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Moisés y el mar

David Santiago Mena Luengas

Centro-cultural-elena-garro

Resaltan importantes nombres: Carlos Fuentes, Rulfo, la Potiawnoska, etc. Uno de esos nombres es el de Elena Garro. La obra de Elena Garro, así busque ser ensombrecida por su relación de amor y odio con Paz, se sostiene por sí sola. En el presente texto, analizaré uno de sus cuentos más célebres, La culpa es de los tlaxcaltecas. Me interesa el uso que Garro hace del tiempo en este cuento. En primer lugar, es necesario aislar los diferentes tiempos que confluyen, que participan, en la narración de Garro. Luego, y finalmente, quiero concentrarme en uno de esos tiempos en particular y ver qué puentes se pueden tender a partir de él.

  1. El cuento de los tiempos que se bifurcan

Son muchas las partes que deben ensamblarse para conseguir un buen cuento: tema, personajes, espacio en el que se desarrolla el argumento, etc. Sin embargo, puede ser que el tiempo juegue un papel casi principal. Cada hecho, todo lo que acaece, ocurre en un momento determinado. El espacio puede desvanecerse; el espacio, incluso, tiende a desvanecerse, a depender del tiempo. En una de sus clases, Cortázar refería:
Alguna vez he comparado el cuento con la noción de la esfera, la forma geométrica más perfecta en el sentido de que está totalmente cerrada en sí misma y cada uno de los infinitos puntos de su superficie son equidistantes del invisible punto central. Esa maravilla de perfección que es la esfera como figura geométrica es una imagen que me viene también cuando pienso en un cuento que me parece perfectamente logrado (Cortázar, 2013, pág. 30).

Si bien la esfera es una figura geométrica que remitiría a la importancia del espacio, está también henchida de tiempo[1]. Pero, tal vez, más importante que la esfera y que podría tomarse como una imagen más adecuada para representar gráficamente a un cuento, es la espiral: esfera con capas, esfera con pliegues, resorte. La espiral no deja de ser una esfera, un circuito cerrado, como lo quería Julio. No obstante, es un circuito cerrado más avanzado, un circuito cerrado con niveles, con bordes que pueden estirarse hasta el pasado más remoto, como al porvenir más distante, sin dejar de ser una sola y única esfera. Un cuento que no se está leyendo es un resorte recogido sobre sí mismo, un anillo dorado y frío. Apenas nos adentramos en su lectura, empieza el movimiento, el vértigo, los desplazamientos, la fuerza centrífuga.

El cuento de Garro es, sin duda, una espiral. Hay, por lo menos, tres resortes, tres vueltas completas que se pierden, que se recuperan. La primera rama que se desprende, el primer tiempo que sale disparado, es el de la cocina. Quizás, en esa cocina, se encuentre el centro invisible de la espiral: Nachita y Laura, sentadas en la mesa, ven sucederse ante ellas el desafuero de las imágenes-recuerdos, imágenes-sensaciones. Llamar presente a este círculo de la espiral es una ingenuidad: no hay presente, el presente es un tornado donde todo confluye. El segundo círculo de la esfera, ya sea inferior o superior al que acabo de mencionar, es el que “antecede” al círculo de la cocina. En el segundo círculo fluctúan los eventos “anteriores” al encuentro entre Laura y Nachita, a su retorno a casa: el primer encuentro con el indio en el puente vacío; el segundo encuentro con el indio en el café del centro; las visitas del médico; las lecturas desaforadas de Laura sobre la conquista de México; etc. Pongo entre comillas “antecede” y “anteriores” porque, como bien señaló Heidegger, el lenguaje tiene el poder de develar, de hacer que hechos, lugares o personas, se hagan presentes. En el cuasi monólogo de Laura (narradora principal) y las tímidas respuestas de Nachita (tal vez, por qué no, ese narrador en tercera persona), todo es presente, pero presente desdoblado, presente donde todo viene, se devela, aparece, se esfuma, retorna. El último círculo, aro de fuego, es el que deslumbra en cada encuentro entre Laura y su primo-marido. Detengámonos más juiciosamente en este último.

  1. La escisión

Retomemos los niveles de la espiral del cuento de Garro. El tercero, como apenas mencioné en el apartado anterior, es el que se despliega en cada encuentro entre Laura y su primo-marido-indio. Cada vez que Laura y el indio se encuentran, lo que ocurre es el desvanecimiento del verdadero presente: México, Ciudad de México en el siglo XX, años 50 o 60 del siglo XX en México. Ese desvanecimiento coincide con el retorno de otro desvanecimiento: el del verdadero México, el que se llamaba Tenochtitlan, a manos de los conquistadores. Este cuento de Elena Garro, con una potencia lírica excepcional, no deja de ser una reivindicación política. Hay un reclamo, una denuncia del olvido o la opresión a la que fueron sometidos los indígenas en la Conquista española. No dista mucho, si uno se fija con atención, de lo que será, tres años después[2], el final de Cien años de soledad: Macondo, a medida que el último Aureliano descifra los manuscritos de Melquíades, se va desapareciendo, derruida por el viento. “Las piedras y los gritos volvieron a zumbar alrededor nuestro…” (Garro, 1964); “Las filas de hombres caían una después de la otra, en cadena como si estuvieran cogidos de la mano y el mismo golpe los derribara a todos” (Ibíd.).[3] Y Gabo, por su parte: “Macondo era ya un pavoroso remolino de polvo y escombros centrifugados por la cólera del huracán bíblico…” (García Márquez, 2007, pág. 470).

