letras”, afirma el Diccionario de autoridades.

[7] Junto con Moreno y Escandón, fueron los jueces ejecutores del extrañamiento de la Compañía de Jesús en el Colegio Máximo. Cfr. Estela Restrepo Zea, “La formación de la memoria. El archivo de la Compañía de Jesús 1767”. Anu. colomb. histo. soc. cult., Número 24, p. 79-100, 1997.

[8] Según María C. Guillén, trátase de Rafael Lasso de la Vega (1764-1831), panameño formado en este Colegio Mayor y que alcanzó los obispados de Mérida y Maracaibo. Cfr. Guillén, “Gestiones del Colegio del Rosario ante la Corte española. La misión de don Joaquín Darrechea y Urrutia en Madrid, 1784”. Boletín de historia y antigüedades (Bogotá). Vol. 89, no. 817 (abr./jun. 2002); p. 429-44.

[9] Elementa algebrae pro novis tyronibus tumultuario studio concinnata (E19N019), de Niccolò de Martino; existe el segundo volumen, con nota de donación por “Joseph Salvador de Herrera y Guzmán, del Consejo de su Majestad, Protector Fiscal de la Real Audiencia de San Francisco de Quito. Febrero 11 de 1755”. Ciudad donde murió, en 1766; había nacido en Muzo y 1702.

[10] Sancti Ephraem Syri opera omnia... (E24N003). Los dos volúmenes existentes en el Archivo indican que la donación se verificó por intermedio de don Joaquín de Urrutia.

[11] Gratiani canones genuini ab apocryphis discreti... (E20N039), también donado por Urrutia. Berardi es el jurista italiano Carlo Sebastiano Berardi.

[12] Francisci Baconis de Verulamio, Angliae cancellarii De dignitate et augmentis scientiarum (E16N020). Asimismo, el Novum organum scientiarum () aparece con nota de donación.

[13] De François Jacquier existen las Institutiones pholosophicae e Instituciones filosóficas (E05N004-5 y E03N079), pero el donante es Masústegui.

[14] De Fortunato da Brescia (Fortunatus a Brixia) existen Philosophia mentis (E10N035; E05N081 V.1-2), Animadversiones criticae in epistolam apologeticam R. P. Udalrici Weis (E24N038; E24N044), Elementa mathematica (E10N034 V.1-4 y E19N083 V.1-2), Philosophia sensuum mechanica (E10N025 V.1-2), De qualitatibus corporum sensibilibus dissertatio physico-theologica (E10N027), Elementa matheseos ad mechanicam philosophiam in privatis scholis tradendam, et comparandam accommodata (E01N038); ninguno tiene indicación de donante.

[15] “Propina. Se llama regularmente al estipendio ò cantidad de dinero, que se dá à uno por algun trabájo, ocupacion ò asistencia”, afirma el Diccionario de autoridades.

[16] Espórtula (del lat. «sportŭla», cestita; Ast.) f. Ciertos derechos que se pagaban a algunos jueces y funcionarios judiciales.

[17] Variante, al parecer, de “discreto”.

[18] Erudito limeño (1721-80), formado con los jesuitas. Las Memorias histórico, físicas, crítico, apologéticas de la América Meridional son una historia natural orientada a los intereses políticos y económicos de la España del siglo XVIII. Obra inédita hasta 1904 y completada apenas en 2005.

[19] Cayetano Marcellano y Agramont (1696-1760) fue el noveno obispo de Buenos Aires (1751-59) y arzobispo de Charcas en 1760.

[20] Puede tratarse del Dr. Fernando de Pedrosa y Meneses, doctor salmantino y catedrático en este Colegio. Conservamos una Exposición académica... del Libro sexto de las Decretales. Salamanca: Melchor Estévez, 1664 [E05N024].

[21] Puede ser Fernando Mendoza y Ezpeleta, de quien conservamos un ejemplar manuscrito de comentarios a santo Tomás [E04N071]. La cartela de su cuadro dice: “Malogrose tan gran sujeto por aber muerto de edad de 31 años el de 1667 i por su muerte se le hi[zo] la redondilla siguiente: Bibio poco pero tal / que a Santo Thomas llego / y parece que nacio / para no tener igual”.

[22] De la familia Burgos Villamizar hay dos rectores: Santiago Gregorio (1743-1801), doctor en Teología, fue rector en dos periodos (1790-93; 1796-99); Domingo Tomás (1752-1828), asimismo teólogo, ocupó la rectoría en el periodo 1814-23; Carlos Venancio fue colegial. No sabemos de obras suyas.

[23] Podría ser Diego José de Baños y Sotomayor, un colegial de 1716.

[24] Puede tratarse de José Joaquín Camacho (1766-1816), patriota boyacense formado en este Colegio, donde luego fue catedrático y consiliario.

[25] El Dr. Araque era javeriano de formación y natural de Pamplona. En su calidad de provisor y vicario general del arzobispado (1653), se ganó la confianza del arzobispo Torres. Por un negocio personal, viajó a la Corte en 1662 y allí logró la aprobación de las Constituciones rosaristas, en 1664. Como rector perpetuo, usó la facultad de nombrar vicerrector al bachiller Juan Peláez Sotelo, quien se encargó de la secularización del Colegio.

[26] Colegial de primera fundación y natural de Santafé, el Dr. Caldas fue catedrático y rector en tres ocasiones (1667-68; 1670-72; 1680-82).