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Discurso, pronunciado por la doctora Cristina Pardo Schlesinger al ser exaltada como Profesora Emérita del Claustro, con ocasión del Día del Profesor

Cristina Pardo

portada

Señor rector de la Universidad, doctor José Manuel Restrepo Abondano, demás miembros de la mesa directiva, señores colegiales, señores profesores, señores estudiantes, señoras y señores:
 

 

Ante todo, debo agradecer al señor rector y al decano de la Facultad de Jurisprudencia, la deferencia que han tenido conmigo al otorgarme el reconocimiento como profesora emérita este Colegio Mayor, así como la confianza que han depositado en mí al haberme concedido el uso de la palabra para dirigirme a todos ustedes con motivo de esta ceremonia. Mi agradecimiento es aún mayor, en cuanto no me siento merecedora de tan grandes honores, pues por circunstancias ajenas a mi voluntad, desde hace algunos años no ejerzo la docencia, por comprometer la familia y el servicio público la totalidad de mi tiempo y de mis energías. Espero, sin embargo, retribuir al Rosario toda su generosidad. 
 
Estamos reunidos en esta aula magna, reservada para los momentos culminantes de la vida del Rosario. Y ciertamente, éste es uno de ellos. La fecha en que se celebra el día del profesor. Es un rito consuetudinario que ocurre cada año y que nunca debe dejar de celebrarse, con toda la pompa y las circunstancias que suelen acompañar los momentos importantes en la Universidad. Porque está bien que nos detengamos un momento para reflexionar en lo que hacemos, por qué lo hacemos y para qué lo llevamos a cabo.  Ser maestro es una de las más grandes y nobles actividades sociales, pero es a la vez una exigente responsabilidad.
 
Concretamente, la docencia universitaria se practica frente a jóvenes que recientemente han adquirido su mayoría de edad, han dejado el colegio y estrenan su libertad. Es el momento en que se cuestionan qué hacer de sí mismos, para qué formarse y cómo hacerlo. Quiénes quieren ser, para qué quieren estudiar, hacia dónde deben dirigir su vida, qué papel quieren desempeñar en su propia familia, en su comunidad, en la sociedad.
 
Ayudarlos a responder por sí mismos estas preguntas es la primera y principal labor de un maestro universitario. Ciertamente, también a los profesores universitarios compete lograr que los alumnos adquieran los conocimientos y las competencias que los harán profesionales. Y que estos conocimientos sean los pertinentes para desempeñarse en el mundo laboral, y que sean profundos y suficientes para asumir seriamente las responsabilidades propias de cada profesión. Les corresponde pues a los maestros ayudar a sus alumnos a construir un conocimiento de calidad, para que la sociedad pueda confiar en los profesionales que la universidad pone a su disposición.
 
Pero antes que esto, y con ello quiero decir, primero en el orden de prioridades, a los maestros corresponde acompañar a sus alumnos a responder las preguntas fundamentales que todo ser humano debe hacerse, y que antes mencionaba: quién quiero ser, para qué he de trabajar, cuáles serán mis prioridades vitales, cómo me relacionaré con la comunidad, con la sociedad y con el país al que pertenezco.
 
Lograr que cada joven construya una respuesta ética a estas cuestiones es una actividad que supera con creces la de educar en una profesión. No basta con transmitir conocimientos o con lograr que el alumno los construya, con promover que adquiera competencias, saberes o experticias, que domine todos los componentes del currículo, o del sylabus de cada asignatura, que en las evaluaciones de estado obtenga magníficos puntajes. Todo esto es importante, pero no es lo fundamental.  Lo fundamental es la formación, lo fundamental es que cada alumno se dé forma a sí mismo como persona. Se construya como ser humano, se edifique en la libertad, se abra así mismo a un libre asenso ético del espíritu humano. Esta es la verdadera pedagogía, lo demás es instrucción.
 
La formación de la persona tiene un espectro más amplio que la mera educación. Es un proceso que se predica de la persona en su conjunto y no de un aspecto de ella misma.
 
