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No lo olvidó después de todo

Ana Sofia Pineda Yáñez

La muerte de Chatterton de Henry Wallis, versión Tate - Dominio público

Ganadora de la III edición del Concurso de Cuento y Ensayo de la Universidad del Rosario.

Me encuentro sentado en el suelo de la sala principal, todo está oscuro y silencioso, lo primero que percibo es humedad en mis manos, por la falta de luz no noto qué es este líquido, entonces instintivamente lo huelo y descubro que es sangre, algo alarmada miro a mi alrededor y veo el cuerpo sin vida de la persona que más él amado, no tengo idea de cómo llegamos a esta situación, ¿fui yo quien cometió tal atrocidad? No, me niego a ni siquiera pensarlo. Un terrible mareo se instala permanentemente en mí mientras intento hallar recuerdos en el torbellino en el que se ha vuelto mi mente, finalmente encuentro algo de claridad y recuerdo.
 
Era una mañana lluviosa, como cualquier otra en esta temporada de otoño, los animales comenzaban a hacer sus refugios y no estaban tan presentes como en las épocas de calor, sin embargo, el dulce silbido de unos pajarillos adquiridos de subirme el ánimo.
 
Eran alrededor de las 8:00 am y me encontré en la cocina de mi casa con una taza de café en las manos mientras que una sigilosa lágrima resbalaba por mi pálida mejilla, alejé mi vista de la ventana para dirigirla hacia la pared azul oscuro que tenía diagonal, en ella se podía ver un gran calendario que tenía marcada en la fecha de hoy “cumpleaños de Martha”. Este letrero solo me concedió el hecho de que era imposible que mi esposo se haya olvidado de mi cumpleaños. No iba a fingir que era la primera vez que sucedía que Luis no amanecía en la casa, ¿PERO EN MI CUMPLEAÑOS? Esto era inaceptable, esperaba ser despertada por su para nada melodiosa voz cantando la canción de esta celebración, pero en vez de eso, solo hallé el perturbador silencio de una casa desolada.
 
Me habían dado el día libre en mi trabajo de regalo así que no tenía muchas cosas por hacer, intenté distraerme, pero los minutos se dijeron en horas y me di cuenta que mi preocupación estaba al límite cuando noté mis manos sangrando, tengo esta horrible costumbre de rasguñarme cuando estoy estresada, y hoy definitivamente lo estaba, fui camino al baño que estaba a unos pocos metros para lavarme las manos cuando escuché el sonido de un motor acercándose a la casa, respiré profundamente intentando hallar calma, lo cual fue imposible debido al nudo en mi garganta y la terrible indigestión que me han provocado los nervios ¿será él? ¿Qué habrá sucedido en la realidad? ¿Qué habrá hecho desaparecer hasta las 4:36 pm? . El motor se detuvo y el leve tintineo de unas llaves entrando en la chapa se hizo presente.
 
- Luis, por Dios, estaba tan preocupada, ¿cómo te encontraste? Me lancé hacia él para darle un abrazo.
 
- Déjame en paz, hoy quiero estar solo - Dijo casi arrastrando las palabras.
 
Ese tono lo conozco perfectamente, estaba ebrio, y el asqueroso olor a tabaco impregnado a su camisa me aseguró que él la estuvo pasando bien, y lo hizo sin tomarme ni un poco en cuenta, lo empujé enojada y subí corriendo a mi habitación, allí comencé a pensar, ¿este hombre enserio valía la pena? Digo, ni siquiera me felicitó al verme. Las lágrimas inundaron mis ojos por segunda vez, pero no la última, en este horrible día, así que hice la primera cosa coherente que pensé en medio del enredo en el que estaba vuelta mi cabeza, miré hacia la parte superior del armario y encontré la maleta más grande que había en la casa, la bajé con algo de dificultad debido a mi altura y comencé a empacar de manera desordenada en ella todas sus pertenencias.
 
¡TOC TOC!  La puerta se abrió lentamente y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.
 
– Oye yo… ¿Qué se supone que estás haciendo?
 
– Algo que debí hacer hace demasiado tiempo – dije mientras mis manos no paraban de guardar sus cosas.
 
– Oh, no te atreverías, eres muy débil para hacer algo como esto, sabes que me necesitas.
 
– Crees conocerme demasiado – estas palabras salieron de mi boca mientras cerraba la maleta con una mirada desafiante y la tiré por el balcón que da hacia la calle.
 
Suspiré, creí que todo había terminado, pero en realidad parecía que acababa de comenzar, me tomó duro del brazo y comenzamos a forcejear. Lo que sucedió desde ese momento hasta ahora no lo recuerdo muy bien, tengo imágenes borrosas que se confunden con los recuerdos de peleas anteriores.
 
Un fuerte y arrepentido dolor de cabeza me devuelve completamente a la realidad, esto parece ser mucho más preocupante para mí ¿qué haría con el cadáver frente a mis ojos? ¿Cómo ocultaría la desaparición de mi esposo? No sé nada sobre encubrir un asesinato, es una situación a la que jamás imaginé llegar.
 

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El campesino, que saca la tumba (el Enterrador), Adrian Jans van Ostade, 1660 - Dominio público

Inesperadamente, veo algo moverse frente a mí y retrocedo instintivamente, es Luis, no está muerto, se está levantando algo adolorido, las alertas de pánico se encienden en todo mi ser, no soy capaz de moverme, de reaccionar o de hacer algo para proteger mi vida, sin embargo, esto no es necesario ya que noto que el hombre se agacha para tomar algo del piso y comenzar a arrastrarlo, ese algo son unos pies, son mis pies, entonces descubro que no fui yo quien ganó esta pelea, que mi vida se había ido así como se van las naranjas hojas de los árboles en esta época y que todas esas sospechas que tuve hace unos segundos no me correspondía resolverlas a mí. Mi alma se queda en mi sala por última vez, sintiendo que finalmente puede descansar.
 
- Feliz cumpleaños cariño – suena una voz desde el jardín trasero, es la voz cansada de Luis tras algunos minutos de intentar abrir un agujero en la tierra.
 
No lo olvidó después de todo.