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Atrapados en el tiempo, perdidos en el espacio Segunda Parte: Claustrofobia cronológica

Camilo Vargas Betancourt

La Máquina del Tiempo - Dominio público

Otra verdad aterradora es que la humanidad está atrapada en su propia época. Tendemos a creer que, por ser humanos, por ser conscientes de nosotros mismos y de la existencia de las cosas, entonces somos absolutos para el mundo.

Que somos su principio y su final. Pero el mundo ya existía mucho antes de nosotros, y seguirá existiendo mucho después. Desconocer la magnitud de ese hecho es una causa de nuestro ego-antropocentrismo, de sentirnos exageradamente únicos y falsamente elegidos. Para la escala temporal de la existencia física del Universo y de la Tierra los seres humanos somos insignificantes.

La ciencia ficción nos ha creado igualmente la ilusión del ex abrupto físico del viaje en el tiempo. Darnos cuenta de la fracción de tiempo que somos como humanidad nos ha llevado a soñar con explorar de primera mano todo lo que pudo pasar en el enorme pasado que se extiende tras nosotros. O más aún, nos ha ilusionado con superar el desespero de estar atrapados en este presente y conocer lo que nos deparará el futuro.

Desde la Máquina del Tiempo de H.G. Wells y El Fin de la Eternidad de Isaac Asimov en la literatura, hasta Volver al Futuro, Terminator o 12 Monos en la cinematografía, nos hemos tratado de escurrir fuera de este presente para jugar con él. Aunque la idea de trasladarnos en el tiempo, sobre todo hacia el pasado, pareciera ser un completo imposible físico, podemos (y debemos) recorrer nuestras evoluciones y revoluciones pretéritas, para tratar de entender un poco la trayectoria que somos a lo largo de la historia y dar esos viajes en el tiempo por medio del uso del privilegio de nuestra consciencia.

Las escalas de la vida en el tiempo y sus evoluciones
No hablemos del Universo, que tiene más o menos 13.772.000.000 años (según lo que calcula la astrofísica que ha pasado desde el Big Bang). Eso, por cierto, se lee trece mil setecientos setenta y dos millones de años.[1] Hablemos de nuestro mundo, la Tierra, que tiene unos 4.540.000.000 años (cuatro mil quinientos cuarenta millones de años), desde que alguna explosión estelar en el ya viejo Universo le dio origen a nuestro sistema solar. En esta vieja Tierra, los seres humanos (los homo sapiens) hemos existido durante los últimos 200.000 años más o menos. Es decir que la historia de los seres humanos ocupa el 0,004% de la de la Tierra.
Casi toda la historia de la Tierra ha sido la de la vida. La paleontología calcula que la vida debió surgir “poco” después del origen de la Tierra, cuando las cosas se estabilizaran un poco, dejaran de llover asteroides y de explotar volcanes, hubiera una atmósfera y agua líquida (lo que fue el eón hádico, la primera etapa de nuestra historia). Esto es, hace unos 4.000.000.000 años. En esos cuatro mil millones de años de evolución biológica han pasado cosas interesantísimas.

Tan solo el hecho de que reacciones químicas espontáneas dieran paso a moléculas complejas capaces de “programarse” para replicarse (lo que viene siendo el ADN) es un fenómeno maravilloso que damos por hecho muy rápidamente. Que esas moléculas programadas se convirtieran en virus y en células cada vez más complejas es algo que se tomó la mitad del tiempo que ha pasado para este planeta; tiempo en el cual la vida era microscópica (el eón arcaico de nuestra historia). Que las células fueran capaces de unirse unas a otras y juntar sus programaciones es otro milagro que tomó más de mil millones de años (el eón proterozoico) hasta que la vida multicelular se complejizó alcanzando las formas de animales, plantas y hongos, algo que apenas ha sucedido en los últimos 600.000.000 años más o menos (el 13% de la historia de la Tierra). La vida se tomó su tiempo para desarrollar sus piezas fundamentales.

Vale anotar que esos seiscientos millones de años de vida compleja es mucho más rica, compleja e interesante que el lugar común de pensar que todo fueron dinosaurios. Estos fueron una de muchas otras formas de vida que ha habido y que ha desaparecido en este lapso. 600 millones, decíamos, dentro de los cuales el género homo surgió hace más o menos dos millones y medio de años. Género homo, para traducir el concepto taxonómico, quiere decir la vertiente evolutiva que se diferenció de otros grandes primates como los chimpancés, los gorilas y los orangutanes. Nuestra vida independiente en la cadena evolutiva es a su vez una pequeña porción (el 0,4%) del tiempo que ha existido la vida compleja.

