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Estreché su mano A Ovidio Oundjian Besnard In memorian

Alvaro Pablo Ortiz

Estreché su mano A Ovidio Oundjian Besnard In memorian

Una vez más, muchas por cierto, intento extirpar de mis pensamientos las preguntas que se ciernen sobre la muerte. No he tenido éxito. De ahí que haya releído hasta el cansancio el fragmento de un poema de Antonio Machado que raza así:  “ Tierra le dieron una tarde horrible del mes de julio bajo un sol de fuego; y un golpe de ataúd en tierra es algo perfectamente serio”.

Si hay algo que tenemos en común los habitantes de esta torre de babel en constante querella y confusión no es precisamente la inmortalidad.  Todos sabemos, y eso explica que pugnemos por rehuir a como dé lugar dicho pensamiento, que tarde o temprano tendremos que perecer. Pero aunque lo sepamos no nos acostumbramos a la idea, y más se acentúa cuando los que han partido se huían trazado en vida la ineludible responsabilidad consigo mismos de cumplir a cabalidad ciertos objetivos vitales, determinados ideales, ambos a nombre de la grandeza y de la valentía moral. Al linaje de esos individuos, cada vez más escasos que nunca vivieron de espaldas a sí mismos, que siempre abominaron de los variados rostros que asume la frivolidad y los enmascaramientos, y que siempre estuvieron de cuerpo entero a la hora de actuar, sin vacilar jamás ante el “ ¿qué debo hacer?” o “¿qué quiero hacer?”, a esa estirpe, a esa conciencia de la propia identidad, pertenecía el doctor Ovidio Oundjian Besnard nacido en Bogotá el primero de agosto de  y fallecido el  primero de mayo del año en curso en la misma ciudad capital.

Alguna vez, alguien –al que la inteligencia, la sensibilidad y la delicadeza le han sido siempre esquivas-, me decía: “El doctor Ovidio es un hombre de pésimo carácter”. Lo corregí de tajo: “No, ustedes como muchos colombianos confunde tener mal carácter con tener carácter. El doctor Ovidio Oundjian tiene carácter algo de lo que cada vez más carece el país, incluido usted”.

¿Cómo iba yo a imaginar cuando siendo apenas un adolecente me deleitaba ante la pantalla del televisor viendo un espacio denominado el “Mundo de los libros”, dirigido por una persona cuya fisionomía y erudición me parecían “fuera de serie”, y con quien muchos años después en uno de los más misteriosos giros del destino, iría a coincidir con él, durante más de una década cuando este “hombre de poder”, me vínculo al CIEC (Centro de Investigaciones, Estudios y Consultorías), del cual era gerente desde 1993 gracias a la feliz iniciativa del entonces rector, doctor Mario Suarez Melo interesado como estaba en darle un giro de renovación a la investigación y a la producción académica de la universidad. Me llamó para que formara parte de u un proyecto que en mi condición de rosarista me resultaba fascinante
 
“La elaboración de la historia del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, no con visión de crónicas episódicas o de aspectos históricos aislados. Se trata de elaborar una historia real y fundamentada en criterios de historiografía que cobijen bajo una metodología de análisis de procesos, todos los aspectos sustantivos que evidencian la vida de una institución en constates interacciones de influencias mutuas con el entono nacional desde la colonias hasta el presente.

Aprobada por el más alto nivel directivo de la universidad el director y la consiliatura ha entrado en la fase de estructuración de proyectos que se ejecutarán bajo la coordinación del CIEC de la universidad y que contará  con el apoyo de un comité asesor integrado por expertos internacionales y nacionales en investigación histórica”.

El proyecto arrancó con fuerza. Con la fuerza que otorga la disciplina, el rigor, la profundidad, la puntualidad, el compromiso y el profesionalismo. Ovidio Oundjian era el primero en predicar con el ejemplo. Su recia personalidad había descartado desde la más temprana infancia aquella dejadez vital que sufre el que en la aridez se niega el derecho a darse un baño de rio teniéndolo en frente.

