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El Cirujano de las manos de oro, el corazón de ángel y el cerebro de loco (1era. entrega)

Jairo Hernán Ortega Ortega

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“Un día del año 1985 me encontró mi familia desmayado en la habitación con las cobijas, la sábana, el piso, la camisa y el pantalón impregnados de sangre y totalmente pálido. Nadie sabia cuánto tiempo llevaba en ese estado; de inmediato me llevaron a las urgencias del Hospital San José, en Bogotá, en la calle 10, el que queda al lado de la plaza España. El Cirujano dijo que apenas tenía un glóbulo rojo circulando porque estaba sangrando a chorro una úlcera del estómago. Me operó de inmediato, me sacó casi todo el estómago. La recuperación fue maravillosa y por eso hoy, siendo el año 2020, les estoy contando que el Dr. Juan di Domenico Buraglia fue el Cirujano que me salvó la vida”.  Testimonio de Hugo Mariño, paciente.
 
Las manos
Francisco Vicente Juan di Domenico Buraglia, como reza en su partida de bautismo, o Gianfranco como le decían sus padres y sus abuelos, o simplemente Juan di Domenico, como se le conoce en el mundo quirúrgico, de padres con ascendencia italiana, estudió hasta 5° elemental en el Colegio Andino y luego, por razones obvias, se trasladó al Colegio Italiano Leonardo da Vinci, donde terminó su bachillerato. Su padre fue el eminente cirujano Juan di Domenico di Ruggiero (de la familia que trajo el cine a Colombia) y Carmen Buraglia (de la familia que trajo los carros Fiat al país). Juan era un niño hiperactivo y con facilidades para la electrónica y la ingeniería por lo cual su padre le regaló los juegos científicos Cosmos que venían en hermosas cajas de madera con elementos para realizar experimentos de electrónica, física, química, y otros para descubrir el mundo como el cosmorama que por las noches lo animaba a descubrir las estrellas. Hizo, por correspondencia, un curso de electrónica que dictaba la Marina Norteamericana; con esos pininos construyó un radio transistor y una televisión en blanco y negro.
 
Cuando junto a su padre pasaban por la Universidad Javeriana, el Dr. Di Domenico padre le decía que allí era donde iba a estudiar Medicina. El Dr. Di Domenico hijo le contestaba que iba a estudiar Ingeniería Electrónica. De manera hábil el padre le indicó que el camino era el de médico: tenía una cámara Nikon Super 8 con banda de sonido y llevaba a Juan a que le filmara las cirugías. Un sábado filmó una Gastrectomía en el Hospital San José. Así, poco a poco, con ese mensaje subliminal, Juan di Domenico quedó prendado de la Medicina, pero en especial de la Cirugía. El Dr. Di Domenico padre fue uno de los promotores de la reiniciación de estudios médicos en la Universidad del Rosario y la puesta en marcha de la Facultad de Medicina.

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Juan di Domenico hizo parte de la segunda promoción de médicos rosaristas, egresados en 1971. Para esa época eran 16 estudiantes con setenta profesores. Nombra algunos de sus compañeros: Isabella Zapata, Radióloga; Tito Tulio Roa, Cirujano Plástico; Luis Castillo, Nefrólogo…Su padre, en compañía del Dr. Mario Negrete López organizó el Departamento Quirúrgico. Algunos de sus compañeros son Entre otros profesores estaba el Dr. Gonzalo López Escobar, Benjamín Bronstein, Orlando Torres, Anastasio Pinilla y otros. Juan di Doménico operó apéndices y hernias desde estudiante. De Estadística no entendía “ni papa”, quien lo ayudaba en esos menesteres era su compañero Alfonso Tribín, quien años más adelante sería Decano de la facultad. Le pareció que el primer semestre era como hacer un curso remedial del bachillerato; en física y química obtuvo excelentes notas. Ya en segundo semestre enfrentó la Anatomía con el profesor Darío Cadena, con retos tan grandes como ser castigado por abrir el abdomen de un cadáver hasta llegara a la cavidad abdominal, cuando tan solo estaban empezando a estudiar los músculos de la pared abdominal. “El Dr. Cadena era una cuchilla, pero haber aprendido Anatomía con él es lo que más me ha servido en mi vida de Cirujano”.
 
