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Volver a lo pequeño

Manuel Guzmán Hennessey

portada

Escribo desde la península de Jutlandia. La más grande en extensión de la serie de penínsulas e islas que componen el territorio de Dinamarca, y que alcanza a algo más de doscientas.

Jutlandia tiene una superficie de 29.775 km² y la habitan algo más de dos millones y medio de personas, sin embargo, debido a su extensión, representa los dos tercios de la superficie de Dinamarca, donde viven en total cinco millones y medio de personas. Pues bien, aquí, entre fiordos que dividen mansamente las extensas llanuras, casi todas cultivadas de cereales y pastos bajos, observando la manera como está organizando este país, pero muy especialmente Jutlandia, no he podido menos que recordar aquel ya clásico libro de E. F Schumacher, publicado en 1973 y actualmente traducido a muchos idiomas.

Lo que escribió Schumacher se comprueba en Assentoff, Ebeltoff, Randers, Horsens, Viborg y Drastrup. Pueblos o pequeñas ciudades que oscilan entre dos y siete mil personas. Pero que tienen todo lo que necesitamos para vivir bien, con los estándares de las grandes ciudades y, obviamente, sin sus grandes problemas. Schumacher recomendó crecer hasta un determinado límite del espacio físico para poder disfrutar mejor del territorio y obtener adecuadamente de él los recursos que necesitamos: la felicidad que da el paisaje, el silencio, la seguridad, la vecindad, la cercanía de los pájaros y el viento. En Dinamarca (43 mil kilómetros cuadrados) viven 128 personas por kilómetro cuadrado, mientras que en Hong Kong viven 6.300. Estos datos son relativos, puesto que si comparamos con Colombia encontraremos que allí viven 42 habitantes por kilómetro cuadrado, pero más de la mitad de nuestro territorio se encuentra despoblado y el rápido crecimiento de la densidad de ciudades como Medellín es de todos conocida: hoy la tercera ciudad más densamente poblada del mundo: 19.700 habitantes por Km cuadrado.

La baja densidad poblacional no es el factor decisivo de la felicidad, pero el crecimiento ilimitado, desordenado, contaminante, agresivo, me temo que sí es el principal factor de la infelicidad de quienes sufren las grandes urbes. Selvas de vidrio, plástico y cemento, donde el hombre es lobo para el hombre, como escribiera Hobbes. Pero otra cosa, inclusive, es el lobo de san Francisco de Asís, o los lobos que han migrado de Alemania hasta estas tierras, y que han sido vistos por sus habitantes tranquilos como una amenaza para sus ovejas, pero no para los humanos. Schumacher sentenció que en las experiencias muy humanas de la compasión, la dignidad y el espíritu creativo existe un camino hacia el desarrollo sostenible. Quizá el único, como hemos podido comprobar casi cincuenta años después de la publicación de su texto.

Me limitaré a reseñar algunas de las ideas fuerzas de “Lo pequeño es hermoso”, para que los lectores puedan enmarcar en ellas el germen quizá de un pensamiento de futuro, que entre todos habremos de construir si, en realidad, queremos resolver la encrucijada a que nos ha llevado el crecimiento sin límites, y el desarrollo insostenible ya comprobado.

 Schumacher dijo que la paz, como a menudo se ha dicho, es indivisible, y que el dinero por sí solo no satisface todas las necesidades. Coincide en esto con Serge Latouche, quien ha reiterado por estos días que los hombres verdaderamente felices no necesitan consumir demasiado. Schumacher antes que Latouche, y también antes de Max Neef, Elizalde y Hopenhayn, pensó que la economía moderna tiene al consumo como el único fin y propósito de toda actividad económica, considerando los factores de producción (tierra, trabajo y capital) como los medios, no obstante, los asuntos realmente serios de la vida no pueden ser calculados. Y anticipándose a lo que años después escribiera Ernesto Sábato, se preguntó: ¿qué queda del hombre si el proceso de producción "elimina del trabajo todo atisbo de humanidad haciendo de él una mera actividad mecánica"? Recordó que la economía budista trata de maximizar las satisfacciones humanas por medio de un modelo óptimo de consumo.

