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Posesión, uso y control de libros: un recorrido por las anotaciones manuscritas de Nueva España

Idalia García

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El uso de los libros y la relación que los lectores tienen con tan particulares objetos es diversa como los seres humanos. No obstante, existen formas de marcar la posesión, el uso y el control de los libros que son prácticas culturales características de toda una sociedad que podemos identificar, analizar, describir y, a veces, relacionar con una persona específica. Ciertamente algunas de esas prácticas siguen en uso mientras que otras son trazos perdidos en la historia. Trazos que son las huellas de hombres y de las mujeres que vivieron en una época determinada y nos transmiten un cierto mensaje, a veces, críptico o profundo y, otras, mundano, simpático o incluso desconcertante. No obstante, esas anotaciones representan todo un mundo desconocido y frente a otras evidencias de procedencia existentes en los fondos antiguos mexicanos. En efecto, el testimonio protagónico del devenir histórico de los libros en México ha sido y es la marca de fuego. Este marcaje tan particular y abundante entre los libros antiguos conservados en México ha sido el más visto y especialmente el más mostrado desde que el pintor catalán Rafael Sala publicó un libro dedicado a estas marcas en 1925 y que dedicó a “todos los bibliófilos catalanes”.[1]

 

[1] Rafael Sala, Marcas de fuego de las antiguas bibliotecas mexicanas. México: Secretaría de Relaciones Exteriores, 1925.

Dicha monografía hoy forma parte de un esfuerzo singular del mexicano Genaro Estrada, quien fomentó y organizó la publicación de las “Monografías Bibliográficas Mexicanas” desde la Secretaría de Relaciones Exteriores. Un espacio editorial, con 31 piezas, que tuvo a bien destacar diferentes asuntos librescos. Es posible que esta sea la primera vez que las marcas fueron denominadas o bautizadas así, pero este no fue ni es el único catálogo publicado sobre este marcaje ni tampoco el único acercamiento que se ha hecho desde la divulgación o la investigación académica.[1] Después de Sala, incluso las marcas de fuego fueron ponderadas por Juan José Tablada, un poeta modernista mexicano, como “una marcada característica mexicana” acompañando su texto con algunas imágenes.[2] Sin embargo, pese a la importancia que tienen todos esos instrumentos y disertaciones, útiles para la identificación y estudios de dichas marcas, el Catálogo Colectivo de Marcas de Fuego no ha negociado o favorecido la digitalización de todos estos materiales para que todos los interesados en el estudio de esta parte del pasado colonial puedan acceder a dichos materiales.

Las razones por las cuales la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), el espacio institucional que acoge este proyecto, están fuera de nuestro control pero no promueve un esfuerzo de conocimiento que amplifique el debate sobre un elemento cultural como éste. Un diálogo que requiere necesariamente acceso en equidad a los recursos de información y a las herramientas de trabajo, puesto que dicha universidad en tanto institución pública es una entidad que debe esforzarse en defender el bien común de las sociedades y el beneficio de la cultura con el mayor impacto social posible. Tanto más después de que la pandemia mostró que las opciones digitales para trabajar no sólo deberían diversificarse sino especialmente aumentarse desde el trabajo de las instituciones públicas. Así, sin desconocer la importancia que este catálogo ha tenido para la identificación de numerosas marcas de fuego, es un esfuerzo que no se ha enfocado en la compilación de los libros marcados que se conservan. Es decir no ha servido para determinar cuántos libros existen con una sola marca.

En suma contar con la relación de libros que se han identificado de cada marca cuando menos de los conservados en todas y cada una de las instituciones participantes. De esta manera, se estaría contribuyendo a realizar un inventario de los libros marcados con fuego que, en el caso de las instituciones coloniales, en determinado momento podría relacionarse con alguna de la memorias, catálogos, inventarios, índices o catálogos que hemos identificado desde Osorio nos proporcionó la primera relación hasta la fecha de testimonios de bibliotecas novohispanas.[3] Lo cierto es que el protagonismo que se ha dado a tal testimonio ha deslucido la importancia de otros igualmente interesantes y, en cierta manera, no se ha propiciado interés en compilar y analizar otros testimonios de procedencia o “pertenencia” como son denominados en el catálogo poblano. En suma, las marcas de fuego son importantes para conocer la historicidad de aquellos libros que las ostentan y habitan en nuestros fondos antiguos. Empero no son las únicas que ayudan a comprender el origen de las colecciones mexicanas, pese al elevado numero de marcas  de fuego que siguen sin identificarse.

