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La biografía de fray Cristóbal: los datos de fray Alonso de Zamora

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Esta es la versión de un hermano de hábito y natural de este reino. Zamora insiste en la justicia que hace el arzobispo en devolverle al Arzobispado lo que de él ha recibido, fundando un Colegio “para que se criassen personas nobles en letras tan grandes, que mereciessen de justicia las Garnachas, y las Prevendas, con todas las demàs mercedes que su Magestad (Dios le guarde) y los demàs Señores Reyes Successores suyos fuessen servidos de hazerles”. Las garnachas, para un lector de hoy, son vestiduras talares con mangas, típicas de los funcionarios de la Real Audiencia y Cancillería. Prebenda hoy suele tomarse en mal sentido, “Oficio, empleo o ministerio lucrativo y poco trabajoso”, pero aquí se trata de la renta resultante de un oficio eclesiástico. Luego el objeto de la fundación de fray Cristóbal era producir burocracia, en buen sentido, civil y eclesiástica para el reino.
 

 

La milagrosa imagen de Nuestra Señora del Rosario preside la Historia de Zamora [E05N059].


Zamora trae mal el dato de la cédula de fundación del Colegio, que fecha en 31 de diciembre, pero de 1657. Asegura que la dedicación de la iglesia tuvo lugar el dieciocho de diciembre de 1652, Día de la Expectación. Apunta los nombres de los catedráticos dominicanos señalados por el Fundador: Francisco Farfán, luego regente de estudios, Gerónimo de León, Juan de Montaña y Andrés Canali[1]. La donación del Colegio fue aceptada por los dominicos en su Capítulo General de 1656[2] y “nombraron por una de las Casas de Estudios generales que tiene esta Provincia”.

 

Anacrónicamente, Zamora cuenta luego que el provincial fray Marcos de Betancurt, “desseoso que la utilidad en las letras fuesse comun entre los Seculares, y Religiosos”, propuso al arzobispo la reunión del nuevo Colegio con el de Santo Tomás y con la Universidad. Fray Cristóbal “no convino en la propuesta, aunque diferentes personas le representaron las utilidades, y mayor lustre que se le podia seguir à su Colegio”. Aquí fue Troya: el arzobispo revocó la donación e inmediatamente nombró “los Clerigos, que asentian á su voluntad”. En este punto, se acude a la Real Audiencia, primero, y como “no residia autoridad en ella, para determinar semejante litigio”, debió acudirse al Real Consejo de Indias. Mientras, muere el Fundador y la posesión quedaba en manos de los dominicanos.

 

Según Zamora, el Colegio marchaba divinamente cuando se produjo una oposición entre el visitador del rey y la jurisdicción eclesiástica, por lo cual el Dr. Cristóbal de Araque, rector nombrado por el señor Torres luego de la revocación, debió presentarse a la Corte. Vistos los autos por el Consejo, determinó que el señor Torres tenía licencia para fundar, pero no para decidir sobre el patronato. Por ello, asumió el patronato y mandó salir los dominicos del Colegio. Según el cronista dominicano, sus hermanos obedecieron la orden “y entregaron con todos sus bienes, haziendas, y Escrituras al Bachiller Juan Pelaez Sotelo, Vice-Rector, nombrado por el Doctor D. Christoval de Araque, en interin que bolvia de la Corte. Viage que no pudo hazer, por averlo detenido la muerte”. En fin, reporta que “salió de la Religion este Colegio mayor, con grandisimo sentimiento de la Provincia, el año de 1665, despues de averlo servido cerca de treze años”.

En el siguiente extracto de Zamora, vienen la fundación del Colegio y la muerte del prelado:

 

 

Fray Cristóbal, hermano de religión

 

En su libro quinto, esto pone sobre la significación del señor Torres en la Orden de Predicadores: “Le concediò su Divina Magestad el que fuesse de su mismo Abito el Illustrissimo y Reverendissimo señor Maestro Don Fray Christoval de Torres, que como un Sol entró à resplandecer en el Templo de esta Cathedral Metropolitana”. La consagración tuvo lugar en la iglesia de San José de Cartagena, de manos del obispo fray Luis Ronquillo. En santafé, fue recibido en ocho de septiembre de 1635. De la biografía, trae lo usual: nacimiento en Burgos; profesión en manos de fray Domingo de Soto, 1590; sus cátedras en San Pablo de Burgos y en San Pedro Mártir de Toledo, con tal lucimiento que alcanzó el grado de presentado, a los 32 años, y luego el de maestro, “serlo por la doctissima Provincia de Castilla, es calificacion de hombre à todas luzes grande”. Ejerció prioratos y el cargo de definidor de su Provincia; luego sirvió a las órdenes del obispo fray Diego Mardones; confesor del duque de Lerma; predicador de los reyes Felipe III y IV; introdujo el rezo del Santísimo Rosario en la Corte, “con tales efectos, que algunos se tuvieron por milagrosos”. Tenía, pues sobrados méritos para alcanzar el arzobispado. Oigamos a Zamora: “En èl entrò como Estrella de la mañana, discipando las nieblas de los pleytos, que avia ocasionado el Marquès de Sofraga[3], y llenandolo de luzes de sabiduria, y de abundancia con sus liberalidades, como se manifestarà en los 19 años que lo governò con increible desvelo, y maravillosa discrecion”.

 

La crónica de fundación del Colegio es como ya vimos. Quedaba por referir la muerte del prelado. Anota Zamora que fray Cristóbal era tan devoto de san Agustín que logró morir como él, “teniendo sano el entendimiento, el juizio, y el consejo en la crecida edad de mas de noventa años”, el nueve de julio de 1654. El achaque de que murió fue “un gravissimo dolor de costado”. Hay más: nos cuenta que el blasón del señor Torres consistía en torres y estrellas. Nos lo describe brevemente: “Fue de mediana estatura, de aguileño, y hermoso rostro, blanco, y colorado; los ojos tan vivos, y tan inquietos, que le brillaban, como luces encendidas”. Unos episodios, en fin, tan pintorescos que vale la pena leerlos íntegros.
En el siguiente extracto de Zamora, viene la entrada del prelado al Nuevo Reino:
 

 


[1] Guillermo Hernández de Alba, en su Crónica, completa la nómina, indicando que hubo catedráticos no religiosos: Fernando de Berrío, en Leyes; Francisco de Espinosa Saravia, en Artes; Sancho de Vega y Angulo, en Derecho canónico, destacado autodidacta. El autor informa que esta nómina era anterior a la llegada de los dominicanos. A estos últimos, añade el nombre de Juan de Ahumada.

[2] El Capítulo 232, celebrado en Roma.

[3] Sancho Girón, octavo presidente, gobernador y capitán general del Nuevo Reino de Granada.