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La sorprendente pero comprensible victoria de AMLO en México

Mauricio Jaramillo

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No parece haber peor momento para la izquierda en América Latina. La crisis en Venezuela que arrastra ya dos años, y no parece tener salida en el corto plazo, terminó por deslegitimar regionalmente a una ideología que resurgió a finales de los 90, cuando se le daba por desparecida, tras la extinción de la Unión Soviética. 

Cuando Hugo Chávez sorprendió a la región ganando las elecciones, y proponiendo todo un proyecto de integración regional distinto, se pensaba en un resurgimiento de la izquierda a escala regional, y más aún cuando en un momento determinado en la correlación de fuerzas en América del Sur, ésta fue ampliamente mayoritaria.
 
De eso queda muy poco. La muerte de Chávez no dejó un vacío de poder en Venezuela como muchos vaticinaban sino que por el contrario, hizo que el sistema mutara hacia un autoritarismo y luego a una dictadura, donde han desparecido todos los matices democráticos, incluso los más formales e incluso alguien diría, superficiales. En Nicaragua, el gobierno de Daniel Ortega parece incapaz de canalizar la indignación que empezó con una reforma al sistema de seguridad social, pero que se ha venido ampliando, al compás de muertes absurdas provocadas en medio de históricas manifestaciones que recuerdan la Revolución Sandinista. Esta vez en contra de uno de los padres de dicho proceso. Y en Ecuador, donde parecía haber un proyecto progresista de largo aliento, el proceso refundacional que en diez años empujó, Rafael Correa, ha perdido buena parte de su legitimidad por cuenta de las revelaciones por una supuesta red de corrupción en el seno de la llamada Revolución Ciudadana. Las mismas comprometen incluso al ex vicepresidente Jorge Glas, a la que se suma la orden de captura escandalosa e insólita en contra del propio Correa por secuestro.
 
En medio de semejante panorama, ¿cómo entender que Andrés Manuel López Obrador (AMLO), candidato progresista, haya ganado las elecciones en México?  El resultado de esta elección sorprende pues por primera vez en las últimas décadas, un presidente gana con mayoría absoluta (el resto de presidentes habían accedido con mayoría simples por debajo del 50%). AMLO fue capaz de vencer a los dos partidos más poderosos de la política mexicana. Se trata del histórico Partido Institucional Revolucionario (PRI) y del Partido de Acción Nacional (PAN) que impotentes no superior cómo detener la victoria de la coalición de partidos que decidió apoyar a AMLO: “Juntos haremos historia” de la que hacen parte el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA),el Partido del trabajo (PT) y el Partido Encuentro Social (PES).

 Pero la victoria de AMLO tiene otro matiz aún más contundente y que le otorgará mayor margen de gobernabilidad. Se trata de mayoría en ambas cámaras del aparato legislativo. Aunque esto no suponga una administración sin límites y apoyos absolutos, representa un apoyo esencial para llevar a términos algunas de las reformas emblemáticas, especialmente en cuanto a la reducción de la pobreza y de la concentración de la riqueza.
 
AMLO ganó las elecciones por el entorno regional, y por las condiciones internas de la política mexicana. En términos regionales, la victoria de Donald Trump ha revitalizado de golpe, el nacionalismo mexicano por cuenta de los insultos, las estigmatizaciones y agresiones a los migrantes de esa nación. Otro factor que agrava las cosas, es la amenaza constante del presidente estadounidense, de retirarse o no respetar los acuerdos en el marco del tratado de Libre Comercio para América del Norte (TLCAN). Estos dos elementos, el migratorio y el comercial, despertaron entre los mexicanos la necesidad de tener un presidente que pudiera hacer contrapeso y negociar entre iguales con su par del norte. La postura sumisa y ambivalente de Enrique Peña-Nieto del PRI frente a Trump, desencantó y prendió las alarmas sobre la necesidad de defender con mayor énfasis los intereses mexicanos. 
 
El ambiente interno condicionado por la inseguridad y la corrupción también incidió en la victoria de AMLO. La forma como el narcotráfico se ha expandido y ha causado graves estragos y en algunos casos con la complicidad de las autoridades, terminó con la poca aceptación que tenían los partidos del establecimiento, PRI y PAN.
 
Las acusaciones que ambos partidos difundieron contra AMLO de que convertiría a México en una segunda Venezuela finalmente no calaron, como sí pareció ocurrir en 2006, cuando por un margen muy corto perdió las elecciones con Felipe Calderón del PAN.  En ese entonces, AMLO denunció un fraude y se negó a reconocer la victoria de su rival.  Esta vez, optó por no caer en provocaciones y sabiéndose como el gran favorito durante todo el trayecto electoral, se dedicó a emitir mensajes de tranquilidad a inversionistas extranjeros y a actores clave del aparato productivo mexicano. Aseguró, por ejemplo que se abstendría de nacionalizar el sector petróleo, y que tampoco haría expropiaciones a gran escala, como se llegó  especular.  Eso sí, aclaró que tomaría distancia frente a la OEA y concretamente frente la aplicación de la Carta Interamericana Democrática para sancionar a Venezuela. AMLO lo aclaró siempre: “no se puede ser candil en la calle cuando hay oscuridad en casa”. Esto refleja una postura de condena a la superioridad moral de algunos países para sancionar a otros por autoritarismo, cuando internamente recurren a prácticas que denigran la democracia.
 
Los seis años de gobierno de AMLO son una interesante prueba para la política mexicana, pues se trata de un mandatario diferente que se sale de las lógicas hegemónicas de los dos partidos más poderosos en la última era mexicana. Pero definitivamente, lo más paradójico y desafiante de la llegada de la izquierda al poder, es que ocurre en el peor momento de esa ideología en el continente en muchos años. México será, como desde hace varios años, una excepción a la regla latinoamericana.