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Aproximaciones a la música popular en clave de género

Nesly M. Bello R.

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Los discursos reproducen pensamientos a nivel político, económico, social y cultural que configuran las relaciones de las personas con el mundo. Los medios de comunicación, sin duda, son uno de los principales transmisores de discursos; pero no podemos dejar de lado expresiones artísticas como la literatura, la música y la pintura, enmarcadas dentro de la industria cultural y desde las cuales se emiten otra serie de discursos que influyen en la cognición social de las personas.

Si hablamos de los discursos emitidos en torno al género, podemos decir que se encuentran delimitados por características derivadas del sexo y no de la identidad de género que cada sujeto ha construido a lo largo de su vida. En otras palabras, en la elaboración de los discursos, los aspectos biológicos resultan determinantes a la hora de construir los roles y estereotipos comúnmente asociados a cada individuo. Ello se debe a que los mensajes transmitidos responden al pensamiento, las ideas y los valores compartidos, los cuales pueden construir o no visiones equitativas que favorezcan a ambos géneros.

En el caso del pop, género musical definido por Roy Shuker (2005) [1] en términos de “[...] su accesibilidad general, su orientación comercial, un énfasis en ganchos o coros memorables y una preocupación lírica con el amor romántico como tema”, es posible evidenciar cómo se acentúan los estereotipos de feminidad y masculinidad en las letras, conforme este género se reinventa de acuerdo con las necesidades comerciales de cada época.

Las letras de muchas canciones pop [tratan] del amor, deseo, nostalgia y lujuria heterosexual, en términos de argumentos de cultura de masas y por su banalidad y carencia de profundidad (Adorno, citado por Shuker, 2005) [1].

La música, manifestación artística que, en su corriente masiva y popular, reproduce esquemas de percepción y comportamiento mediante el tratamiento de temas cliché como el amor, la ruptura y la separación, puede terminar estandarizando el pensamiento social. ¿Por qué? Porque sus discursos, por lo general, se basan en aspectos triviales y cotidianos que buscan crear identificación entre sus consumidores y, con ello, potenciar la comercialización y difusión del producto mismo. El problema mayor surge cuando la música pop llega a transmitir estereotipos sexuales que no contribuyen a la equidad entre ambos géneros.

A ellas [las mujeres] se les presenta usualmente como abnegadas, sumisas, débiles, sin confianza en sí mismas y contradescendientes, o bien se les presenta como objeto sexual o de placer. En contraste, a los hombres por lo general, se les proyecta como fuertes, valientes, agresivos, decididos y dominantes, en correspondencia con las tradicionales representaciones estereotipadas de la masculinidad (Estrada, 2008) [2].

El término asociado a lo <<masculino>> cuenta siempre con un mayor valor que su contrario. Así, las implicaciones de este sistema tienen consecuencias siempre negativas para las mujeres, ya que estas se encuentran en la posición

de la <<alteridad>> o la <<otredad>> y son definidas por oposición a lo <<masculino>> (Viñuela y Viñuela, 2008) [3].

En este sentido, uno de los aspectos clave por tener en cuenta cuando se estudia la música popular es su carácter colectivo, el cual refleja la realidad en la que surge y termina aportando a la afirmación de una imagen tradicional de mujer inserta en un sistema de oposiciones binarias que refuerza los valores patriarcales. Valores que vienen reproduciéndose desde años atrás y que, en vez de desaparecer, se han transformado a través del tiempo.

Históricamente, han sido muchas las batallas que han librado las féminas para ser reconocidas como sujetos homólogos al hombre, con los mismos derechos y deberes. La dominación y la subordinación han estado, pues, presentes en la edificación de una historia del género que, en resumidas cuentas, le brinda mayor importancia a la construcción social que a la condición biológica de hombres y mujeres. Vale decir que, desde que empezó a trabajarse con mayor rigor el tema del género desde la academia, han sido diversos los planteamientos que explican la subordinación sociocultural de la mujer [4].