De economía circular se habla hoy con excesivo afán, como si Schumacher no hubiera escrito en 1973 que es inherente a la metodología de la economía el ignorar la dependencia del hombre del mundo natural, en cambio los combustibles fósiles no están hechos por el hombre, y, por lo tanto, no pueden ser reciclados. Cuando se terminen, ¡Se habrán terminado para siempre! El problema de valorar los medios por encima de los fines es que destruye la libertad del hombre y el poder para elegir los fines que realmente le atraen. La sabiduría requiere una nueva orientación de la ciencia y de la tecnología hacia lo orgánico, lo amable, lo no violento, lo elegante y lo hermoso. Los bienes no renovables deben usarse sólo si son indispensables, y aun así con el mayor de los cuidados y con una preocupación meticulosa por su conservación. Schumacher anotó que la ciencia no puede producir ideas que nos sirvan para vivir, pues la religión de la economía, que rige a la ciencia, tiene su propio código de ética y el primer mandamiento es el comportarse "económicamente" en cualquier circunstancia, cuando uno está produciendo, vendiendo o comprando.

Por eso la codicia y la envidia demandan un continuo e ilimitado crecimiento económico de naturaleza material, sin consideración por la conservación, y este tipo de crecimiento de ninguna manera puede adecuarse a un entorno finito. Vemos máquinas cada vez más grandes, imponiendo cada vez mayores concentraciones de poder económico y ejerciendo una violencia cada vez mayor sobre el medio ambiente. Esas máquinas no representan progreso, son, por el contrario, la negación de la sabiduría. Por eso resulta doblemente quimérico el construir la paz sobre fundamentos económicos que, al mismo tiempo, descansan sobre el fomento sistemático de la codicia y la envidia, fuerzas que verdaderamente sumergen al hombre en un estado de conflicto.
 
El libro que escribió Schumacher fue considerado, en su momento, por The Times Literary Supplement como uno de los cien libros más influyentes de los publicados desde la Segunda Guerra Mundial, la obra presenta hoy temas de gran actualidad después de casi 40 años de su primera edición. Theodore Roszak, el famoso autor de otro clásico del siglo XX, el libro Persona Planeta, escribió en la introducción de Small is beautiful: "Para aquellos a los que la economía significa un libro lleno de números, tablas, gráficos y fórmulas, junto a una discusión mucho más complicada de tecnicismos abstractos como la balanza de pagos y el producto nacional bruto, esta notable colección de ensayos de EF Schumacher es seguro que será como un choque o un alivio a esa parte de la economía del estilo dominante. Por el contrario, su intención deliberada es subvertir la "ciencia económica" poniendo en cuestión cada una de sus hipótesis, hasta en sus fundamentos psicológicos y metafísicos. "
 
El verdadero fin del desarrollo es el progreso humano, o si se quiere: la felicidad. Puede decirse de varias maneras: el verdadero fin del desarrollo es el desarrollo humano, no el desarrollo de las cosas. En nuestra mente colectiva se instaló, en mala hora, la creencia de que el verdadero y único fin del desarrollo es el crecimiento. Por eso los índices que miden el progreso de los países establecen como vara medidora de todo, el crecimiento de la economía. Todo esto es un error. Pero instalar un nuevo paradigma es una tarea de décadas, quizá de siglos, una nueva creencia, esta sí basada en la lógica de lo viviente, que privilegie la felicidad y el progreso humanos por sobre otra consideración, y que reverencie la protección de la vida en todas sus formas, como valor supremo de las sociedades. La economía actual privilegia el crecimiento de las cosas, pero acaba regulando la vida. Su lógica es simple y equivocada: crecer en un mundo finito como si este fuera un mundo infinito.