En este tenor, las recientes noticias sobre el uso de este tipo de marcaje en otros países de Latinoamérica, más allá de la noticia de su escasa presencia en Europa, debería motivar a realizar un taller entre todos los interesados de la región para determinar hasta donde se encuentran las fronteras de nuestro conocimiento disciplinar. En dicha tarea sería más que relevante e útil contar con los catálogos digitalizados a los que nos hemos referido y con los que se cuenta desde hace más de una década. Lo sé de cierto, porque a petición de la propia Biblioteca Lafragua participé personalmente hace años en la elaboración de esas digitalizaciones al organizar algunas de las reuniones nacionales de dicho catálogo colectivo. Lamentablemente los responsables de este instrumento han decidido eliminar todo rastro algunas participaciones en ese proyecto por razones que desconozco y que no puedo justificar.[4] El pasado es el pasado de forma inevitable. Actos como estos siempre me han parecido deshonestos y más en los medios académicos, en los cuales muchos proyectos y productos que benefician a la sociedad dependen de la colaboración y el intercambio. Ojalá en el futuro podamos ofrecer a las nuevas generaciones una academia más respetuosa del trabajo ajeno y que esto no sea siempre una hoguera de vanidades en donde se privilegia a ciertas personas y no a los equipos de trabajo.

 La cuestión es que desde la publicación de Sala ya se habían mostrado cuestiones importantes sobre estas marcas. Primero, la riqueza, diversidad e importancia de este tipo de testimonio. Segundo, porque fue la primera vez que se reprodujeron esas marcas mediante dibujos elaborados por el autor. Tercero, porque se distinguió la importancia que las anotaciones manuscritas tenían para identificar algunas instituciones coloniales que habían tenido bibliotecas como conventos, colegios, seminarios y otros. Al respecto, en los trabajos previos para consolidar la base de la metodología que justifica el catálogo, empezamos a tomar fotografías digitales de estas marcas junto al bibliotecario Fermín Campos. Esas fotografías fueron la base de las que hoy se muestran en el catálogo. No obstante, en aquella época consideramos que esas fotografías debían mostrar al paralelo el entorno donde esa marcar fue puesta. Es decir, los cantos de los libros para que se pudiese apreciar de forma más directa el entorno de la marca y, por tanto dimensionar los tamaños. Ciertamente, la metodología empleada en el catálogo informa el tamaño de las marcas pero no dice nada sobre el tamaño de los libros que las ostentan. Es decir, no se conoce bien ese entorno al que nos referimos. Lo que queremos destacar aquí es que tal trabajo permitió rescatar otro tipo de testimonios gráficos e históricos que caracterizan a la rica colección bibliográfica de la Biblioteca José María Lafragua de la BUAP, entre ellas las anotaciones manuscritas que encontramos acompañando a estos libros.

En efecto, en conjunto tales testimonios de procedencia pueden evidenciar la presencia de un libro en un periodo histórico determinado. La marca de fuego sólo puede indicarnos que ese libro pudo pertenecer a una institución o persona que podamos identificar. Por esa razón, y siguiendo el pensamiento de nuestro colega Alberto Montaner, propusimos separar las marcas en dos grupos muy puntuales: epigráficas y figurativas. Las primeras debían denostar un nombre o toponimia que indicase el lugar a donde esos libros pertenecieron. Por ejemplo la marca de fuego del Colegio dominico de Porta Coeli (BJML-4015), Santa Clara de México (BEFK-5004), o el Colegio de San Juan (BEFK-9005.01.01). Las segundas estaban asociadas al conjunto de elementos gráficos que las caracterizan como el corazón atravesado por flechas de los agustinos, el cordón y las llagas del estigma de los franciscanos o el monte Carmelo de los Carmelitas. Estas últimas necesariamente requerían un elemento adicional para su correcta identificación que bien podía ser la anotación manuscrita de propiedad. Es decir, aquella que indica claramente esa relación. Por ejemplo, “Del Collegio de la Compañía de Jesus de Pazcuaro” que ayuda a relacionar la marca que ha sido asociada a tal entidad (BEFK-6003). Todas estas claves de identificación se corresponden al catalogo colectivo citado y en el cual pueden consultarse.