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Back to the future - Dominio público

Otras “especies humanas” (otras especies del género homo) como el homo habilis comenzaron a migrar desde África hacia Europa y Asia desde hace casi 2.000.000 años, (dos millones de años). Los humanos como nosotros, los homo sapiens, surgieron en África hace unos 200.000 años y llevaron a cabo una intensa migración por todo el planeta hace unos 50.000 años. También hace más o menos cincuenta mil años acabamos de tomar consciencia de nosotros mismos, cuando se calcula que se consolidó la habilidad del lenguaje humano, con todas sus demás implicaciones sociales y culturales.

Más allá del debate paleo-antropológico de si esto sucedió paulatinamente o de repente, el hecho es que esta revolución del lenguaje coincidió con la expansión humana a escala planetaria, así como la imposición de los humanos modernos sobre las otras especies humanas que habían poblado el planeta desde muchísimos años atrás. Con su lenguaje y su consciencia, los homo sapiens se impusieron y acabaron (por asimilación o eliminación, o las dos) con sus demás parientes conforme los fueron encontrando por el mundo.

La evolución de una capacidad como el lenguaje es ciertamente excepcional y es un hito histórico en cuatro mil millones de años de vida. Esta capacidad nos ha llevado a conquistar el mundo e incluso nos hace pensar en que podemos acabar con él. Los seres humanos llevamos muy poco tiempo en este mundo y a pesar de ello vivimos obsesionados con la idea del “fin del mundo”, para la que siempre hemos tenido relatos míticos, desde las viejas tradiciones religiosas, pasando por la literatura, hasta, nuevamente, la prolífica cinematografía apocalíptica. Pero no nos acabaremos (por mucho nos diezmaremos, como decenas de películas sobre zombies y pandemias sugieren todo el tiempo), y seguiremos evolucionando y revolucionando nuestro entorno inevitablemente.

Felipe Fernández Armesto llama civilización a esta tendencia humana de apropiarnos del entorno (cualquiera que sea) y transformarlo imponiendo nuestros lineamientos culturales. A pesar de 50.000 años de revolución lingüística y de poblar al planeta entero, la mayor parte de este tiempo hemos sido pequeñas tribus y clanes de cazadores de animales y recolectores de comida sin impactar demasiado el entorno; esto es, sin hacer “civilización”. Solo hasta hace 12.000 años empezamos a transitar hacia una vida sedentaria que adaptara el entorno a nosotros.

Hizo falta un cambio en el clima planetario (el fin de la última glaciación), para revolucionar nuestra forma de vida y civilizar la Tierra hasta el punto de que hoy hemos alterado la apariencia y la composición de buena parte de la superficie y la atmósfera del Planeta. El instante histórico que somos ya sembró las bases de quién sabe qué otros cambios dramáticos para la química y la biología futura de la Tierra. Ya somos, seguramente, un evento geológico calamitoso en la larga historia del planeta. Pero detengamos la larga escala del paso del tiempo de la Tierra y observemos estos 12.000 años de civilización humana para seguir entendiendo nuestra relación con el tiempo.

La escala de la “Historia” y sus revoluciones
La “consciencia histórica” de los seres humanos suele moldearse a una escala mucho menor que estos doce milenios de civilización. Pocos tienen presente la revolución agrícola que inició hace unos 12.000 años, con el fin de la última glaciación y el surgimiento simultáneo de técnicas y prácticas agrícolas entre comunidades humanas de distintas partes del mundo.

La “Historia”, como la denominamos formalmente, surge hace unos 7.000 años con el origen de la escritura y la primera posibilidad revolucionaria de tener un registro de los hechos en este código de nuestra consciencia que es el lenguaje. Casi la mitad del tiempo de la civilización humana quedó en la “pre-historia”, como se llama arrogantemente a todo lo que pasó antes de poder tener un relato hecho por nosotros mismos, en lugar de tener que deducir la historia a través de hallazgos arqueológicos y análisis químicos y biológicos.

Más o menos la revolución de la escritura coincide con la revolución de los metales, el desarrollo técnico que permitió a los seres humanos hacer herramientas de metal (inicialmente de cobre) luego de millones de años en que los homínidos nos habíamos dedicado a hacer herramientas de piedra, hueso y madera. Otra revolución fue haber desarrollado el bronce hace unos 5.000 años. Y hace un poco más de 3.000 años, otra nueva revolución técnica generalizó el uso del hierro.

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Poster de Terminator - Foto de Wikipedia

Es apenas en esta última época que se plasmaron en textos, posteriormente reproducidos y divulgados a gran escala, las ideas que le dan forma a gran parte de nuestro pensamiento actual. A mediados del segundo milenio antes de Cristo se produjo la literatura védica, que sustenta la religión Hindú. Durante el primer milenio antes de Cristo se consolidaron los reinos israelitas en Palestina y se empezó a llevar un relato y un registro histórico en los libros que luego compondrían la Biblia. A mediados de ese milenio anterior a Cristo se desarrollaron los textos avésticos en Persia (sustento del Zoroastrismo) y la filosofía clásica en China y Grecia (Sócrates nació escasos nueve años después de la muerte de Confucio). Toda una revolución religiosa y filosófica global.

