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Las venus y el pensamiento religioso. Primera parte.

Juan Pablo Quintero

Las venus y el pensamiento religioso. Primera parte.

De cuerpo aperado, gorda, con caderas anchas, senos prominentes y sin ningún atavío distinto al que le cubre el rostro, la Venus de Willendorf es una de las representaciones femeninas más enigmáticas en la historia de la evolución de la humanidad. La figurilla, de unos 11 cm de alto y casi 6 de ancho, fue encontrada en 1908, durante las excavaciones en un sitio arqueológico del Paleolítico Superior, cercano a un pueblo de Austria llamado Willendorf. 

La escultura, que actualmente reposa en el Museo de Historia Natural de Viena, fue elaborada en piedra caliza y tiene sobre su cuerpo rastros de haber sido pintada con ocre rojo. Se trata de una entre más de un centenar de representaciones antropomorfas femeninas halladas a lo largo de Europa, desde los Pirineos franceses hasta las llanuras siberianas, en un periodo que se extiende desde el 40 000 AP hasta el 10 000 AP. Se les conoce comúnmente con el apelativo de las venus, debido a que comparten rasgos exagerados que los arqueólogos asociaron en su momento con los parámetros portentosos de belleza del Paleolítico. Y aunque tal interpretación actualmente está revaluada, lo cierto es que hasta el día de hoy sigue siendo un misterio cuál fue su función y cuál es la razón por la que aparecen en contextos aislados y en un periodo tan amplio.

Sobre el asunto ha habido más especulaciones que certezas. Los rasgos exagerados de las venus han inspirado interpretaciones que evocan desde la importancia de la mujer y su relación con la fertilidad en los albores de la humanidad hasta la representación de diosas arquetípicas que gobiernan los mitos universales de la creación. Sobre su función como objetos, en cambio, hay al menos un grado mínimo de certeza: no tienen utilidad práctica o, al menos, una funcionalidad evidente. Las venus –como la de Willendorf, o la de Lespugue, descubierta en la cueva de Rideaux en Francia, o la de Hohle Fels, en Alemania– son esculturas que no tienen forma para sostenerse de pie, ni aberturas de donde amarrarlas para ser colgadas. Algunos pocos contextos indican que pudieron ser amuletos o figuras votivas, sin que todavía haya pistas definitivas. Sin embargo, el mayor enigma continúa siendo por qué la especie humana, después de cerca de 2,5 millones años de fabricar y usar solo herramientas, decide crear artefactos cuyo valor no es utilitario, sino estético o simbólico. La respuesta a esta pregunta contiene algunas pistas clave para entender qué significa ser humano.  

El asunto es el siguiente: desde que la especie humana se separó genéticamente de su ancestro más cercano, hace más de 7 millones de años, sufrió varios cambios anatómicos hasta formar al hombre moderno. De manera resumida, después de lograr una postura erguida y liberar las extremidades superiores, el Homínido erecto se dividió en dos especies, una de las cuales, la omnívora, evolucionó hasta convertirse en Homo habilis, hace 2,5 millones de años. Durante todo ese tiempo difícilmente se podría decir que existió algún atisbo de lo que vacilantemente entendemos como humanidad. Solo hasta la transformación en Homo habilis, cuando ya hay evidencia del empleo habitual de herramientas, se puede hablar al menos de una cultura, la cultura de la piedra antigua o Paleolítico.

Sin embargo, el concepto de humanidad sigue siendo elusivo; ya que la especie continúa evolucionando anatómicamente, mientras que la industria lítica se desarrolla sin sufrir cambios sustanciales. Hace 1,7 millones se dio la transformación a Homo erectus (alguna vez considerado el primer homínido erecto), de cráneo más redondeado, que se expandió desde África hacia Europa y Asia; y 1,2 millones de años después, hace 500 000 años, se abrió paso el Homo sapiens. Y todavía usaba este las mismas herramientas que sus antecesores y mantenía un estilo de vida similar. No hubo un salto adelante en la evolución cultural, como opinaría el ornitólogo y teórico evolucionista Jared Diamond, cuando planteó este problema en la década de 1990. Apenas hace 40 000 años, durante la última era glacial hacia el final del Paleolítico, el Homo sapiens comienza a desplegar un inusitado sentido de la innovación. La música, el arte y la religión aparecen de repente.