Desde ese momento con tal cantidad de evidencias podíamos delinear dos cosas que nos parece importante recuperar. Una es que este tipo de anotación junto con otras prácticas culturales similares, podrían funcionar como un concepto de “libros anotados” para denominar a los libros que poseen estas anotaciones y, partir de ahí, enfocarnos en distinguir una tipología de éstas que permitan agrupar y estudiar tal tipo de testimonio. En numerosas ocasiones he mencionado y, por tanto repetido, que cuando estas notas declaran la posesión o pertenencia del objeto libresco deben ser consideradas como anotaciones de propiedad. Por el contrario, al menos en México, desde la catalogación de los libros antiguos se mantienen la tendencia de denominar a dichas anotaciones como “ex libris manuscrito” con sus notables excepciones. Con esta denominación se suele catalogar la presencia de las notas que indican la propiedad de un objeto custodiado en una biblioteca, empero la naturaleza de los ex libris es completamente diferente. Por tanto, separar su naturaleza entre “estampa” y “manuscrito” no coadyuva a resaltar las anotaciones como una práctica cultural que presenta diferentes momentos y características que debemos comprender para poder explicar.

Veamos un  ejemplo interesante. En Nueva España no hubo una practica del uso de los ex libris entre las instituciones y las personas para ostentar la propiedad de los objetos bibliográficos. De tal manera que sólo se han identificado dos ex libris en el periodo novohispano: uno del Convento Grande de San Francisco de México y el otro de una biblioteca privada donada a la Catedral de México, la conocida como Biblioteca Turriana.[5] De forma tal que otras instituciones y particulares interesados en evidenciar esa propiedad usaron primordialmente la nota manuscrita. Por ello, fue una práctica cultural que presentó diferentes manifestaciones que respondieron a intereses o finalidades concretas. No obstante, a su vez, esas anotaciones presentan características similares que debemos comprender. Es decir, cada una de estas anotaciones denominadas como “ex libris manuscritos” correspondería a un grupo específico que responde a una practica cultural específica que podemos identificar por esas características comunes. 

En este tenor, durante la toma de fotografías de las marcas de fuego en la Biblioteca Lafragua, que comenzamos en el año 2000, permitió acercarnos a diferentes anotaciones tan diversas que se sumaban a todas aquellas que estábamos compilando del periodo colonial que mostraban los diferentes usos y significados de los libros para los novohispanos entre 1539 y 1861. Aquellos días fueron intensos no porque estuviésemos obligados a presentar un número específicos de fotografías o, de testimonios. La intensidad estuvo determinada por la emoción de los descubrimientos históricos de cosas que ni siquiera podíamos imaginar. Tanto Fermín Campos como quien suscribe estas líneas, habíamos visto marcas de fuego, anotaciones, ex libris y otras cosas maravillosas de aquellas que habitan en las bibliotecas históricas de México. Cada uno en sus intereses. Fermín más enfocado a las colecciones de Puebla y sus alrededores, pero  en lo personal y afortunadamente con las complicaciones de la investigación universitaria tuve la oportunidad de conocer más opciones en otros fondos antiguos.

Tenemos que recordar que aquél momento la Biblioteca Lafragua no era el modelo de institución que es hoy, para eso se hizo mucho trabajo de colaboración e intercambio que no debe olvidarse y por eso aprovecho estas líneas para contar la historia de un momento privilegiado del que fui testigo. El primero fue trabajar por convencer a las autoridades de ese momento que había que modificar la idea de catálogo que se tenía ya que en aquél momento prácticamente era un desastre localizar un libro que tuviese algún interés para cualquier investigación o proyecto de investigación. Algún día espero que algunos de los muchachos que estudian historia en la BUAP se interese por estudiar esa historia de la biblioteca antes de los dos diplomados que organizamos, en el 2001 y el 2005, en colaboración con esta universidad poblana, la UNAM, las universidades españolas de Granada, Zaragoza y la Carlos III de Madrid gracias al apoyo irrestricto de colegas como Luis Villén, Alberto Montaner y Diego Navarro. Lo digo porque algunas decisiones institucionales eran absolutamente terroríficas y también fueron objeto del trabajo fotográfico. Fue en ese momento que comprendí que la fotografía igualmente era herramienta testimonial inmejorable.