  • La versión tradicionalista designa la asimetría sexual como un producto derivado de las características biológicas de cada ser, situando al hombre por encima de la mujer a causa de su fuerza y vigor.
  • El materialismo histórico de Engels considera que la situación inferior de las mujeres resulta de un matriarcado original que desaparece cuando el matrimonio monógamo y la propiedad privada dan paso al patriarcado.
  • Desde la antropología, Silvia Tubert (2003) [5], doctora en Psicología de la Universidad Complutense de Madrid, plantea que la visibilización de las mujeres se persigue siguiendo dos vías complementarias: haciendo visibles, por un lado, los mecanismos de la subordinación y, por otro, las capacidades de las mujeres para generar propuestas sociales alternativas.

En este orden de ideas, la historiadora austriaca Gerda Lerner (1990) [6] se ajusta a la vía que busca hacer visibles los mecanismos de la subordinación y propone, para ello, estudiar las relaciones de poder desde el patriarcado, término que “describe la relación entre un grupo dominante, al que se considera superior, y un grupo subordinado, al que se considera inferior”.

El concepto responde a un sistema de organización social en el que los puestos clave de poder reposan, exclusiva o mayoritariamente, en manos masculinas, como fruto de una concepción androcéntrica del mundo, de la cual se desprende que la mujer es el <<otro>>; la variación a esa referencia universal que es el macho por antonomasia.

Patriarcado, en su definición más amplia, es la manifestación y la institucionalización del dominio masculino sobre las mujeres y los niños de la familia y la ampliación de ese dominio masculino sobre las mujeres a la sociedad en general. Ello implica que los varones tienen el poder en todas las instituciones importantes de la sociedad y que se priva a las mujeres de acceder a él (Lerner, 1990) [6].

Debemos entender que la sociedad y la cultura, dominada por los hombres, se ha introducido tanto en la mentalidad de las personas que ellas no se dan cuenta que son utilizadas para reproducir una forma de pensar que mantiene a los hombres en el poder. Es tan sutil esta dominación que las mismas personas no son conscientes que cuando defienden o ejercen el poder como les han enseñado, se están autodominando pues mantienen el poder que las discrimina, que las somete (Velasco, 2007) [7].

Las mujeres pueden llegar, incluso, al punto de naturalizar estereotipos y roles como si siempre les hubiesen sido propios por el único hecho de haber nacido mujeres, olvidando la célebre frase de la activista francesa Simone de Beauvoir: “La mujer no nace, se hace”. Así pues, la sociedad espera que, si la persona es mujer, sea débil, dependiente, emocional y complaciente; mientras que, si es hombre, haga gala de su fuerza, racionalidad y sentido de independencia.

En este caso, los estereotipos actúan como una categoría basada en las expectativas creadas alrededor del sexo y plantea una serie de creencias, valores y normas compartidas en sociedad, que no necesariamente se ajustan a la manera en que cada persona se ve a sí misma. Por su parte, los roles se remontan a la corriente constructivista de la sociología y se refieren a las normas de conducta que la sociedad asigna a cada uno de sus miembros.

Cuando el concepto de rol pasó a formar parte de los estudios feministas, fue usado para referirse en específico a las funciones que la sociedad estipula como propias de cada sexo. En ese sentido, mientras el rol femenino está enmarcado en tareas maternales asociadas a la reproducción, el cuidado de los hijos y el mantenimiento del hogar, el rol masculino responde a tareas productivas y de constante visibilidad que refuerzan el carácter de hombría y virilidad.

En esta instancia, referirse a la cognición social, término acuñado por el lingüista holandés Teun A. Van Dijk (1994a) [8] es fundamental. Para él, la cognición hace referencia a “un sistema de memoria a largo y corto plazo que almacena y retiene la representación semántica, permitiendo una recuperación posterior de los contenidos del texto”. Acorde con estos planteamientos, Alejandro Ulloa y Giovanna Carvajal (2009) [9] complementan diciendo que este concepto “abarca saberes, prejuicios, valores, actitudes, ideologías y representaciones, desde los cuales se leen e interpretan los textos”.