Todo eso había pasado cuando la historia llegó, ahí sí, a nuestros mayores referentes actuales del inicio de la historia: la vida de Jesucristo y la consolidación del Imperio Romano, que suceden de forma más o menos simultánea hace unos 2.000 años y definen nuestro calendario actual.

A esta escala, parece ridículo llamar “antiguo” a lo que sucedía apenas hace un par de milenios, y en cambio parece razonable denominar “moderno” a lo que ha venido pasado en los escasos últimos cinco siglos de aceleradas revoluciones técnicas, así como “contemporáneo” al último par de siglos, tan llenos de seres humanos y de cosas por registrar.

Luego de millones de años de caminar el mundo, hemos revolucionado la forma de conducir nuestro impulso exploratorio y migratorio. La navegación revolucionó la forma de recorrerlo, y a las malas o a las buenas, la forma de relacionarnos unos con otros. Entre el primer milenio antes y el primer milenio después de Cristo, los polinésicos se dedicaron a navegar la gran mayoría de las islas del Pacífico. Hace apenas mil años los navegantes europeos (los Vikingos) llegaron a América y hace apenas 500, otros europeos comenzaron a migrar intensivamente junto con los africanos, al tiempo que las naves chinas tocaban las costas de África. Apenas en el siglo XIX se generalizó el uso de trenes y ferrocarriles, y en el XX el de aviones, carros y bicicletas.

Tras decenas de milenios de tradición oral, de repente pasamos rápidamente de plasmar en textos nuestras complejas historias y pensamientos filosóficos y religiosos hace un par de milenios, a reproducir la escritura mecánicamente hace 500 años, a plasmarla digitalmente apenas hace medio siglo, en los primeros computadores diseñados con teclados para escribir (y no solo hacer cálculos matemáticos). Apenas a finales de la década 2000 BlackBerry generalizó los teléfonos con teclados integrados hasta que en la última década gran parte de la humanidad ha adquirido su propio productor de textos y se dedica a escribir (fruslerías, en general, pero escritura al fin y al cabo) de la noche a la mañana. La revolución del lenguaje y la escritura es otro salto en el tiempo.

Vivimos parados al borde de cambios revolucionarios, en general sin darnos cuenta, y por ello lo que podamos hacer con la Tierra o con el universo a nuestro alcance en las profundas escalas del tiempo excede nuestra capacidad de imaginarlo, aún en los sueños más desquiciados de la ciencia natural y ficticia.

Atrapados en el presente
Grandes cambios como el inicio o el fin de una era glacial, una extinción masiva, el re-diseño de la geografía desde las montañas hasta continentes enteros, la evolución biológica de las especies, han tomado tanto tiempo, que como seres humanos estamos prácticamente detenidos en el tiempo. Incluso, ha sido una revolución de los últimos dos siglos el saber la magnitud de la escala de nuestro tiempo, algo que no acabamos de entender y apropiar.

Relatos míticos como el de la creación bíblica, y más aún la terca insistencia en darle un carácter natural o pseudo científico del llamado “creacionismo”, es un ejemplo de nuestro antropocentrismo, más aún, egocentrismo cronológico. Creemos que el tiempo que ha pasado es el que nos ha pasado a nosotros, el que recordamos o creemos recordar. Claro, es más fácil imaginar que el mundo tiene siete mil años y aferrarse a ello, que intentar concebir lo que ha pasado en las edades inimaginables del Universo y de la Tierra.

El hecho trágico de poder ser conscientes (recientemente conscientes), y de poder deducir y entender que ha pasado tanto tiempo y que tanto está por pasar, pero que estamos atrapados inevitablemente en este presente, es lo que causa claustrofobia cronológica. Un deseo desesperado de salir de aquí y ver todo lo que ha pasado. Tantas películas mostrando cataclismos planetarios; tantos mitos milenaristas y mesiánicos prometiendo cambios y el fin del mundo y el inicio de otro nuevo, son un reflejo de nuestro afán y desespero por que el tiempo pase más rápido y nos haga partícipes de los profundos cambios de la historia.

Si evolutivamente hemos llegado hasta aquí, es increíble pensar lo que será de la humanidad, que ha plagado el mundo y comienza a explorar el Universo, en los próximos 2.000, 10.000 o 100.000 años. A falta de un medio físico que nos lleve hasta allí, tendrá que ser la imaginación (montada sobre la paleontología, la geología e incluso la astronomía, si queremos viajar al pasado, o sobre la ciencia ficción si lo queremos hacia el futuro) la que nos siga transportando fuera del insoportable presente.

 

 
[1] Los estadounidenses dirán, imprecisamente, trece billones; pero para el resto del mundo son trece mil millones. La anotación es importante porque esa confusión, que causa la forma distinta de numerar de los estadounidenses, hace que no se entienda con claridad cuánto tiempo tiene el mundo o el universo.