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Estos diplomados se realizaron gracias al enorme interés que Manuel de Santiago, director de la biblioteca Lafragua en ese momento, puso para que la Biblioteca Lafragua participara de ese movimiento de renovación que significaba convertirse de biblioteca pública a una biblioteca de investigación. Hay que reconocer que la fortaleza y decisión de ese hombre fueron admirables y eso sentó las bases para un proyecto gracias al cual actualmente esa biblioteca objeto de sus desvelos es una institución modélica en México. Tres cosas hay que recordar que parecen no ser importantes y en las cuales las anotaciones manuscritas resultaban cruciales. Una era determinar y defender con certeza la condición legal de la biblioteca, su colección y primordialmente el edificio que las acoge. La segunda fue reconocer que esas bibliotecas custodian bienes patrimoniales de valor cultural incalculable que podrían ser únicos e irrepetibles y, la tercera, es que todo lo anterior no se podía sustentar en una formación especializada para los bibliotecarios de estas colecciones. Sólo estos profesionales, quienes trabajan directamente con los objetos bibliográficos, podían determinar con seguridad cuáles son los libros conservados y además cuáles de éstos poseen elementos históricos que deberían ser distinguidos. Ojalá dejemos de olvidar esta situación porque siempre deberíamos invitar a bibliotecarios interesados para formar parte de todo proyecto que tenga por objeto cualquier testimonio pretérito de la cultura escrita ¿por qué eran cruciales esas anotaciones? Pues básicamente porque permitían mostrar la diversidad y la riqueza de los objetos conservados y, con ello, apuntalar la importancia de la valoración patrimonial.

No obstante, este trabajo solamente será útil y permanente al verse reflejado en un catálogo institucional, que esté realizado en acuerdo a normativas internacionales y en colaboración con un sistema de bibliotecas ya consolidado. Esta fue la prioridad y la base para diseñar el programa académico de los diplomados. Hoy sabemos que el camino no estaba equivocado, pues el catálogo de la Biblioteca Lafragua está en perfecta sintonía con los catálogos de bibliotecas similares en otros países. Todo el esfuerzo formativo puede apreciarse ahí pero no se cumplió parte del objetivo fundamental de la formación, pues esos catalogadores tanto los poblanos como los de otras ciudades del país que fueron formados en esos diplomados no se convirtieron a su vez en formadores de otros bibliotecarios para defender un trabajo especializado.         Ese trabajo de formación y concienciación entre los bibliotecarios responsables de la catalogación, sobre el valor de las anotaciones manuscritas permitió su inclusión en los datos del catálogo de la Biblioteca Lafragua. Una herramienta institucional donde justamente se denomina como “anotación manuscrita”, con su abreviatura correspondiente en singular “An. ms.” o en plural “Ans. mss.”,[6] justo al grupo de testimonios históricos que estamos distinguiendo.

Para quienes participamos en esta aventura a favor de los fondos antiguos mexicanos, no resulta extraño porque en principio nos esforzamos para que los alumnos de los diplomados mencionados comprendieran la diferencia que hacíamos como grupo de trabajo, sobre las anotaciones y de los ex libris. Así, otra institución que también participó en estas formaciones  y que efectivamente diferenció las anotaciones fue la Biblioteca Armando Olivares en Guanajuato. En efecto, otra pretensión era conseguir un grupo de trabajo colectivo e interinstitucional que transitara en determinado momento a la consolidación de un catálogo de procedencias en nuestros fondos antiguos. En este asunto particular fracasamos y hay que decirlo, porque ese grupo formado no se convirtió en agentes sociales de cambio ni tampoco consolidamos el valor de todos y cada uno de los testimonio de procedencia.