La noción de interpretación de los discursos es una noción cognitiva, es una acción que no podemos ver de manera empírica, sin embargo, cuando la gente lee el periódico está haciendo interpretaciones, adquiere y moviliza conocimientos, hace presuposiciones, hace igualmente lecturas implícitas; y todos estos aspectos son cognitivos, funcionan internamente (Van Dijk, 1994b) [10].

Anclada a los conceptos de sexo, género, estereotipo, rol y patriarcado, la cognición social es necesaria en la medida que explica cómo dichos términos están planteados en términos de construcciones discursivas, pues, en su definición, intervienen las asociaciones mentales que los individuos hacen entre el mundo y sus experiencias de vida.

Con base en lo anterior, es posible concluir que la industria cultural de carácter masivo suele responder a las construcciones hegemónicas que imperan en la sociedad, es decir, gira en torno a clichés para así llegar a una mayor cantidad de personas, toda vez que los contenidos se amoldan a las concepciones imperantes de la sociedad en cuanto al género.

Respecto a la música pop, esta se propone encontrar el punto medio para calar en la mente de su público objetivo sin herir susceptibilidades. Su objetivo es encontrar un discurso genérico que no cuestione las representaciones mentales sino que, por el contrario, se acerque a los esquemas reproducidos en masa y permita la fácil y rápida recepción de las canciones, sin importar la edad, el sexo o la nacionalidad de los oyentes.

Investigaciones de este tipo se enmarcan dentro de la musicología feminista, área relacionada con el estudio académico de la música a partir de una perspectiva de género. Su origen se remonta a finales de los años 60 y 70, en medio de la proliferación del pensamiento feminista en países como Estados Unidos y España, donde, actualmente, el análisis en esta línea es bastante fuerte. En Colombia, aunque es posible encontrar trabajos académicos relacionados con el tema, la literatura es aún incipiente. Queda, entonces, abierta la invitación para empezar a reflexionar alrededor de las relaciones que se tejen entre música popular, género y las representaciones sociales que, día a día, se construyen mediante los discursos.

Bibliografía

[1] Shuker, Roy (2005). Diccionario del rock y la música popular. Barcelona: Ma Non Troppo.

[2] Estrada, Tere (2008). Sirenas al ataque. México D. F.: Océano.

[3] Viñuela, Eduardo y Laura Viñuela (2008). Música popular y género. En Clúa, Isabel (Ed.). Género y cultura popular. Estudios culturales I. Barcelona: UAB.

[4] Referencias tomadas de Castellanos, Gabriela (1991). ¿Por qué somos el segundo sexo? Genealogía de una idea social. Cali: Universidad del Valle.

[5] Tubert, Silvia (2003). Luces y sombras del concepto de género. En Tubert, Silvia (Comp.) Del sexo al género. Los equívocos de un concepto. Madrid: Cátedra.

[6] Lerner, Gerda (1990). La creación del patriarcado. Barcelona: Crítica.

[7] Velasco, Gloria (2007). Comunicación para la equidad de género en la radio comunitaria. Cali: Universidad del Valle.

[8] Van Dijk, Teun A. (1994a). Discurso, poder y cognición social. En Cuadernos, 2(2). Cali: Universidad del Valle. Escuela de Ciencias del Lenguaje. Recuperado de este sitio web.

[9] Ulloa, Alejandro y Giovanna Carvajal (2009). La enunciación en la construcción del texto escrito: Formulación conceptual y pertinencia en una investigación sobre cultura escrita, conocimiento y tecnocultura en la universidad. En Nexus. 5. 56-53.

[10] Van Dijk, Teun A. (1994b). Análisis crítico del discurso. En Discurso, poder y cognición social. Recuperado de este sitio web.