La posibilidad de lograr la formación de las personas, la construcción libre y ética de los sujetos, es el gran reto y a la vez la gran oportunidad del maestro.
 
¿Cómo lograrlo? ¿Cómo motivar la apertura de los sujetos al ascenso libre de de los espíritus? ¿A la construcción de una personalidad guiada por valores y principios personalmente descubiertos y adoptados, que den forma al actuar de cada uno, que den sentido al esfuerzo, al estudio, al trabajo y a la vida en familia, en comunidad y en sociedad? He aquí el verdadero reto de maestros y de alumnos.
 
Diversas respuestas pueden darse a estos interrogantes. La post modernidad se orienta por modelos dialógicos de educación, en donde tanto el aprendizaje como la verdadera formación se consiguen a través de la apertura a  un diálogo, en el que el maestro no hace uso de una relación de poder, no se limita a hablar ex cátedra, a dictar clase, sino que profesores y alumnos exponen ideas y argumentos con pretensiones de validez, dentro de una comunidad de aprendizaje al interior de la cual el estudio y la investigación aportan al debate, pero también la interacción con los otros y con la realidad misma permiten abrirse al crecimiento personal y social. 
 
Este modelo de construcción colectiva de escenarios de formación personal es fundamental en el contexto de las sociedades pluralistas y multiculturales, en las que se tiende a abrir espacio a las opiniones de todos, como forma de construir comunidad. Es también un modelo que les permite crecer no solo a los alumnos sino también a los maestros. Pues estos, al dar forma a su propio espíritu, al definir sus valores y al expresar todo esto en su actuar y en su opinar, no solo siguen construyéndose a sí mismos, sino que vienen a ser una suerte de currículo oculto viviente, que así logra ayudar a sus alumnos a edificar su propia subjetividad.
 
Quiero hacer énfasis en este modelo de relación maestro alumno que se debe edificar a partir del diálogo y la interacción. Nunca el maestro debe sucumbir a la tentación de hacer de este encuentro una relación de poder, de dominación del superior sobre el inferior. Esta actitud, que tristemente es más frecuente de lo que quisiéramos, imposibilita por completo el crecimiento del sujeto, impide la verdadera formación. Darse forma a uno mismo, crecer libremente en valores, solo se logra en un clima de respeto y valoración de cada persona.
 
Es importante en este punto destacar la importancia que tiene en la formación de los espíritus el estudio de las humanidades. La filósofa norteamericana Martha Nussbaum ha denunciado la crisis que atraviesan las humanidades en modelos pedagógicos que priorizan la educación científica y económica. Denuncia cómo las humanidades son necesarias en las democracias contemporáneas, para la formación de ciudadanos reflexivos, críticos y verdaderamente libres.  Ciertamente, las ciencias humanas o del espíritu, podrían considerarse como el pilar del concepto de formación. Lastimosamente, la racionalidad técnica propia de los siglos XX y XXI ha apartado el concepto de formación de su tradición y se ha enfocado más en la instrucción, la capacitación y el aprendizaje.

Creo que en este estado del arte, los verdaderos maestros deben ofrecer resistencia frente a la  hegemonía de la racionalidad técnico-científica que busca reducir la formación a la instrucción y la capacitación para la vida laboral y mercantil.

¿De qué nos servirá aprender a construir grandes capitales económicos si no sabemos para qué los queremos? ¿Cómo y para qué utilizaremos la tecnología? Las nuevas plataformas digitales, ¿cómo deben ser usadas, qué tipo de ética preside su uso? ¿De qué nos sirve el mejor ingeniero de sistemas si no sabe responder a estas preguntas? Estos cuestionamientos nos llevan a concluir que adquirir los conocimientos propios de una profesión no puede ser un fin en sí mismo. Tales aprendizajes tienen que servir a un fin más elevado, cuyo descubrimiento y construcción no se logra sino a través de la formación ética personal.

 Lamentablemente, los conocimientos adquiridos en las universidades no siempre son usados para los más altos propósitos sociales. Con frecuencia se utilizan para la defensa de intereses estrictamente egoístas, para la utilización del poder del conocimiento en beneficio exclusivamente particular… y, en algunos casos, para actuaciones y negocios ilícitos que corrompen la moral social, propósitos a los que hoy se suele llamar comúnmente corrupción. 
 
