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Más de 2017

Luis Enrique Nieto Arango

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Más allá de celebrar las bondades del sistema decimal, continuar recordando las efemérides de este año 2017 nos permite hallazgos, muchas veces sorprendentes, en la historia.

En la edición pasada conmemoramos los 500 años de la Reforma Protestante; los 300 de la primera creación del Virreinato de Nueva Granada; los 100 de la Revolución de Octubre; los 75 del estreno de la película Casablanca y el primer cincuentenario de la aparición de Cien años de Soledad, la obra magistral de Gabo, nuestro Nobel.

Todos estos variados hechos son dignos de memoria pues constituyen, sin duda, hitos que señalan el paso del hombre por la tierra, contribuyendo así, como dijimos, a la caracterización de la nueva era geológica, llamada precisamente antropoceno pues está signada por la acción de ese bípedo implume, como definieron, por género próximo y diferencia específica, los Sofistas a nuestra especie.

Ahora queremos conmemorar, en primer lugar, los 600 años de la reaparición en un monasterio alemán del manuscrito De rerum natura, compuesto en torno al año 50 a. C. por Tito Lucrecio Caro, probablemente el más grande poema de la Roma Clásica, deudor de la física atomista de Demócrito y de la ética de Epicuro y, acaso, el más logrado intento de comprensión De la naturaleza de las cosas, como justamente se traduce su título.

En el invierno de hace seis siglos Poggio Bracciolini, secretario del Antipapa que había tomado el nombre de Juan XXIII –aprisionado en Heidelberg, luego de ser derrocado del solio pontificio- atravesó Alemania en busca de libros antiguos para su colección, no siempre bien habida, encontrando en la abadía benedictina de Fulda los seis volúmenes en pergamino que contenían los 7.400 versos  que nos cuentan, en un latín estupendo, cómo el mundo está compuesto  de partículas invisibles, sin creador y propósito y, también, cómo los humanos no somos seres únicos, ni comenzamos en una idílica edad dorada sino en una lucha por sobrevivir. En fin, unos versos inquietantes que califican las religiones como producto de la superstición, sustentadas por la crueldad y el miedo, y que señalan que el fin de la existencia es la disminución del dolor y la búsqueda del placer.
Este inmenso poema desveló e iluminó a mentes tan preclaras como las de Botticelli, Shakespeare, Montaigne, Molière y Thomas Jefferson y ha hecho  que Lucrecio, su autor sea considerado como el Newton, el Einstein y el Carl Sagan de la Roma Clásica, y quien nos hizo modernos.

Nuestro Rector por casi cuarenta años, Monseñor José Vicente Castro Silva, fue un gran admirador de esta obra, hasta el punto de que uno de sus versos Morte Adiuta Aliena se convirtió en su lema al ser designado Protonotario Apostólico, el cual utilizaba en un anillo, un sello y en la correspondencia. (Ver nuestro blog del Archivo Histórico).

Hace 200 años, el 14 de noviembre de 1817, fue fusilada Policarpa Salavarrieta, la heroína de Colombia, quien había sido apresada por el pacificador Pablo Morillo durante la Reconquista Española y juzgada y condenada a muerte por sus valerosos servicios a favor de la independencia.

Como se sabe La Pola pasó sus últimas horas presa en el Claustro del Rosario, en el cual una placa en mármol la recuerda para la eternidad como un símbolo de la decisiva  participación femenina en la formación de la nación, causa a la cual sirvió con fervor, hasta entregarle la vida.

Viniendo más acá en el tiempo nos encontramos con los terremotos que hace un siglo, en 1917, destruyeron el Claustro Rosarista y que son recordados por dos placas en mármol, en los costados oriental y occidental de la planta baja  de nuestra  sede principal.

Estas inscripciones son un testimonio de ese desastre natural, increíblemente profetizado muchos años atrás, el 30 de octubre de 1827, o sea hace 190 años, por el Padre Francisco Margallo y Duquesne, mediante los versos  que algunos santafereños aún recuerdan:

“El 31 de agosto/ de un año que no diré/sucesivos terremotos/destruirán Santafé”    
         
Ese vaticinio se cumplió precisamente el 31 de agosto de 1917 con un fuerte sismo, sucedido por siete réplicas el mismo día, que llegaron a cuarenta y cuatro en los nueve días en que continuaron los movimientos telúricos.  

Según parece el Padre Margallo tenía la intención de castigar a los impíos y masones que irrumpían en la capital, divulgando las enseñanzas de Jeremías Bentham en las aulas del Rosario. Por un error de planeación, de común ocurrencia entre videntes y profetas, la catástrofe anunciada se produjo con un desfase de 90 años cuando el Claustro, merced a la intervención de la Regeneración de Núñez y Caro, se había colocado bajo la égida del doctor Carrasquilla, Prelado Católico, representante y divulgador del Neo-Tomismo en Colombia.

Una verdadera fiesta para el idioma debe ser la celebración de la aparición, hace medio siglo, del Diccionario de Uso del Español de doña María Moliner, esa gran bibliotecóloga, filóloga y lexicógrafa española, modelo de investigadora quien, trabajando pacientemente en su casa durante quince años, elaboró ese Diccionario de definiciones, de sinónimos, de expresiones, frases hechas y de familias de palabras que constituye una obra maestra, a la manera del Learner’s Dictionary of Current English de A. S. Hornby (1948), que complementa admirablemente el DRAE e, incluso, suple muchas de sus deficiencias.

María Moliner no fue la primera mujer, como se lo merecía, en ocupar un sillón en la Real Academia Española, para la cual la habían propuesto  Dámaso Alonso, Rafael Lapesa y Pedro Laín Entralgo, en razón seguramente de su condición femenina y de su adhesión a la causa de la Segunda República, a la cual igualmente sirvió su marido, Fernando Ramón Ferrando, catedrático de física en la Universidad de Salamanca.

El Diccionario de Maria Moliner, de inmensa utilidad para todos los hispanohablantes, ilustró enormemente a nuestro nobel Gabriel García Márquez, quien escribió una magnifica crónica sobre la vida de esta gran mujer, fallecida en 1981, hoy recordada en las bodas de oro de la edición por la editorial Gredos de su monumental trabajo.  

El 9 de octubre se conmemoran 50 años de la muerte, en 1967 en Bolivia de Ernesto Che Guevara, ese icónico y legendario personaje argentino, Comandante de la Revolución Cubana, cuya existencia -que tristemente terminó mediante ejecución sumaria por parte del ejército boliviano en colaboración con la CIA- constituyó un capitulo sustancial de la historia latinoamericana, que demuestra que las armas no son el camino indicado para la transformación social, tal como lo corroboran las innumerables víctimas de todos los conflictos de nuestra América Latina y del mundo, uno de los cuales, el colombiano, está precisamente terminando, gracias a un proceso difícil pero fructífero de negociación, mediante la entrega de las armas a partir de este 1 de marzo de 2017, fecha en verdad histórica, cuya efemérides ojalá podamos celebrar muchas veces como confirmación de la frase del maestro Echandía según la cual: “es mejor echar lengua que echar bala”.