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El inesperado retorno de Irán a la agenda global

Mauricio Jaramillo Jassir

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El asesinato del general de división Qasem Soleimani despertó la irá no solo de un conjunto representativo de la sociedad iraní, sino de otros países que observan con extrema inquietud hasta qué punto existe voluntad política en Washington para dar de baja a líderes que se consideren contrarios o como una amenaza a sus intereses.

 

No obstante, el curso de los hechos tomó un rumbo inesperado, no solo por la respuesta sorpresiva de Irán y tal vez su revés en política exterior más importante desde el triunfo de la Revolución, sino por el efecto que todo puede tener en la política de Estados Unidos en Oriente Medio. Sorpresivamente, la súbita crisis tendría incidencia en la reactivación de las negociaciones para revivir el acuerdo nuclear pactado en 2013 en Ginebra y que con Donald Trump se pensaba en un punto muerto. 
 
Lo primero que se debe analizar es el efecto sobre la influencia de Estados Unidos en Oriente Medio. Donald Trump, en tanto que candidato republicano en las pasadas elecciones, se mostró como un duro critico de las intervenciones de su país en la zona, a las que consideraba como costosas y con muy pocos réditos geopolíticos.

Con su llegada se esperaba que Washington se aislara un poco de los temas de esta convulsionada región, pero el presidente ha hecho muestra de una política muy activa a favor de Israel y de forma enérgica ha convertido a Irán en el centro de su discurso en la zona. Algunos de sus defensores dirán que se trata de un involucramiento selectivo, mucho más racional que la caótica guerra lanzada por George W. Bush y que dejó secuelas nefastas no solo en todo el Oriente Medio y Asia Central, sino en la imagen de EEUU en el mundo.
 
Con la decisión de atacar a Soleimani, Trump puso en duda la influencia de Estados Unidos en Irak y comprometió seriamente su rol en el futuro de uno de los Estados más relevantes para la estabilidad de lo que alguna vez Bush, en medio de la estrategia de lucha contra el terrorismo bautizó el “Gran Medio Oriente”, para expandir la noción a zonas del Asia Central y del Subcontinente Indio. Ambos con una incidencia notable en la dinámica geopolítica de dicho territorio.

Con esta decisión es indispensable separar lo que probablemente gana Washington respecto de Irán, de lo que pierde con relación a Irak. Si bien la prueba de fuerza al dar de baja al Soleimani despierta solidaridad en algunos aliados en Medio Oriente, especialmente por parte de Israel, en el largo plazo solo ahonda el caos entre los iraquíes y contradice la postura que había mantenido Trump de no intervenir innecesariamente en otras latitudes donde no estuviera comprobadamente en juego la seguridad de Estados Unidos.

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En la otra orilla, se puede decir que el revés para Irán es incuestionable, lo cual se puede inferir al menos por dos razones. En primer lugar, porque la muerte del general desnuda la enorme vulnerabilidad del establecimiento iraní incluso de las máximos encargados de la seguridad y de la defensa. Desde que triunfó el proceso liderado por el Ayatola Jomeini a finales de los 70, Irán se acostumbró en vivir en estado de perpetua amenaza y hondeando la bandera de la conspiración exterior para justificar una vigilancia permanente en la población.  La muerte de Soleimaini demuestra hasta qué punto varios de esos esfuerzos conseguidos durante años y alimentados por la retórica de la Guardia Revolucionaria Islámica han resultado cuando menos insuficientes.
 
En segundo lugar, el derribo del Boeing 737 de la Ukraine International Airlines que provocó la muerte de 176 civiles no solo le resta legitimidad, sino que le ha generado un problema interno por las protestas subsiguientes. En resumidas cuentas, como si no fuera poco la gestión de la crisis regional en Irak, ahora Teherán deberá enfrentar una difícil situación interna, esta vez por el dolor de las familias de la víctimas del avión comercial que despierta justificadamente la solidaridad de millones de iraníes comprometidos o no políticamente. El régimen deberá apurarse por administrar justicia y mostrar severidad, de lo contrario, la situación interna pueden salirse de control.
 
Con semejantes niveles de incertidumbre la cuestión que emerge consiste en saber qué podría ocurrir con el proceso de diálogo para encauzar el programa nuclear iraní hacia un uso civil. Aunque parezca contradictorio, las condiciones están dadas para que se retome el diálogo aunque puedan surgir nuevas condiciones e imposiciones para Irán.  Estados Unidos ha debilitado su posición pues no solamente existen dudas sobre los informes que apuntaban a Soleimani como una amenaza para Estados Unidos en el exterior, sino que dentro del propio Departamento de Estado, existe un marcado escepticismo sobre la certeza que tenía el presidente respecto de las pruebas para ordenar el ataque.

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Si a esto se suma el hecho de no haber consultado al Congreso, queda claro que la decisión no deja bien parado a Trump que de nuevo, entra en una pelea interna innecesaria que sigue desgastando su liderazgo. De igual forma, Irán también queda diezmado por las razones esgrimidas y deberá buscar urgentemente un marco de discusión internacional para retomar las negociaciones en aras del levantamiento de sanciones que ahogan su economía. El castigo impuesto por Washington que busca impedir la exportación de petróleo iraní que representa el 65% del presupuesto de gobierno, ha ocasionado pérdidas por unos 10 mil millones de dólares al no poder ubicar en el mercado unos 1,5 millones de barriles diarios.
 
A este complejo escenario se suma la presión de otras potencias como China y Rusia y otros países europeos que hacen presión por hallar una salida definitiva al dossier nuclear iraní y evitar mayores confrontaciones en territorio iraquí, que parece haberse vuelto escenario de una Guerra Fría entre Irán y Estados Unidos y sus aliados regionales. Moscú y Beijing se mostraron muy críticos del ataque contra Soleimani  y advirtieron sobre las posibilidades reales de una confrontación en la zona, una posibilidad que junto a los europeos pretenden evitar a toda costa. Trascurrido algún tiempo luego de declaraciones provocadoras entre lideres de Estados Unidos e Irán, puede haber un marco inmejorable para la retoma de las negociaciones con miras a solucionar uno de los asuntos más complejos y espinosos del Oriente Medio en las ultimas décadas. 
 
Los gobiernos de Teherán y Washington comparten la necesidad de mostrar un avance en el tema, que seguramente tendría un impacto en su favorabilidad y legitimidad internacional. Se trata aunque parezca paradójico de enemigos que se necesitan mutuamente.