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Paramo de Sumapaz

El agua es el oro de nuestro país

Por:Juan Manuel Sarasua

Foto:Alberto Sierra, Milagro Castro, Ximena Serrano, Juan Ramírez

Los seres humanos afectamos todas las características del ciclo hidrológico de manera directa, a través de la agricultura, la deforestación, la urbanización, la regulación de cuencas hídricas como embalses y represas, o indirectamente por causa del cambio climático.

Los seres humanos afectamos todas las características del ciclo hidrológico de manera directa, a través de la agricultura, la deforestación, la urbanización, la regulación de cuencas hídricas como embalses y represas, o indirectamente por causa del cambio climático. A estudiar esto se dedica Fernando Jaramillo, profesor de hidrología y recursos hídricos del Bolin Centre for Climate Research de la Universidad de Estocolmo. “Intento encontrar la ‘huella humana’ en las características hidrológicas de todos los recursos. Es decir, ver si los cambios en variables como la evaporación del agua en las cuencas o en la escorrentía en los ríos, por poner unos ejemplos, se pueden atribuir a los seres humanos o no”, indica.

Para cuantificar el consumo humano total de agua (water footprint en inglés), Jaramillo y otros investigadores estudiaron las 100 cuencas hidrológicas más grandes del planeta, con el fin de estimar el consumo de agua humano sobre la base de los cambios hidroclimáticos que han tenido lugar en esas cuencas desde inicios del siglo XX. “En términos generales, lo que los humanos hacemos es aumentar la evaporación del agua, pues la mayoría de nuestras actividades comprenden sacar agua, muchas veces de un lugar subterráneo, para, por ejemplo, irrigar un cultivo o moverla de un lugar a otro, como pasa en una represa”, continúa.

En dicho estudio de 2015, los investigadores tuvieron en cuenta las tasas de evapotranspiración debida a la irrigación y a los embalses o represas, un dato que estaba por fuera de las estimaciones que se habían realizado anteriormente. Encontraron que la huella hídrica mundial actual de la humanidad es de 11.000 km3/año, aproximadamente, un 18 por ciento más de lo que se mostraba en la primera mitad del siglo XX.

Esta es toda el agua que los humanos ‘evaporamos’ con nuestras actividades en el mundo entero. Para hacer una comparación, es como si al año consumiéramos unas cinco veces el volumen completo de la Ciénaga Grande de Santa Marta (que es de 2.232 km3).

Recordemos que, con unas temperaturas más altas, como la que estamos viviendo en los últimos años a causa del cambio climático, la evaporación será mayor. Gracias a ello veremos ya una consecuencia clara del cambio climático: viviremos estaciones cuyos extremos climáticos serán cada vez más frecuentes. Estamos viendo temperaturas muy altas en zonas y en épocas en las que no es habitual tenerlas. En algunos casos no sabemos muy bien cómo va a responder el planeta ante esto. Un ejemplo de este aumento de temperaturas es perceptible en los páramos, uno de nuestros más preciados ecosistemas. En una investigación publicada en 2020 por Jaramillo, junto con Matilda Cresso, Nicola Clerici y Adriana Sánchez, todos del Rosario, los científicos observaron la precipitación y las temperaturas mínimas y máximas del Parque Nacional Chingaza en el periodo entre 1960 y 1990 e hicieron simulaciones para los años 2041-2060.

Los resultados mostraron que el aumento de las temperaturas medias mensuales y los cambios en las precipitaciones harán que un alto porcentaje del Páramo de Chingaza no tenga las características de este tipo de ecosistema: en la época seca, entre un 39 y un 52 por ciento del área no será adecuada para estos ecosistemas, y entre un 13 y un 34 por ciento en la de lluvias. “No sabemos muy bien en qué se convertirán, pero sí sabemos que con el ritmo de acumulación de GEI que tenemos, esto va a pasar”, aclara Jaramillo.

Las consecuencias de que el P.N. Chingaza no funcione más como páramo serán profundas: habrá una parte de la biodiversidad que podrá ‘desplazarse’, pero mucha desaparecerá al no poder adaptarse a las nuevas condiciones. Los suelos de los páramos ricos en carbono se secarán y en vez de ser un sumidero de dióxido de carbono (CO2, un subproducto de la unión del carbono consumido con el oxígeno del aire, un tipo de GEI que bloquea el calor y no lo deja escapar fuera de la atmósfera) se convertirán en fuentes emisoras. El ecosistema perderá su capacidad de almacenar agua y afectará directamente al sistema Chingaza-Weiner, uno de los tres que nutren de agua a más de 10 millones de personas en Bogotá y a 11 municipios aledaños.

Es decir, si usted vive en la Sabana de Bogotá, el cambio climático afectará directamente un elemento básico de su vida diaria, un elemento clave para la supervivencia. Y quizás esté vivo para cuando eso suceda.
 

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Estudios indican que las consecuencias de que el Parque Nacional Natural Chingaza no funcione más como páramo serán profundas: habrá una parte de la biodiversidad que podrá 'desplazarse', pero mucha desaparecerá al no poder adaptarse a las nuevas condiciones.