Todo lo que iniciaba lo concluía. Su entusiasmo parecía inagotable.  Es comprensible entonces, que un hombre con estas características detestará los puntos suspensivos, las excesivas proximidades y las excesivas excusas. Con firmeza y serenidad al mismo tiempo siempre supo fijar límites. Para el 2010 fecha de su retiro, por problemas de salud, que reñían con su proverbial fortaleza de roble, le hacía entrega su alma mater de diecinueve textos denominados “Cuadernos para la historia del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario”. Para la elaboración de la diversas franjas temáticas que los componían, se había rodeado de un equipo interdisciplinar de altísima solvencia intelectual integrado por Jorge Arias de Greiff, Monseñor German Pinilla Monroy, Luis Enrique Nieto Arango, Santiago Luque Torres, Nicolás Salom Franco, Emilio Quevedo, Camilo Duque Mesa, Luis Eduardo Fajardo, Jorge Tomas Uribe, Fernando Mayorga García y los Generales Jaime Duran Pombo y José Roberto Ibáñez Sánchez, Diana Soto Arango, Pilar Jaramillo de Zuleta, Cecilia Restrepo Manrique, María Clara Guillen de Iriarte, Carmen Ortega Ricaurte, Juanita Villaveces y Mónica Martiní. Con las modificaciones del caso el CIEC hace tránsito a la Unidad de Patrimonio Cultural e Histórico creada en el  2011 bajo la acertada, cálida y brillante dirección del doctor Luis Enrique Nieto Arango logrando entre otras realizaciones, elevar hasta la fecha de diecinueve a veinticuatro los cuadernos para la historia del Colegio Mayor nuestra de Señora del Rosario.

Antes de haber liderado el CIEC, el doctor Oudjian ya contaba con una hoja de vida plena de méritos y distinciones. Una síntesis apretada de la misma, da fe de dignidades que desempeñó con eficiencia suma: Director de Colciencias, Fundador de la Universidad de Cundinamarca, con sede en Fusagasugá, Decano de la facultad de Derecho de la Universidad Militar “Nueva Granada”, cargo que obtuvo a instancias de su gran amigo el General Hernando Currea Cubides; asesor de la Escuela Superior de Guerra y catedrático y conferencias en la misma. Sobre este punto poco o nada se ha dicho: el profundo afecto que el doctor Oundjian profesaba hacia el Ejército Nacional.

Pero sobretodo, fue su parábola vital cumplida en el Colegio Mayor del Rosario, la que más lo llenaba de íntimo y entrañable orgullo. Y en ese orgullo derivado en un destino manifiesto, no puede faltar la referencia a esa tremenda presencia, a ese hombre -acontecimiento-, que durante casi cuatro décadas hizo de la Rectoría de la universidad la más suprema de sus causas. Ese sacerdote que más parecí un hombre del siglo XVIII por su cosmopolitismo, por su refinamiento, por su culto a la belleza, por la universalidad de sus conocimientos fue el ser humano que más marcó y direccionó a Ovidio Oundjian: Monseñor José Vicente Castro Silva, se puede afirmar sin exageración alguna que durante los últimos doce años de la rectoría de Castro Silva, Ovidio fue su brazo derecho; primero como secretario general y posteriormente como asistente rectoral. Esto, dicho llana y claramente significa tener poder. Poder que en línea ascendente toma pista cuando Ovidio Oundjian contaba con menos de veinticinco años de edad. A otro que no hubiera sido él – y más en nuestro medio- ese poder se habría podido transmutar fácilmente en frivolidad, en gestos arbitrarios, en sobreactuaciones, en cambios de personalidad no en días, sino en horas; en adictivo afán de figuración y notoriedad, o en ánimo revanchista, o en cruenta guerra de egos.  No fue ese su caso. De su maestro Monseñor José Vicente Castro Silva había aprendido a adquirir  la necesidad de reflexionar continuamente sobre lo que hacemos y cómo lo hacemos y más aún: conquistar y mantener contra viento y marea la independencia de criterio. De Monseñor aprendió lo mismo que de sus padres que una vida que no esté enmarcada por la constancia la energía y la búsqueda de claridades, es una vida condenada a toda suerte de fracasos. Por lo mismo su rectoría de “hecho” se tradujo en espíritu de servicio  y en una serie de iniciativas académicas y valgan solo dos ejemplos, que culminaron en la creación de la Facultad de Administración de empresas y la refundación de la Facultad de Medicina.

Como suele suceder esa gran dosis de poder le generó admiración, pero también la inevitable cuota de detractores. Él que era un luchador a tiempo completo nunca permitió que en su espacio espiritual, moral y profesional tuviera la menor cabida la “La rebelión delas ratas contra los leones”, con él todo era de frente. No necesitó ningún manual de autoayuda para ser consciente de su enrome valía y también de sus defectos la medianía, el facilismo y el ventajismo, le merecieron siempre el más olímpico de los desprecios, la palabra capitulación no figuraba en su diccionario. Nunca se dejó acorralar por la calumnia y la maledicencia, ni por otros sentimientos bajos que lamentablemente son tutelares en nuestro país.