La corrupción en el ámbito de las profesiones que revisten un interés colectivo, como la medicina, la política, el derecho, la administración pública, o simplemente de la construcción del sector real de la economía, comporta un proceder del individuo que desconoce el interés general sustituyéndolo por el propio interés particular. Tal proceder pervierte la naturaleza misma del conocimiento, su verdaderos thelos o finalidad.
 
No obstante, en el examen de la corrupción como problema social y de los mecanismos ideados para erradicarla, frecuentemente se prescinde de utilizar un enfoque ético, y de vincularla con la falta de una verdadera formación para la vida en común, para la vida ciudadana.  Desconociendo sus connotaciones morales, la corrupción es mirada como un problema del sistema político y jurídico. Como algo que radica solamente en la misma organización estatal. De ahí que la mayor parte de las soluciones ideadas para combatir la corrupción no miren al hombre mismo que es corrupto, sino a la organización corrompida, y por ello dichas soluciones consisten en mecanismos administrativos, o en regulaciones legales. Las tácticas varían, pero usualmente consisten en la instalación de organismos y mecanismos de investigación y control, y en la promulgación de leyes especiales, que avanzan en la descripción de nuevos delitos, como el de enriquecimiento ilícito, por ejemplo. En general, se edifica un sistema de procedimientos especiales, destinados detectar y eliminar las oportunidades de corrupción.
 
Entre nosotros, esta ha sido la manera de encarar el problema de la corrupción. Los desarrollos legislativos contenidos en códigos disciplinarios, códigos de ética profesional y estatutos anticorrupción son muestra de la vertiente que ha tomado la solución del problema de la corrupción política, administrativa, judicial, empresarial y profesional en general. No se trata de demeritar la importancia de estas soluciones, ni la recta intención de quienes las idearon o las ponen en ejecución. Tampoco la absoluta necesidad de mantenerlas y hacerlas eficaces.  Pero es necesario darse cuenta de que constituyen una forma de erradicar el mal en sus efectos y no en sus causas. De evadir lo fundamental del tema, que es la recta formación de los espíritus. Urge que todos juntos tomemos conciencia de que el hombre no es sólo individuo, sino que también es un ser social incapaz de realizarse en plenitud prescindiendo de la cooperación de sus congéneres, que hay necesidades imposibles de satisfacer sin la concurrencia de todos, que existe un interés general prevalente, omnicomprensivo del bienestar individual de cada sujeto.
 
Por lo tanto, si de solucionar el problema de la corrupción se trata, es preciso ir a sus fuentes: la corrupción es un problema de formación, y por tanto, insistir en que ella es el paradigma de la solución.
 
He aquí el gran reto de la Universidad. Y creo que el Rosario no ha sido inferior a este desafío. Ahora, como siempre, sigue siendo un escenario ideal de educación dialógica, de construcción de los espíritus, de apertura democrática. Toda suerte de foros, de seminarios, de conversatorios, de investigaciones teóricas y de campo, y de diálogo social suceden en el Claustro, dentro de un apropiado escenario pluralista.  Hace tanto el Rosario en este sentido, que algunos no alcanzamos a vincularnos y a aprovechar esta oportunidad. Quisiéramos estar en todo lo que aquí sucede, pero materialmente nos resulta imposible por los compromisos adquiridos en otros ámbitos.
 
Y todo este espacio de construcción colectiva y de formación de las subjetividades es un mérito que cabe a todos y a cada uno de los que aquí dejan la vida para que eso suceda: a las directivas, por supuesto, que lo propician y facilitan, a los profesores y maestros que fomentan este dialogo social, a los alumnos, que contribuyen con su vigor a dar su visión joven y fresca acerca de la forma de encarar nuestros más grandes retos personales y sociales. Todo esto es para mi una gran oportunidad y una esperanza, de que esta labor de verdadera formación se traduzca en el logro en una Colombia más justa, más pacífica, más tolerante.
 
Muchas gracias.