La Fisiología con el profesor López Viñas, fue un coco. Eso del equilibrio ácido básico lo sacaba de casillas. Recuerda a sus compañeros Pablo Médina y Luis Alfonso Pallares (el famoso Dr. Pallares), estudiando esos temas para exámenes. Por esa época el hoy Dr.Pallares tenía un carro al que sus compañeros le llamaban criptorquidia. Empezaron las cosas a mejorar cunado se topó con el hombre más admirable en su carrera médica, el Dr. Juan Consuegra Zulaica quien lo orientó en Semiología y Medicina Interna. El Dr. Consuegra, parado desde la puerta del pabellón Ragonnessi, miraba el paciente que Juan di Domenico le iba a presentar y a quien había hecho la historia clínica de ingreso la noche anterior, y le decía, así a distancia, “ese paciente debe tener una CIA”. Di Domenico no entendía cómo el Dr. Consuegra podía saberlo ya que era un paciente nuevo y no habría tenido tiempo de conocerlo. Así fue como aprendió y entendió que la OBSERVACIÓN DETALLADA era la clave del diagnóstico, ver las uñas en vidrio de reloj, la mirada hipocrática, las petequias ungueales, las livideces, el edema pretibial… Con el Fonocardiograma, el Vectocardiograma, y la interpretación del pulso carotídeo y el yugular el Dr. Consuegra lo descrestaba, pero más aún con la lectura de los Electrocardiogramas donde podía discernir hasta de dónde provenía el paciente, qué comía y qué oficio debía tener. Eso casi lo hace Cardiólogo. No olvida las palabras de Consuegra: “Juan, observe y lea, y observe…el mejor libro se llama paciente…ahí se sabe cómo son las cosas…”
 
Y llegó el semestre de lo que Juan di Domenico Buraglia llama “este hermoso Arte de la Cirugía”. Desde antes él hacía ayudantías quirúrgicas al Dr. Alfonso Barrios y a su padre. Ya venía pensando en ser Cirujano. Además, le tocó asistir al Dr. Antonio Ramírez, otro de los monstruos de la Escuela Quirúrgica Rosarista, porque se casó a escondidas con Jacqueline Wachter, una francesa que era Instrumentadora Quirúrgica de San José. Definitivamente Juan o Juanito como le dicen sus colegas más allegados, tenía todas las características del Cirujano. Para su manutención hacía evolución de los pacientes que operaba con el Dr. Ramírez en la Clínica de Marly, donde nació, y en la Clínica Palermo, llevando una máquina de escribir Olivetti, muchas hojas y papel carbón. Esas labores las iniciaba a las 4 de la mañana porque debía estar, muy puntual, a las 7 en San José.

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En Ginecología le fue de maravilla; hizo muchas cesáreas, operó histerectomías y hasta corrección de celes. La Epidemiología la encontró aburrida. Psiquiatría, que se cursaba en último semestre, le pareció fascinante; en ese momento se “peleó” con todos los profesores (otra de sus características: no traga entero). Terminada la carrera hace el rural en Manaure, Guajira. Con su padre habían definido que haría Cirugía General en el Jackson Memorial Hospital en Miami. Tenía el cupo listo, pero no pudo ingresar ya que se enfermó presentando fiebres recurrentes y pérdida de peso. Con su padre van a Atlanta y lo valora un especialista en Enfermedades Tropicales quien le diagnostica un Dengue. Aprovecharon para ir al congreso del American Collegue of Surgeons en Chicago, pero la enfermedad no le permitió asistir. Regresó a Colombia a recuperarse. Había perdido el cupo en el Jackson. Decidió hablar con el Dr. Negret en San José para iniciar allí la Residencia. Ya estaba cursándola el Dr, Jairo Garavito, con quien son grandes amigos. Agradece a sus profesores los doctores Antonio Ramírez, Hernando Galvis Ordóñez, Gonzalo López Escobar (Coloproctología), Jorge Suárez Betancur (quien venía de la Clínica Mayo), Esteban Diázgranados Goenaga Cirujano de Cabeza y Cuello de la Clínica Lahey), Guillermo Poveda quien entrenó en Vascular a Jaime Segura, Tirado Plata (también Vascular), Benjamín Bronstein, Enrique Morales, Gabriel Reina y Alfonso Barrios quien era la estrella de la cirugía, muy hábil, “nunca he visto a alguien tan hábil como él”.
 