Aparte de su inmenso amor por el Colegio Mayor Nuestra Señora del Rosario, tuvo otros cuatro amores igualmente inconmensurables e intensos, aparte, desde luego, por la veneración que siempre guardo por su madre: por su esposa Doña Yolanda Barros, por su hijo el brillante abogado rosarista doctor Alekzan Oundjian Barros, por sus cuatro nietos y por su nuera Doña Ana María Angulo Jiménez.

Luego de su lamentable fallecimiento, un amigo me preguntaba lo siguiente en la sala de velación: “Tú debías conocer al doctor Ovidio como la palma de tu mano”. “No es cierto”, le respondí, “yo solo conocí del doctor Ovidio Oundjian lo que él me permitió conocer de él”.

Lo que sí es cierto, es que en innumerables oportunidades le exprese que por múltiples razones a él y solo a él, les correspondía escribir la gran biografía de Monseñor José Vicente Castro Silva.

Me parece estar viéndole antes que emitiera una respuesta dicha inquietud. Primero- y la sensación, debo confesarlo, al menos de entrado no era reconfortante- fijaba en mí esa mirad entremezclada de profundidad, intensidad, nobleza, severidad y escrutadora como pocas  (quizás solo comparable con la que tenía mi padre), ante de decir: “Todo tiene su tiempo, es cuestión de volver a examinar las cartas y otra serie de documentos que conservo de monseñor dentro de unos “guacales”; ya habrá tiempo”.

Tres días antes de su muerte- en misteriosa y premonitoria coincidencia-, en un evento celebrado en la feria de libro, a propósito de un texto de singular valor y rigor investigativo sobre la bibli9oteca de Fray Cristóbal de Torres, realizado por Jaime Restrepo, tanto nuestro rector José Manuel Restrepo, como el director de la unidad de Patrimonio Cultural e Histórico  Luis Enrique Nieto se refirieron con elocuentes y justas palabras a la extraordinaria del doctor Ovidio Oundjian desarrollada a favor de una nueva y científica murada sobre la larga historia institucional del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario.

De este ser inolvidable, conservo como tesoros en el sentido literal del término unas fotografías en que estoy a su lado una larga carta escrita de su puño y letra que por la sabiduría de los consejos allí contenidos, me ayudaron enormemente a salir airoso de una grave crisis personal. Sigo y seguiré pensando que su caligrafía era una obra de arte,  esto es y valga la redundancia la caligrafía de un hombre que quiso hacer de su caligrafía una obra de arte.  Conservo también un correo… el último correo que me envió.

“Estimado Álvaro Pablo: mil gracias por esas expresiones que me has manifestado. Después de tantos años te he visto trabajando como investigador concienzudo y como catedrático de particulares dotes. Estoy convencido que pasados los empalmes, trasteos, etc., Luis Enrique Nieto iniciará proyectos en los cuales tu serás particularmente valioso por tus habilidades. ¿Si pudieron hacer el trasteo el viernes con todo el problema de las marchas estudiantes?. Si la respuesta es positiva no hay nada más agradable “que estrenar oficina”. Además te queda a un paso de un buen tinto y puerta de escape para tu cigarrillo. Estoy seguro que en próximas semanas, después de los ajustes pertinentes tendremos ocasiones de reunirnos tendremos oportunidad de disfrutar nuestra amistad. Recibe un fuerte abrazo. Ovidio”.

Nunca quise ir a visitarlo, no tuve el valor, valor que sí tuvieron en cambio y entre otros, Monseñor German Pinilla Monroy los doctores Rafael Enrique Riveros Dueñas, Marco Gerardo Monroy Cabra, Mario Suarez Melo, Camilo Duque Mesa y Lucas Quevedo.

En un país contradictorio y complejo como el nuestro; tan saturado de frases de cajón, acostumbrado a decir en esa sinuosa línea de conducta, “que nadie es imprescindible”, habría que agregar una modificación: de acuerdo, nadie es imprescindible, lo que sucede es que hay vacíos como los que dejan con su partida seres de excepción como Ovidio Oundjian, que son, para no decir imposible, bien difíciles de llenar.

Le corresponde ahora al Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, de quien fuera uno de sus hijos más dilectos, y que aparte de otras distinciones, se hizo merecedor de la orden del fundador Fray Cristóbal de Torres, que en su  momento, le fue impuesta, en solemne protocolo en el aula máxima.

Silenciosamente, y en la media que más avanzan los años, vamos dándonos cuenta de cuan poco conocimos a los que más quisimos comprender.

Paz en su tumba.