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Nuevas dinámicas de la literatura: la popularidad como criterio de exclusión

Ismael Iriarte Ramírez

booktube

Las nuevas marginalidades que han dado forma a la literatura y en un sentido más amplio a la industria editorial, han generado un optimismo generalizado frente a la democratización en el acceso a la lectura, la escritura e incluso a la posibilidad de publicar, lo que tradicionalmente ha sido privilegio de pocos.

De esta forma, nuevos actores y nuevas prácticas han reconfigurado el sector, dotándolo de nuevas dinámicas.

En este contexto resulta comprensible que la misión de determinar las tendencias de lectura de los jóvenes y el público en general recaiga ahora en buena medida sobre los hombros de los Booktubers, cuya labor demanda habilidades más emparentadas con la oratoria y el manejo de medios que con la academia y los estudios literarios. Dicho lo anterior sin menoscabo de su capacidad de influencia ni de su aporte a la promoción del hábito lector.

Una transformación similar se advierte en el proceso de creación literaria, una actividad siempre considerada como silenciosa y solitaria, que se ha convertido en un asunto ruidoso y de proporciones comunitarias, lo que se debe a prácticas como a la escritura colaborativa y la búsqueda de financiación a través del crowfunding. Otros factores como la autopublicación, la coedición, la posibilidad de publicar obras inéditas en redes sociales y las aplicaciones de lectura interactiva han mutado la tradición literaria, cambiando algunos de sus componentes esenciales como la forma, la extensión, o la manera de consumirla.

A pesar de este alentador panorama, en la práctica esta masificación se ha hecho efectiva solo en algunos de los eslabones de la industria, entre los que se destaca el acceso al texto literario en sus diferentes formatos y la posibilidad de publicar una obra sin la mediación de las grandes editoriales y agentes. No sucede lo mismo con el camino del éxito, definido este espinoso concepto por la recepción de la crítica y los balances de ventas, y que más allá de la originalidad y el talento, parece estar determinado, aún en nuestros días, por las mismas normas que en el Siglo de Oro.

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El poder determinante de la popularidad en los medios sociales y la venturosa y siempre bien calculada intervención de booktubers e influencers, cada vez se parece más al anhelado y esquivo favor de las cortes con el que fantaseaban los autores del siglo XVI y que para muchos se constituía en la única posibilidad, ya no de trascender, derecho que en la mayoría de los casos la posteridad se encargó de restituir, sino de satisfacer necesidades más prosaicas como la del reconocimiento y la subsistencia, tal y como sucede con un número incalculable de aspirantes a escritores que prodigan su obra en los márgenes.

Por otra parte, la presencia de estas nuevas condiciones no implica en modo alguno la disminución de la relevancia de los grandes grupos editoriales, cuya intervención aún sigue significando la diferencia entre el anonimato y el acceso a la edición de calidad, las cadenas de distribución y el mercadeo, lo que hace virtualmente imposible competir en igualdad de condiciones para editoriales independientes y autores editados de forma no tradicional. Esto podría asimilarse a los mecenazgos y concesiones de privilegios, licencias y aprobaciones que dinamizaban la industria en el periodo antes citado.

Lo anterior no excluye la posibilidad de regularizar las dinámicas que se han desarrollado en los márgenes durante las últimas décadas. Pero sí sugiere la necesidad del paso del tiempo para su asentamiento y evolución, que más allá de pretensiones canónicas, les permitan desplazar o equiparar la importancia de las prácticas tradicionales.