La idea básica de separar, reconocer o caracterizar los valores patrimoniales entre aquellos textuales derivados de procesos de producción y, por tanto compartidos con otros ejemplares de la misma edición y aquellos históricos que cada uno de los objetos acumula desde que entra en la vida social y hasta su custodia contemporánea. Así, tendríamos elementos para diferenciar entre una anotación simple como esta: “Del uso de Ana Manuela de San Estevan”,[7] que bien puede ser de propiedad como de uso, porque esta es una temática sobre la que todavía no hemos terminado de analizar la problemática sobre la propiedad en las comunidades de frailes y monjas. Es decir, tenemos que establecer la diferencia que existió entre aquello que se establecía en reglas, estatutos y constituciones frente al derecho canónico sobre la propiedad privada, la institucional y el usufructo de esta última.[8] Otro caso semejante de estas anotaciones es el siguiente: “Del Aposento del Padre Preposito de la Casa Profesa de Mexico”.[9]

Sin embargo, no sería el caso de aquellas anotaciones que informan sobre dónde o cómo se adquirió un libro o el precio del mismo, que bien puede ir acompañado de un nombre que a veces no puede ser relacionado con esa anotación: “Los 4 tomos costaron ocho pesos”.[10] Pero también podríamos mencionar todas esas anotaciones que dan cuenta de los procesos de expurgo o aquellos que reflejan pensamientos o valoraciones personales. Así, la anotación “Por commision y mandato de el Sancto Officio corregi este libro, conforme al nuevo expurgatorio de el año de 1612 en 21 de agosto de 1618 años. Fr. Alonso de Salazar”, abre otras posibilidades.[11] Aprender a diferenciar o distinguir cada objeto entre aquellos similares, permite reflejar dicha caracterización en los catálogos. Tal pretensión no era ni es ociosa o peregrina, pues permite diferenciar entre los objetos conservados en cada repositorio, pero especialmente congregar a los dispersos para que podamos contar a futuro con el mayor número de evidencias posibles para cualquier tipo de estudio sobre la cultura escrita durante el periodo colonial.

 

[1] Una relación de los catálogos más importantes y la explicación de estas marcas en Idalia García, “Libros marcados con fuego”, Emblemata. Revista Aragonesa de Emblemática, vol. 13 (2007), pp. 271-299, http://ifc.dpz.es/recursos/publicaciones/27/25/7.Garcia.pdf [Agosto de 2022]

[2] Juan José Tablada, “Fire Marks and Ex Libris”, Mexican Art & Life, n. 7, July 1939, trad. Rodolfo Mata, http://www.tablada.unam.mx/archivo/tinta/notas/exlibris.html

[3] Ignacio Osorio Romero, Historia de las bibliotecas novohispanas. México: SEP. Dirección General de Bibliotecas, 1986.

[4] Autores del catálogo, http://www.marcasdefuego.buap.mx:8180/xmLibris/projects/firebrand/acerca_de.html [Agosto 2022]

[5] Isaac Becerra Ramírez, Historia documentada de la Biblioteca Turriana: orígenes y decadencia. Tesis de Maestría en Bibliotecología y Estudios de Información. UNAM, 2016.

[6] Un ejemplo puede verse en el registro de los ejemplares de la obra de Filipe Dias (O.F.M.), Quadruplicium concionum, Salmanticæ: Excudebat Ioannes Ferdinandus, 1583-1584. Biblioteca José María Lafragua 7975-31050402 o 5909-31080202.

[7] Luis de la Puente, Meditaciones espirituales del venerable padre Luis de la Puente, de la Compañía de Jesus… Barcelona: Imprenta de María Angela Martí Viuda, 1757. Biblioteca Armando Olivares de la Universidad de Guanajuato BX 2186 P8 1757 (11372)

[8] Le agradezco a Pedro Rueda de la Universidad de Barcelona, quien ha tenido la gentileza de apuntar la diferencia al respecto.

[9] Cristóbal Gómez, (S. I.), Elogia Societatis Jesu, sive, Propugnaculum: pontificum, conciliorum, cardinalium, antistitum… Antuerpiae: apud Jacobum Meursium, 1677. Biblioteca Eusebio Francisco Kino 00024.

[10] Jean Richard, Elogios históricos de los santos, con los misterios de nuestro Señor Jesu Christo, y festividades de la santísima Vírgen, para todo el año… En Valencia: en la oficina de Joseph y Tomas de Orga, 1780. Biblioteca Eusebio Francisco Kino 21362.

[11] Agustín, Santo, Obispo de Hipona, Quintus tomus Operum D. Aur. Augustini Hipponensis episcopi... Basileae: [s.n.]; 1542. Biblioteca Armando Olivares CO 513