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Elena Garro - De CITRU Documentación - Trabajo propio, CC BY-SA 4.0

La estrategia de Garro es excepcional y maravillosa: cada vez que aparece el indio, hay una reminiscencia en carne viva, un palpitar de la memoria histórica. Sin embargo, siento que se puede ir más allá del aspecto político, reivindicativo de una identidad nacional. Examinemos lo siguiente. El yo es, usualmente, y sobretodo en la tradición occidental, considerado como la unidad fundamental a través de la cual es posible estar en el mundo. En otras palabras, la mejor manera de estar y ser en el mundo, es a través de un yo. El yo es la unidad sin ventanas, el puro punto de referencia; el yo es el único sustento del mundo, del universo: si yo existo, todo lo demás puede existir (Descartes); el yo lo que delimita las fronteras, a través de la identificación, de un adentro (Mismo) que produce un afuera (Otro) (Lévinas); el yo es, también, y sobretodo, aquello que busca conservarse a toda costa, el conatus (Spinoza). El yo es, entonces, la pura identidad, la pura estructura, el edificio diáfano donde todo tiene un orden preciso: el tiempo (pasado, presente, futuro), el espacio (aquí, allá), los objetos (míos, ajenos), etc. Es el gran legislador. En la literatura, el yo tiende a desvanecerse. Si bien Nussbaum se acerca a la literatura únicamente con fines político-éticos, sí acierta en observar que la literatura es una herramienta que permite empatizar, acceder a diferentes puntos de vista, a deshacerse, un poco, del yo. Lo mismo que con Garro, esa visión político-ética se queda corta. En realidad, toda gran literatura, es una profunda y aguerrida desarticulación del yo. Es decir que, no se trata, únicamente, de que, por unos segundos, por unas horas, el yo se disipe, se haga neblina, y luego, tras cerrar el libro, todo vuelva establecerse, a estratificarse. Una intensa y temblorosa literatura es un acontecimiento, es el lugar de los acontecimientos. Era a eso a lo que se refería Cortázar:
Y ese hombre que en un determinado momento elige un tema y hace con él un cuento será un gran cuentista si su elección contiene -a veces sin que él lo sepa conscientemente- esa fabulosa apertura de lo pequeño hacia lo grande, de lo individual y circunscrito a la esencia misma de la condición humana. Todo cuento perdurable es como la semilla donde está durmiendo el árbol gigantesco. Ese árbol crecerá en nosotros, dará su sombra en nuestra memoria (Cortázar, 1970).

Frente al Cronos del yo, Deleuze, y lo que él entiende por acontecimiento, opone el Aion: un tiempo indeterminado, un presente que no existe, o solo coexiste como abierto al pasado infinito y al futuro infinito: el mar abierto por Moisés. “Me parecía que su voz salía del fondo de los tiempos” (Garro, 1964); “El sol estaba plateado, el pensamiento se me hizo un polvo brillante y ya no hubo presente, pasado, ni futuro” (Ibíd.). Junto con este tiempo desarticulado, desenfrenado, viene la desarticulación total del yo. Precisamente, el pensamiento, alabado por los filósofos y defendido como la única cosa que nos separa de los animales, se hace polvo. Más aún: “Pero yo, Nachita, no sabía de cuál infancia, de cuál padre, ni de cuál madre quería saber” (Ibíd.). Señalaban Deleuze y Guattari (Deleuze & Guattari, 2002) que somos un viento, una hora de la tarde, un flujo de intensidades y fuerzas, de ahí que huracanes y tornados llevasen nombres propios. Laura deja de ser ella cuando se encuentra con su primo-marido; todos, siempre que ésta llega a la casa, la desconocen. Este desajuste del tiempo, este desengranaje de las cronologías, este tornado, realmente se desata, realmente existe. Son, tan solo, dos mujeres la que pueden verlo y sentirlo: Laura y Nachita: “Nacha se aproximó a su patrona para estrechar la intimidad súbita que se había establecido entre ellas” (Garro, 1964). Sin embargo, este tornado se detiene. Al menos, tenemos el privilegio de verlo desde su ojo, desde el centro de esa espiral trepidante. Desde ahí, nos es posible estar tranquilos, saber que estas cosas pasan, que podemos volver, ahora sí, al presente: “Nacha miró con sus ojos viejísimos, para ver si todo estaba en orden” (Ibíd.). Y sí, efectivamente, la espiral del cuento se había cerrado.


Bibliografía
Cortázar, J. (1970). Algunos aspectos del cuento. Revista Casa de las Américas, (60).
Cortázar, J. (2013). Clases de literatura. Berkeley 1980. Alfaguara.
Deleuze, G., & Guattari, F. (2002). Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Pre-textos.
García Márquez, G. (2007). Cien años de soledad. Grupo Editorial Norma.
Garro, E. (1964). La semana de colores. Editorial Veracruzana.

 


[1] El “ciclo de la vida”, los giros de la tierra que hacen llegar el día y la noche. El tiempo, si no está representado como línea recta y progresiva, está representado como esfera.

[2] En 1964 se publica este cuento; en 1967, la novela de Gabo. Gabo, seguramente, leyó este cuento.

[3] No pude encontrar una buena edición donde estén consignadas fielmente las páginas. No sé a qué página corresponde en el libro verdadero.