Pinturas rupestres, instrumentos musicales, adornos corporales, ajuares funerarios y una cantidad de herramientas complejas comienzan a hacer parte de la evidencia arqueológica en Europa. Si bien ya no se habla de Homo sapiens para este momento, sino de Cromagnon, las diferencias anatómicas son más bien sutiles y, en todo caso, el primero ya tenía las capacidades físicas (disminución del espesor craneal) para desarrollar tales habilidades, hacía medio millón de años. El “arte paleolítico” fue la cuna de una evolución diferente y mucho más vertiginosa. En los últimos 40 000 años, el hombre pasó de tallar las venus esteatopígicas a construir una sonda espacial, mandarla a Plutón a que tome fotos y enviarlas satelitalmente en forma de datos a la Tierra; esto después de haber estado dos millones y medio de años construyendo las mismas puntas de lanza. Esta revolución del Paleolítico Superior tuvo muchas otras consecuencias. De ahí en adelante cada grupo humano comenzó a distinguirse de otro. Y si no fueron anatómicas, ¿cuáles pudieron ser las razones de este repentino despliegue de creatividad?

En sendas obras maestras de Arthur C. Clarke y de Stanley Kubrick, un misterioso monolito, sembrado por extraterrestres eones atrás, inspira a los primeros homínidos a experimentar con las herramientas. En la película, una especie de aburrido Homínido erecto se entretiene con la carcasa de un tapir. De fondo comienza a sonar Así habló Zaratustra y, conforme el ritmo de la pieza va aumentando, el primate va comprendiendo, emocionado, la utilidad de usar un hueso como herramienta. Mientras se levanta y se empecina en destruir frenéticamente el cráneo del animal con el hueso, aparecen escenas intermitentes que muestran distintas utilidades del hueso como arma y, al final, en el clímax de la pieza de Strauss, lo lanza al aire y, en una elipsis de cuatro millones de años, el hueso pasa a ser una nave espacial camino a la Luna. Así, 2001: Odisea del Espacio resume la historia humana como la historia de los constructores de herramientas (cf. Chimal 1999). En esta versión, la revolución del Paleolítico Superior no parece importante en la definición de la humanidad. Pero esta explicación deja de lado un aspecto fundamental y es la capacidad de ciertos animales de usar objetos como herramientas. Sin contar que incluso algunos investigadores argumentan que los chimpancés bonobos se comunican de forma similar a los bebés humanos (cf. El País), queda la duda de cuáles son entonces las diferencias entre humanos y animales que ayudarían a definir a los primeros.

Cuando se piensa en qué categoría incluir al hombre Neandertal, el primate que compartió, y probablemente disputó, territorio europeo con el Cromagnon hasta hace 40.000 años cuando no tan coincidencialmente se extinguió, algunas de sus características conductuales hacen pensar que se trató de otra especie similar a la humana. Particularmente el hecho de que enterraran a sus muertos sugiere que llegaron a tener algún tipo de creencia en la vida después de la muerte. Eso querría decir, entonces, que el pensamiento religioso es una característica esencial para distinguir lo que entendemos actualmente como humanidad. Y aun así no es tan fácil aseverar hasta qué punto los neandertales llegaron a creer en el más allá debido a que las prácticas funerarias como conducta cultural y religiosa tienen motivos e implicaciones diferentes al entierro de los individuos de una comunidad con propósitos distintos a los simbólicos; y los entierros neandertales carecen de suficiente evidencia material para asumir que se trataba de rituales.

Después de la revolución del Paleolítico Superior la noción del pensamiento religioso sí se hace tangible. Las venus no son una descripción realista del entorno sino que evocan símbolos metafísicos; las representaciones antropozoomorfas hablan de un sistema de creencias que explica las relaciones de los seres humanos con la naturaleza; las figuras votivas hablan de la existencia de rituales propiciatorios para ganar el favor de los entes tutelares, etc. Múltiples hipótesis han aparecido para explicar por qué en ese momento de la prehistoria y por qué así. Pero son más las preguntas que las respuestas. Sin embargo es claro que la cultura material jugó un papel fundamental. Y la pregunta que se desprende de eso es por qué el pensamiento religioso no se puede pensar sin la cultura material. Al respecto vale la pena referirse a la discusión entablada por Steven Mithen y Lambros Malafouris acerca de qué pudo estar pasando por la mente de quien manufacturó la estatuilla mitad hombre - mitad león de Hohenstein-Stadel en Alemania hace 30.000 años.

Continuará… 
 
Referencias:

  • Chimal, Alberto. El amanecer del hombre. Ciencia Ergo Sum, vol. 6, núm. 2, julio,1999  Universidad Autónoma del Estado de México Toluca, México.

  • Diamond, Jared. El tercer chimpancé: origen y futuro del animal humano, 1992, Madrid, Editorial Debate, 2006.