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Disfrutar las riquezas de los millonarios sin tenerlas. Adam Smith y la interpasividad

Tomás Molina

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En su Teoría de los sentimientos morales, Adam Smith explica que los seres humanos tendemos a simpatizar con la felicidad y las desgracias de los ricos y poderosos.

Por simpatía, Smith entiende una capacidad de imaginar cómo nos sentiríamos en las circunstancias de otros. Nosotros imaginamos que las vidas de los ricos y poderosos son perfectas y felices. La vida ideal que soñamos para nosotros mismos se parece, por lo mismo, a la que creemos que tienen ellos. Esto no quiere decir que, de hecho, los ricos y poderosos vivan sin problema alguno, pero sí que proyectamos en ellos una versión idealizada de lo que nos gustaría ser.

La simpatía que sentimos por su condición hace que suframos como propias sus penas y desgracias. Al simpatizar más fácilmente con la riqueza que con la pobreza, tendemos a sentir los males de los ricos como propios y los de los pobres como ajenos. Los sufrimientos que experimenta un rey interesan a la opinión pública muchísimo más que los que acaecen sobre centenares de ciudadanos comunes y corrientes. Al respecto dice Smith que “toda la sangre inocente derramada en las guerras civiles provocó menos indignación que la muerte de Carlos I”. ¿Quién podría dudar que la muerte de Lady Di despertó más pesar e indignación que la de cualquier ciudadano?

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A pesar de que la explicación de Smith es bastante buena, creo que hay algo que no fue capaz de ver porque no tenía un concepto que se lo permitiese. Me refiero a la interpasividad. Creo que las personas comunes no solo simpatizan con los ricos porque se imaginan en sus circunstancias, sino que también gozan interpasivamente con las riquezas de los otros. ¿Pero qué es la interpasividad? Es un concepto acuñado por Robert Pfaller y usado sobre todo por los miembros de la escuela psicoanalítica eslovena (Mladen Dolar, Slavoj Zizek, etc.). Lo que describe es un fenómeno muy extendido en la cultura: los seres humanos podemos delegar nuestras emociones. El ejemplo clásico de Zizek es el de las risas enlatadas. Al ver una comedia estadounidense, la televisión se ríe por nosotros. No tenemos que reír porque otro ya lo ha hecho en nuestro lugar. El ejemplo clásico de Lacan es el del coro en la tragedia griega. Al ver una tragedia, el público no tiene que sufrir por lo que les sucede a los personajes, puesto que el coro sufre ya por él. En la interpasividad somos sujetos pasivos porque otro siente, goza y piensa por nosotros.

Mi apuesta es que podemos delegar inconscientemente el disfrute de las riquezas en el otro. De hecho, es un fenómeno que está enfrente de nuestras narices. Entre usted a Youtube. Se encontrará con toda clase de unboxing videos con millones de visitas. Hay gente que abre un canal de Youtube y muestra lo que se siente destapar un producto nuevo. ¿No tiene usted dinero para comprarlo? No se preocupe, otro lo puede estrenar por usted. Lo mismo sucede con los videojuegos. ¿No tiene usted dinero para comprar el que le interesa? ¿No tiene tiempo para jugarlo? Hay millones de vídeos que puede ver donde otro juega por usted. De hecho, están entre los más vistos del mundo, sobre todo en la población menor de 25 años. 

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Si los vídeos sobre las casas de los ricos y famosos son tan populares no se debe solo a que simpaticemos con más facilidad con la riqueza que con la pobreza sino a que por medio de esos vídeos delegamos el goce de las riquezas a otro. Al final no hemos jugado al videojuego y no somos los propietarios de la casa que admiramos, pero se nos ha quitado la carga de hacerlo. Incluso el deber del consumo ha sido trasladado al otro. Algo parecido cuenta Zizek al respecto de las ruedas de plegaria tibetanas:
“Se escribe una plegaria en un papel, se introduce el papel enrollado en una rueda y se da vuelta automáticamente a ésta, sin pensar (...). De esta manera, es la rueda la que reza por mí (...) o más exactamente, soy yo quien reza a través del medio de la rueda (de modo que) piense lo que piense, objetivamente, estoy orando”.

No solo la rueda ha rezado por el monje, sino que le ha quitado el deber de hacerlo, así como las risas enlatadas nos quitan el deber de reírnos y el ver un vídeo donde alguien juega un videojuego costoso nos quita el deber de comprarlo. A la simpatía, a nuestro imaginar las vidas de los ricos y los poderosos, entonces, también debemos añadir un goce por medio del Otro. De hecho, esto explica mejor uno de los ejemplos que pone Smith. El pensador escocés nos dice que Macedonia fue conquistada por Roma y su rey llevado a dicha ciudad. Los amigos y ministros del rey depuesto prorrumpían en sollozos cuando dirigían su mirada a su antiguo gobernante. Esto se debe a que suponían que el rey mismo ya no iba a gozar de la felicidad perfecta que creían que gozaba antes y su simpatía les hacía sentir su dolor como propio.

Pero mi apuesta es que tampoco podrían gozar interpasivamente con el poder del rey. Al verlo con poder, al presenciar su majestad, aquellos amigos y ministros podían gozar de ese poder y esa majestad sin realmente tenerlos. Esto también explica por qué hay personas que se alegran tanto de los nombramientos en su partido político, a pesar de que no derivan ninguna ventaja material de ello: están gozando por medio de quienes fueron nombrados. El goce de ejercer el poder lo están delegando en otro.