Durante la Especialización Juan di Domenico tuvo una gran afinidad con la Radiología Intervencionista. Resulta que el Fondo Nacional Hospitalario dotaba a los hospitales y clínicas del país con equipos de Rayos X. El Dr. Di Domenico tenía muy buenas relaciones con el Dr. Mejía, Jefe de Radiología.  Le propone hacer Arteriografías. Di Domenico hacía aortogramas con la aguja de Dos Santos colocándolo desde el dorso, “eso era como una estocada”. También realizaba biopsias hepáticas con la aguja de Vim Silverman. Su manejo del Inglés, el Francés y el Italiano le sirvieron para que las casas productoras de equipos y películas lo capacitaran en las técnicas. Con un equipo CGR francés le hacia arteriografías a los Neurólogos y Neurocirujanos, con una técnica llamada María Helena Esguerra. Otra de sus intervenciones era el portograma transesplénico y la arteriografía esplénica selectiva con sus tres fases. Estudios que le parecían maravillosos a los Drs. Negret y Ramírez. Para graduarse de Especialista en Cirugía General presentó un trabajo, con 15 casos, sobre Manejo de Hemobilia mediante embolización o clipaje por medio de Arteriografía Selectiva. Calcula que durante toda su formación de Cirujano General (3 años para esas calendas) realizó más de 3.400 cirugías.

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Viendo que, por circunstancias laborales, personales y societarias, se venía creando un ambiente incómodo en el Servicio de Cirugía General le pide una cita al Dr. Mario Negret y junto con Jairo Garavito le solicitan que les deje manejar, administrativa y académicamente, el Servicio. Echándose hacia el espaldar del asiento y abriendo los ojos de par en par, el Dr. Negret aceptó la propuesta.
 
Al Dr. Roger García lo dejaron manejando Cirugía Pediátrica y al Dr. Jaime Segura Cirugía Vascular Periférica. El Dr. Antonio Ramírez, pasado algún tiempo, migró a la Clínica San Rafael donde conformó un exitoso Departamento Quirúrgico. Con el Dr. Garavito conforman dos equipos: el Blanco y el Verde. Fue famosa su “Libreta Verde” donde anotaba las llegadas tarde de los Residentes, al completar tres fallas debían hacer turno extra. Muchos, hoy en día, agradecen al Dr. Luis Felipe Rivas quien se constituyó en el residente que más de estos turnos de castigo hizo, porque eso los liberaba a ellos. Resulta que el Dr. Rivas era casado y todas las mañanas llevaba a su esposa hasta la Clínica San Rafael donde trabajaba de Bacterióloga; esa era la razón de sus tardanzas, pero la disciplina férrea de Di Doménico no perdonaba nada. Y mucho más le exigía a quienes más conocía, por ejemplo, a su sobrino Ricardo di Domenico y a Antonio Hakim a quien le hizo desarrollar, por estrés, una alopecia areata. Considera todo eso parte de la buena formación del Cirujano y recuerda con cariño a todos los que fueron sus compañeros y Residentes, como a los Drs. Gustavo Quintero, Rafael Riveros, Jaime Acosta, Andrés Isaza, Oswaldo Ceballos, Hernando Ordóñez, Akram Kadamani, Saúl Valderrama, Rubén Luna, Gabriel Riveros, Luis Osuna, Marino Coral, Álvaro Bedoya…entre otros.

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“Lo docente, también se lo heredé a mi padre. Soy parecido a él, pero diferente. Le agradezco la formación humanística, la disciplina y la ética. Le aprendí la habilidad, el ser práctico, la tenacidad y el no dejarse vencer fácilmente. Paralelos a sus éxitos médicos estaban sus éxitos en la enseñanza. Él no paraba. Yo tampoco paro, soy un cirujano terco”.
 
Hasta aquí las manos del Dr. Juan di Domenico, que como el oro son dúctiles, fuertes, finas y brillantes. En la segunda entrega nos adentraremos en su corazón de ángel y en su cerebro de loco. Un loco genial, un genio.